«Artaud»: el mítico álbum de Pescado Rabioso
“¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte, el verde para la resurrección y el amarillo para la descomposición, la decadencia?” Artaud (dueño de estas palabras introductorias, incluidas en la breve descripción de los créditos del álbum) es el tercer disco de Pescado Rabioso. Aunque, a decir verdad, es completamente de Luis Alberto Spinetta, con algunas intervenciones de Rodolfo García y Emilio del Guercio –compañeros en Almendra– y su hermano Gustavo. Existen diferentes razones (no necesariamente incompatibles entre sí) que determinaron la utilización del nombre de una banda ya extinta en un nuevo álbum: un disco pendiente con el sello de grabación, la aparente pomposidad del nombre del Flaco para ponerlo en una tapa, la demostración de que ÉL era Pescado… poco importa eso ahora.
La banda conformada por Luis, Carlos Cutaia, Black Amaya y David Lebón (en el bajo) había grabado Pescado 2, que navegaba entre el rock, algo de psicodelia y blues, sin dejar de lado el liricismo y el vuelo musical del Flaco. Se dice que sus tres compañeros, en ese momento, pretendían seguir con la vena blusera y de rock & roll, pero Spinetta tenía otros planes en su cabeza: quería hacer la música que le salía, sin demasiadas concesiones. Esto provocó rispideces entre los integrantes, que de a uno se fueron de la formación.
El Flaco se sintió abandonado –palabras de Black– y entonces grabó Artaud con los temas que tenía, mayormente solo y añadiendo una cuota de ira por la situación. Esta cuestión queda plasmada, de alguna manera, en otra frase incluida en los créditos: “Los músicos que aparecen en este disco solo están ligados a la idea de Pescado Rabioso por las circunstancias de la grabación y a expreso pedido de Luis Alberto Spinetta”.
Los colores, la forma incómoda de presentación del LP, las letras, la música, todo está cuidadosamente pensado y ejecutado por el Flaco, completamente influenciado por el poeta francés Antonin Artaud, y dos de sus obras: “Heliogábalo o el anarquista coronado” y “Van Gogh, el suicidado por la sociedad”, siendo este último el que lo condujo a la lectura de las cartas de Vincent a su hermano Theo. La idea del disco fue presentar un antídoto contra la desesperación del escritor. Es decir, el hallazgo de la perfección y felicidad a través de la supresión del dolor, y no mediante el camino habitual de los poetas malditos o filósofos: la locura y el sufrimiento. En palabras del Flaco: “le dediqué ese disco a Artaud, pero en ningún momento tomé sus obras como punto de partida. El disco fue una respuesta – insignificante tal vez – al sufrimiento que te acarrea leer sus obras”.
El disco
Con tamaño preámbulo, no necesitó grandes introducciones para arrancar: rompe el silencio abruptamente con un acorde en la acústica y su voz en Todas las Hojas Son del Viento. Este tema está hecho, como algunos otros, sólo por él. Están excelentemente logrados los coros en estéreo, la melodía es suave, pero acentuada con cierta furia en frases clave, y la eléctrica la usa para un solo al final, junto con algún arpegio subrepticio previo al mismo. Una obra maestra condensada en algo más de dos minutos.
Cementerio Club dibuja un paisaje bien jazzero, con Emilio en el bajo (el mismo que usó en Almendra, por pedido expreso de Luis) y su hermano Gustavo en la batería. El jugueteo con la eléctrica es un testamento vivo de su música –se reconoce de inmediato– y también la letra incluye frases memorables como “qué calor hará sin vos en verano”. Una frase de múltiples interpretaciones, pero que en algún documental se encargó de aclarar el sentido de esa sentencia para él: la mujer era tan fría que lo refrescaba.
Por tiene una melodía exquisita, solo hecha con la acústica y algún efecto mínimo. Lo extraño de esta pieza es la conformación de la letra, hecha con palabras sueltas –casi todas sustantivos– y arregladas de tal forma que se acomodan a la música, previamente escrita. Sigue Superchería, que regresa al formato más rock, con Rodolfo en la batería, Emilio en el bajo –ambos hacen también los coros– y Luis con la eléctrica. Es un tema bastante típico de los del Flaco, con una base impecable y él tejiendo esos intrincados hilos de sonido, complementados por su particular voz. Tiene un pasaje con cambio de ritmo, algo jazzeado. Es el tema que más suena a Almendra del disco.
La Sed Verdadera baja el tempo nuevamente, y la diferencia con los otros temas en solitario del disco es que usa ambas guitarras, con algunos efectos más, lo que hace que suene más completo. En el momento que el flaco deja de cantar, se acopla un sonido de mar, que va tomando mayor protagonismo. Este se mezcla con otro sonido, de lo que pareciera ser un salón con gente –un restaurante o algo así– con mucho efecto, hasta que desaparecen por completo las guitarras. Suena algo parecido a un gong, viento y unas campanillas que le dan clausura.
