Mike Stern en Chile: Uniendo con el diálogo

Hablar de Mike Stern es referirnos a la esencia del jazz como un diálogo permanente entre quienes conforman cada parte de la obra. La simbiosis de fuerzas naturales y habilidades especiales para dar forma y vida a la pieza musical. En el caso de Stern, un virtuoso cuyo fanatismo por B.B. King, Jimi Hendrix y Eric Clapton fue clave en su aproximación a la guitarra durante su infancia, no hay duda respecto a su integridad como artista y estudioso de un estilo que mide innovación, talento y, sobretodo, la capacidad de expresar y construir una atmósfera. Todo aquello que hace del músico nacido en Boston hace 71 años una figura entrañable e inspiradora para las nuevas generaciones de músicos y melómanos amantes del sonido sincopado.

Mike Stern es un hombre de mil mundos e historias. Integrante histórico de Blood, Sweat & Tears, colaborador de Billy Cobham y elemento gravitante en el regreso de Miles Davis al estudio tras una década de ostracismo, compañero de ruta de Jaco Pastorius durante su etapa de caída libre. Y adjunto a los lugares comunes e hitos en su carrera (y mil nombres más en su recorrido), dueño y creador de un catálogo discográfico que define los principios del jazz-fusión como un impulso a hacerlo más elegante y colorido. Su última producción, titulada “Eleven” (2019, en conjunto con el afamado tecladista Jeff Lorber), lo muestra como lo que viene siendo desde la década del ’80, un referente de la guitarra en el jazz que pone en cada nota una parte de su distintivo sonoro como si fuera su sangre.  Es lo que distingue a Stern como un músico que va más allá del virtuosismo de escuela y proyecta su identidad en base a buen gusto y la intención de transmitir un mensaje o un sentimiento.

Antes de profundizar en el nuevo encuentro entre el maestro y el público chileno (una de sus estaciones en Sudamérica, junto con Argentina y Uruguay, ambas con una serie de fechas en dichos países), debemos resaltar la apertura a cargo del eximio guitarrista chileno de origen mapuche Fernando Raín. Su firma artística cultiva una rica fusión entre el lenguaje del jazz tradicional y las raíces de su tierra, al punto de que su sonido parece bañado en ambos mundos para terminar diseñando el suyo. Como ocurren en el inicio con “Papel de Plata”, donde la sensibilidad de su estilo nos sumerge de inmediato en su propuesta. O en la siguiente “Arrurrú”, donde pasa con maestría de la paz interior a un torrente de lava en plena erupción.

La inédita “Desierto Florido”, con dedicatoria a las mujeres de su familia, nos adelanta el futuro inmediato de Fernando Raín como promesa hecha realidad en cada nota y fraseo. Un relato, el dibujo de un paisaje, una película, y canalizando dichas sensaciones con un toque de sabor y energía suficiente para mantenernos en el trance de su propia autoría. Un orgullo para Chile y Sudamérica apreciar la propuesta de un joven músico e instrumentista que hermana la electricidad del jazz con la desnudez del sonido latinoamericano en la guitarra.  

Pasaron apenas 10 minutos de descanso y el quinteto de Mike Stern inaugura un nuevo viaje en suelo chileno, inaugurando la velada con “Like a Thief”, con la voz de Leni Stern (también a cargo del N’goni, instrumento de cuerdas africano) sirviendo de luz guía en esta primera estación. Precedida de las palabras del maestro agradeciendo al público chileno, y con la actitud cordial que le ha valido el cariño de generaciones de fanáticos y discípulos, la música de Mike Stern amanece en el escenario con la aparición progresiva del resto de la banda. La presencia de Leni es significativa porque, además de ser la compañera de Mike, le otorga como instrumentista experimentada a su propuesta un tinte de expresión que invita hasta a la propia crítica a acercarse a su corazón. Belleza pura, conmovedor en su inmediatez sin perder el hilo conductor.

