Luz de Riada en vivo, Viña del Mar, Chile: «La luz en la raíz»

Créditos a Korgull Miranding por las fotografías

Hablar de Luz de Riada es referirnos al jazz como un punto de encuentro para diversos focos culturales. El mestizaje cultural y la purificación, por opuestos que parezcan en sus significados respectivos, se funden en un propósito donde la mística del camino pavimentado por John Coltrane y Albert Ayler se empapa en las atmósferas culturales de las latitudes más lejanas a la convención de ayer y hoy. Bien de aquello lo sabe Ramsés Luna, integrante histórico de los míticos Cabezas de Cera y un referente de peso en la difusión de los sonidos del mundo. y cuyo recorrido con Luz de Riada data de hace poco más de una década. La trilogía “Cuentos y Fábulas”, hay que entenderla como un todo y un archipiélago a la vez, pues el nombre de la banda alude al océano de luz que significa la música desde la necesidad de comunicar y expresar un propósito de rasgo espiritual al mundo material.

Con el álbum Rizoma recién salido del horno durante estos días, la gira del conjunto mexicano por Chile durante todo el mes de enero (incluyendo una parada en Argentina) nos cae a los amantes de la vanguardia musical químicamente pura como un favor, si no un deber. Coltrane, Zappa y Can están presentes en un ADN incorruptible, con una inclinación a la World Music que se balancea con el gusto por el jazz llevado al nivel de la iluminación cósmica. Es casi imposible, al menos para quien escribe, recurrir al uso de etiquetas y conceptos técnicos para una propuesta que en poco más de una década ha dejado huella de genio y talento abrumadores. Y con toda razón, si lo que provoca Luz de Riada tanto en el estudio como en el directo es una idea que define el rock de vanguardia en su forma primal, desde el impulso y, por qué no, volviendo a las raíces tanto étnicas como la de los padres fundadores del jazz y el progresivo.

La fecha del sábado 13 de enero, recién pasado, la fecha escogida por el staff de ProgJazz para reportear (y, sobre todo, vivir en carne propia) la visita de Luz de Riada como un momento especial dentro de su atmósfera subterránea a nivel de difusión y producción.  El bar Vienés, ubicado en el epicentro de la bohemia sabatina de la ‘Ciudad Jardín’, fue el lugar elegido para la doble fecha de los mexicanos en la V Región (esa misma noche tenían que moverse en un rato más a Valparaíso, esa onda…) y lo que pudo jugar en contra conspiró en favor de un ambiente íntimo, solo para unos pocos. Un privilegio sin duda, y ante todo, un ambiente de camaradería que se apresta a la liturgia ante el aviso de la partida a un viaje sin retorno.

Apelando a la tradición de Valparaíso como cuna del rock en Chile (con el permiso de nuestros amigos de Concepción), Cola de Zorro fue la banda encargada de darle el vamos a una nueva comunión musical y sensorial. Así, literal, con una intro envolvente que condice primero a “Cosmik” y termina por sumergirnos en un trance inalterable con “Ollas y Sartenes”. Hay un amor profeso por el krautrock que han sabido traspasar a la producción discográfica, sobre todo en el más reciente “El Desierto Avanza” (2022), editado exclusivamente en vinilo. Una base rítmica constante y rebelde a la vez, con un bajo que gana presencia a patadas cuando hay que pasar de lo sutil a lo irracional, muy al estilo de John Wetton y Jannick Top. Al frente, la guitarra de César Medina que desborda un torrente melódico hasta el infinito con lo mínimo en pirotecnia. Y cuando la ocasión lo requiere, la guitarra le cede el lugar al sintetizador y por ende, las fronteras sonoras desaparecen en favor de la matriz que estos tres músicos porteños construyen con base en un propósito superlativo.

Con una trayectoria de poco más de una década y tres álbumes en estudio de naturaleza abismal, inevitable corroborar el material de qué está hecho Cola de Zorro cuando desfilan “Savia”, “Tortuga” y “Danza”. Es cierto, la huella de bestias mitológicas como Neu! y Hawkwind está ahí latente, pero no se queda en eso. Es un mix de armonías y ritmos inusuales que convergen en un manantial de imaginación sin límites. Lo cual llega a abrumar mucho más cuando nos encontramos con una banda en formato power-trío que dispara rayos gamma de música experimental, como si fueran cinco o seis personas (sí, como Rush… pero navegando por océanos inexplorados y a su manera). Y hacia el final, con “Janeiros”, volver al plano real cuesta un kilo. Sonar pesado cuando hay que sonar pesado, desplegar el buen gusto cuando corresponde, acelerar o bajar las pulsaciones basándonos en el cálculo que nos da el instinto, traducir su propósito de experimentación en un catálogo que sorprende y es consecuente a la vez. Cola de Zorro, al final de todo, se corona con un arranque que no se limita a ‘calentar el ambiente’, sino que diseña y construye su propio caos en medio del desierto caminante.