El clímax del disco se alcanza con Cantata de Puentes Amarillos, a pesar de que empiece de la forma más simple posible: una guitarra acústica y un punteo. Esta introducción se corta con unos golpes en la caja de la guitarra –a modo de conteo– y comienza la primera parte con la voz del Flaco, acordes bien marcados y con mucho efecto. La melodía fluye majestuosa, acompañada por la versátil voz de Luis, y el uso criterioso de los canales y efectos para dar esa sensación de abrigo, de contención. Otros golpes en el cuerpo dan paso al cambio de ritmo, algo más pausado, pero con la magia de la eléctrica recorriendo caminos insospechados. En esta sección aparece otra de las frases más célebres del Luis “que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor”, y uno se podría dar por satisfecho (cerremos todo).
Pero no. El tipo sigue con unos pocos acordes extraños que descolocan, y de nuevo a los golpes en la caja: se viene otra sección. Tras un breve crescendo, en voz y guitarra, se libera –sólo un poco– la tensión con una melodía bien marcada en la acústica y unas maracas. Ese paso deriva en una secuencia más simple, acompañada de un platillo, y se retorna al estadio anterior, donde todo vuelve a subir. Así alcanzamos la parte final con un riff en la eléctrica, intercalada con la acústica, en donde el amague a cierre está presente todo el tiempo. Pero no llega cuando uno lo espera, sino cuando ÉL lo dispone.
Luego de semejante despliegue, es natural pasar a un tema más digerible, como lo es Bajan, que debe ser uno de sus temas más escuchados. Regresa el formato de banda con Gustavo y Emilio, y Luis toca la eléctrica, de forma simple pero también incisiva. Me parece, igualmente, que lo más destacable es el bajo. Puede ser porque está grabado alto, gordo, bien presente, y sostiene a toda la pieza.
Sigue A Starosta, el Idiota que, siguiendo la lógica reinante en el disco, debiera ser con Spinetta solista. Y lo es, pero con un piano. La forma de acentuación hace pensar que es él mismo quien lo ejecuta, y algunas fuentes así lo afirman, pero no está incluído en los créditos del disco… lo cierto es que tiene un aire épico. Aquí aparece el elemento de rabia y desesperación. Unas notas sueltas bien graves se intercalan con grabaciones. Primero pareciera una parte del último tema del disco; después de “She loves you” de The Beatles; y, por último, un llanto del Flaco (me guardo la interpretación del mismo para evitar múltiples quejas, jeje). Aquí la cosa cambia rotundamente, con una base en la acústica y un camino sinuoso de eléctrica (que me recuerda mucho a la forma de tocar de Steve Howe). Pero dura poco el cambio, y se vuelve a las teclas tocadas fortissimo, en tramos cortos. Se resuelve con una bajada majestuosa entre los sonidos graves del piano y la voz de Luis, y una nota cortada, silenciada abruptamente.
El último regalo de este disco es Las Habladurías del Mundo. Termina un poco más arriba, con la banda a lo power trío, y Rodolfo haciéndose cargo de la bata. Tiene un semblante similar a Bajan, aunque es más poderosa, en la guitarra sobre todo. Además, bien al estilo de Spinetta, la melodía no sigue los patrones que uno espera, sino que le agrega sal y pimienta para el deleite del oyente.
Todos los condimentos, muy parcialmente descritos, hacen de este disco un punto muy alto, tanto para Luis, como para la música en español. No tiene la debida repercusión mundial por esta última cuestión relacionada al idioma, pero no tiene nada que envidiarle a los discos considerados clásicos de cualquier banda o solista, del progresivo o de cualquier género musical. Es llamativo cómo una persona pudo haber logrado semejante producción, prácticamente en soledad, y con las limitaciones técnicas de la época y la región. La obra incluye pasajes memorables, tanto musicales como lingüísticos, y como toda obra vanguardista, no ofrece la facilidad a primera escucha, aunque tampoco estamos en los extremos. Los matices, el orden de los temas, y el buen tino del Flaco hacen que no cansen las excentricidades, que esté todo balanceado. Definitivamente obligatorio en la colección de cualquiera que se encuentre leyendo estas palabras.
Créditos:
- Luis Alberto Spinetta: letras, música, guitarras, voz, maracas, platillos y ¿piano?
- Carlos Gustavo Spinetta: batería.
- Emilio del Guercio: bajo y coros.
- Rodolfo García: batería y coros.
Quiero agradecer a Santiago por haberme introducido en el mundo spinetteano, justamente con este disco.