Obzen: 15 años de la obra magna de Meshuggah
Si alguna banda dentro del metal extremo y del underground fue capaz de poner todo el panorama patas arriba y posicionarse como una de las bandas punteras de este siglo esa es Meshuggah. Con méritos propios y muchísimo trabajo, lograron en 2008 sacar la que muchos consideran su obra magna: ObZen. Su sexto trabajo de estudio (descontando las dos versiones de Nothing), que reúne en un todo cohesionado lo más sofisticado y creativo en su máximo exponente. Sin género de dudas la cúspide musical de los suecos.
No obstante, su carrera previa era impoluta, admirable en todo tipo de análisis. Si en Chaosphere llevaron su música a niveles extremos y de brillante técnica, en ObZen lo desarrollan a un nivel de excelencia y virtuosismo inimaginable. No sólo hay estructuras complejas, sino numeraciones y métricas imposibles, propias de matemáticos locos y virtuosos musicales.
Pero remontémonos 15 años atrás, durante su grabación. Un proceso que les llevó algo más de seis meses de trabajo extenuante y que supuso, además, cancelar su gira para concentrarse totalmente en ObZen. Tiempo suficiente para machacar y perfeccionar los temas, de una complejidad escabrosa. Como dijimos, y con la intención de reiterar su importancia, las matemáticas cobran total protagonismo. Pero no pequeñas sumas y restas, no; reinan las divisiones y los desplazamientos de estructuras en los compases. Ya no hay fáciles operaciones aisladas, sino extensas fórmulas de gran magnitud, con una exigente metodología previa.
Pasamos a los responsables directos de semejante inventiva. A la columna vertebral conformada por el genio Fredrik Thordendal a la guitarra y Jens Kidman a las voces, hay que añadirle a Mårten Hagström como segunda guitarra, a Dick Lövgren al bajo y el retorno de Tomas Haake como batería de estudio, ya que en el anterior trabajo, Catch Thirty Three de 2005, las pistas de batería estaban totalmente programadas.
La portada, al mismo nivel de impresionismo que lo puramente musical, no deja indiferente a nadie. En ella podemos ver a un ser andrógino en posición de loto, repleto de sangre y con tres brazos haciendo el número 6. El mensaje subliminal es el 666, simbología inconfundible del diablo. Además, el título ObZen, es un juego de palabras que combina la palabra «obsceno» con el término «Zen», el estado meditativo propio del budismo. Una metáfora que refleja el hipotético logro del estado de paz mental por parte de la humanidad a través de lo obsceno y oscuro. Una sociedad distópica y carente de toda sensibilidad.
ObZen: la obra magna de Meshuggah
Rasgueos palm muteados son la puerta de entrada en Combustion, bajo un aparente escenario sereno y sosegado. Es la calma que precede a la tormenta sonora que se nos viene encima. El ligero inicio pronto se torna en catastrófica explosión, rezumando decibelios con una base thrash metal de batería y las primeras distorsiones que serán una constante a lo largo de todo el trabajo. Se nos presentan desarrollos instrumentales que combinan secciones veloces con otras con evidente groove.
Con el ambiente calentito, a la vez que ensordecedor, aparecen los primeros growls de una rabia inhumana. No dejan de subir en cuanto a furia. Sólo hay una cosa que puede contrarrestar el poderío de Kidman y hacerlo callar. En efecto, el primer solo de Thordendal, la entrada triunfal del «rey absoluto del Djent». Menuda carta de presentación. De hecho, algún oyente desorientado ya hace buen rato que se echó a la fuga ante la proyección endiablada de semejantes dimensiones.
Tomas Haake toma la delantera con la rítmica de toms en Electric Red. Un juego de graves llenos de musicalidad y sentido que contrastan con las distorsionadas ráfagas de Thordendal. No son lo suficientemente lentas y pesadas, pensaría el bueno de Fredrik, bajando las marchas a unas velocidades de tortuga. Puro Djent del que te descalabra el cerebro y te cae la dentadura. Tras varias idas y venidas entre esas dos secciones, enchufa la batidora junto a sus gruesas cuerdas para generar uno de esos caos masivos que tanto adolece ofrecer al oyente. La rítmica de toms vuelve a sus inicios y, rasgueos de cuerda a destiempo, nos meten de lleno en otra tediosa atmósfera. Mientras tanto, las voces de Jens Kindman son la compañía perfecta de esta terrible historia. Polirritmias magistrales cierran parrafada sonora.
La joya de la corona la ofrece Bleed, tema que dio la vuelta al mundo tras su salida por su extrema complejidad. La pista de batería es indescifrable, haciendo falta como mínimo una calculadora a mano para tratar de seguirla. Es así que innumerables músicos en redes sociales se obsesionaron con interpretarla, empezando incluso una especie de concurso mundial. Una auténtica barbaridad que se rumorea que supuso al pobre Haake más de un mes de ensayos sin descanso para tenerla completamente interiorizada. Hablamos de la batería, pero los intrincados riffs son también de una complejidad asombrosa. Polirritmias hipnóticas y maquiavélicos solos inyectan el veneno del caos en tus propias venas. Bleed es una adicción de la que difícilmente escaparás.