El brío indomable de “Out of the Blue” y el temple imponente de “You Never Know”, se unen en un sentimiento de blues y rock ejecutado con la exquisitez propia de Stern, un músico que no tiene empacho en abrazar otros senderos en favor de la obra. El saxo de Bob Franceschini sincroniza con la Telecaster de Stern como hermanos de toda una vida, mientras el bajo de Javier Malosetti sostiene cual columna la profundidad de los misterios que se abren al gusto sin discriminar, siempre con su su propia voz aportando ideas a la conversación sónica. Con la pegada de Juan Chiavassa en la batería, el sonido de la “inmensa minoría” completa su forma como una criatura que avanza y mira a los lados solamente para dar el siguiente paso en su propia expedición de sonidos.

Lo que ofrece y presenta Mike Stern en vivo, a lo largo de los casi 90 minutos de música para el gusto universal, se siente como una nueva experiencia, tanto para quienes recién se abren las puertas en el jazz de fina selección como en los iniciados que llevan décadas empapándose entre vinilos, conciertos y libros acerca de un estilo musical que marcó la pauta de la cultura popular durante el siglo pasado. El protagonismo propio de un líder, adquiere sentido con los momentos solistas de Malosetti y Franceschini, ambos profesores y doctores en sus respectivos instrumentos, y también cultores de sonidos que se mueven con inteligencia y, sobretodo, certeza según el pasaje en que se sitúan. De la misma forma en que la batería de Juan Chiavassa, del groove elegante y sólido que exige el jazz bien ejecutado, suelta espasmos de bestialidad y locura sin perder el control.

El fiato entre Mike y Leni, tiene todos los ingredientes de una pareja que ha construido lazos personales y artísticos en pos de un mismo objetivo. Y es que Mike Stern, a diferencia de otros virtuosos que se rigen bajo las normas de la clínica, entiende mejor que nadie el cómo la gente siente la música. Nadie escucha música por apreciar la mejor pieza jamás escrita, sino por algo tan simple como real: ser feliz. Difícil encontrar otra explicación al puñete blusero con baldazos de funk con que el escenario del Teatro Oriente se convierte en una fiesta, una celebración a la buena música, la que nos hace sentir como en el living de la casa o en compañía de buenos amigos.

La inclinación a lo popular por sobre la “academia”, queda de manifiesto en una versión llena de ternura y emoción de “La Soledad”, el clásico del malogrado cantautor Pablo Milanés. No es solamente la maestría instrumental, sino el español pulcramente fluido de Leni lo que nos habla de una artista que acumula latitudes recorridas, siempre absorbiendo como esponja una parte del mundo latinoamericano o similares (recomendamos encarecidamente tasar su extensa discografía en solitario).  Y ya que hablábamos del gusto por el blues desde el estómago, Mike Stern nos dice adiós con un blues con aroma a licor añejo, a la usanza de los Clapton-Beck-Hendrix y otros próceres que también la tenían clara sobre lo que importa más allá de la técnica.

Hay una impresión en común para quienes somos testigos y partícipes de cada ocasión en que, como solemos decir en Progjazz.org, nos vestimos de etiqueta ante el catedrático de turno en el escenario. Y es el lujo que implica dejarnos envolver por el espectáculo brindado por un referente que no busca nada más en el directo que pasarla bien con nosotros. Lo dijimos al inicio de nuestra crónica, y tiene que ver con la importancia del diálogo. Un diálogo que permanece en el oído y en los sentidos. Es lo que le retribuimos a Mike Stern, además de la mejor música; el diálogo como herramienta de unión y entendimiento.

Escrito por: Claudio Miranda
Fotos: Miguel Fuentes

Audiovisual de profesión, melómano por gusto y periodista musical desde el estómago. Amante de la música pesada y el rock de vanguardia, tanto de viejo cuño como lo nuevo. Desconfío de quien reniega de Jimi Hendrix en la música.

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