Cerca de la medianoche, y tras un rato de descanso post apertura, los sonidos y gritos tribales de Ramsés que indican el ‘vamos!’ con “La Danza del Tlacololero”, se demoran un santiamén en introducirnos a un nuevo trance. A lo que veníamos, sin vacilar y que la voz de nuestros ancestros hable mediante la música. El bajo de Luis Nasser, se erige como la columna vertebral de un estilo en que el saxo de Ramsés Luna chorrea una cascada de notas y melodías refrescantes, siempre siguiendo el orden natural que su creador le asigna de lo que le dicta salir. Diriamos que todo está calculado, pero eso es desconocer la magia que profesa Luz de Riada al momento de expresar una idea o contar una historia sin necesidad de palabras.

 La gira por Chile y Argentina tiene de invitado y soporte en la guitarra a Iván González Smith (T.I.C.), quien se integra al estilo avant-garde de Luz de Riada con una naturalidad asombrosa. Hay que corroborarlo en la siguiente “Raíces”, donde hay un poco más de capa rockera acariciando el núcleo jazzero, pero en vez de ensuciarla, la potencia de manera colosal. Y si no nombramos en un comienzo a Sergio Aldama, es porque dentro de su estilo constante en la batería también está el espacio para apreciar su experticia en favor de la música como mensaje. Un mensaje de humanidad mediante la música que encarna las voces de la Tierra.

La solemnidad de “1915” marca el momento distinto y serio de la presentación. Su neblina de sonido saca a relucir un mensaje de paz y reflexión en estos tiempos de alta turbulencia para el mundo. Lo cual explica el matiz sentido de Ramsés, un saxofonista que entiende como pocos el concepto de voz, por lo que brama desde el corazón y en nombre de los pueblos originarios que claman por el derecho de recuperar lo que alguna vez fue de sus ancestros. Una apreciación similar tenemos de Luis Nasser, eximio músico e instrumentista mexicano. Su presencia y habilidad en las bajas frecuencias es directamente proporcional al discurso que profiere en nombre de su pueblo, abordando el conflicto árabe-israelí desde el punto de vista de su ascendencia. No podemos mencionar el origen de Nasser debido a los protocolos de Meta en estos casos, pero sí podrán hacerse una idea de lo que estamos hablando. De cualquier forma, esto le da un sabor especial a “Todos por la Banqueta”, cuyo aire oriental se mimetiza con el rock y el free-jazz como compañeros de armas enfocados en su propia revolución. Envolvente y dotada de un groove infeccioso al cual no sabemos cómo reaccionar. Es solo recibir y absorber.

Si los dos cortes anteriores eran pura catarsis, “La Bestia» le hace honor a su nombre por su estampa de rock duro y la progresión de notas que generan una figura poco y nada de amigable. Rock carmesí y rojizo, con unas cucharadas de Henry Cow y Art Zoyd que tanto el público como la banda disfrutan cuál brebaje divino. Impresiona también la calidez y habilidad de Ramsés como músico y comunicador, un investigador que busca nutrir su lenguaje de expresión para enriquecerlo a niveles de plano superior. Y la sabrosura de Sergio Aldama en la batería arrancando “M*t*nza de Chivos”, anticipa un final, quizás muy pronto por el nivel del espectáculo, y por lo mismo se disfruta mucho más. Por los escalones de la improvisación y el juego de métricas, llegamos al piso de la realidad con un baño de experimentación renovador. El que se dimensiona después de un par de días y semanas. O meses, y lo decimos en serio.

La conexión generada entre Luz de Riada y el público va más allá de la música, y hay que remarcarlo. Hay un entrelazado espiritual donde el jazz y la música progresiva dejan de ser un “gusto exquisito” y se convierte en un canal de expresión para las personas de la raza, edad y género que sea. Una lluvia de ideas en forma de luz que le da sentido a la música de vanguardia como un generador de emociones y pensamientos que nos mantienen aferrados a la condición humana. Siempre fluyendo como el río, Ramsés Luna nos transmite una visión nueva del mundo, lo antiguo desde la modernidad. Y de eso se trata Luz de Riada. Música luminosa desde la raíz, como pocas veces ocurre en estos tiempos.


Audiovisual de profesión, melómano por gusto y periodista musical desde el estómago. Amante de la música pesada y el rock de vanguardia, tanto de viejo cuño como lo nuevo. Desconfío de quien reniega de Jimi Hendrix en la música.

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