Lentos y pesados riffs disonantes salen de su escondrijo en Lethargica, rozando incluso el doom. Las tonalidades van subiendo su gravedad, casi sin ser percibido, hasta el punto crítico en el que cede el caos. Con la calma de fondo, hacen presencia las cuerdas limpias, tranquilizadoras y relajantes, en un puente suavemente transitable que conecta dos puntos de un mismo conjunto. Aún así, el ambiente es ameno pero puede vislumbrarse un áurea perturbador. En el momento de llegar al otro lado de la orilla estallan por enésima vez latigazos de las ocho cuerdas que bailan al ritmo de los growls de Jens Kidman.
Con autoridad y sin miramientos arranca ObZen, configurándose como el tema sobre el que gira el concepto del álbum y todo su trasfondo. Tempo algo más lento para la tónica general del álbum pero con una contundencia desatada. Por su parte, la estructura rítmica es más asimilable y perceptible, siempre dentro de las complejidades técnicas de estos extraterrestres. En cuanto a Kidman, sus gritos son casi rapeados, dando redondez y forma al acabado final del tema homónimo. La base a las partes cantadas están salpicadas de Djent tradicional, donde la rítmica con cuerda al aire es digerida con digitaciones excitantes. El cierre es deliciosamente lesivo. Los fisioterapeutas no van a dar a basto con tanta contractura cervical. Simplemente magistral.
En This Spiteful Snake Tomas Haake vuelve a sus bases rítmicas de toms, ofreciendo musicalidad y cierto orden de estructura. Como la brújula que orienta y guía al oyente en un ruidoso barco a la deriva. Siguiendo la analogía, el oleaje, responsabilidad de Thordendal, es una amenaza seria a la tripulación. Su sección es machacona, cortante y abrupta. Pero el peligro real no llega sin rayos, truenos y fuertes lluvias. Aquí, finalmente entra en acción Kidman, retumbando hasta el último rincón del mundo. Parece acabar el tema a decir por los largos segundos de silencio absoluto pero repentinamente salen al abordaje solos caóticos y la metralla vocal.
Exhibición instrumental en Pineal Gland Optics. Un baile mortífero en donde las ocho cuerdas alientan movimientos disonantes. Gran parte del tema se configura a través de dos secciones rítmicas, en una especie de zigzag hipnótico. Alguna que otra división llena de furia modifica la tónica general y el transcurso durante el tramo final. Básicamente, son escrituras aparentemente fáciles, bajo ejecuciones y tempos harto complejos a los que se le añaden tibias variaciones que desordenan cualquier intento de regla memorística. No intentes buscarle un sentido de orden. Es el caos más absoluto.
Imagínate el interior de una fábrica en donde se martillea sin descanso grafeno, el material más resistente elaborado por el ser humano. Así es la recopilación de esos ruidos en Pravus, penúltimo tema de este Big Bang sonoro. El estallido de unos instrumentos que parecen estar hechos de acero. Haake genera un manto protector a través de su contundente doble bombo y sus latigazos a los palos a contratiempo. Al unísono suena la guitarra rítmica, así como el propio respirar de cada uno de los miembros, porque no fallan una nota ni en quinientas vidas. No podía faltar el papel de Kidman, que escapa de la dimensión tangible berreando rugidos ensordecedores. De verdad que analizar cada una de las partes es asfixiante e improcedente, porque cada tema parece estar compuesto para no ser desmembrada ninguna de sus piezas. La gravedad, de una densidad atroz, no permite separar ninguna de las partículas. Todas se encuentran reunidas en un núcleo irreductible.
Pero la batalla final, definitiva, al menos en este trabajo, viene a cargo de Dancers to a Discordant System. Magistral absolutamente todo la instrumentación y sus variadas secciones. Transita en una línea más lenta, menos machacona, con incluso conatos de melodías. En este contexto, no es de extrañar que Kidman baje a terrenos no tan salvajes, quizás solo macabros, susurrando y murmurando virulencias líricas. Esta aparente moderación es solo un espejismo porque tal furia parece ser difícil de gestionar, de controlar por largo tiempo. El despliegue instrumental, como dijimos unas líneas más arriba, es soberbio. Dinamismo a través de largos pasajes, donde Thordendal hace delicias solistas guiadas por una rítmica seductora. Un cierre colosal a una auténtica obra de arte dentro de los congéneres del metal extremo.
Meshuggah, reyes absolutos del Djent
Para antes del lanzamiento de ObZen, Meshuggah ya era una banda de culto, de orígenes underground y con una reputación generalizada. Su salto cualitativo y cuantitativo en relación con trabajos previos es mayúsculo, dejando a gran parte de las bandas punteras en un segundo nivel en cuanto a brutalidad y virtuosismo.
Fueron quienes se encargaron de abrir nuevos horizontes, de romper los márgenes establecidos, tanto dentro del progresivo como dentro del metal extremo, siendo referencia e influencia para decenas de miles de músicos en todo el mundo. Por muchas razones, desde ProgJazz no podemos dejar de lado a los ruidosos y salvajes escandinavos.