A una década de “The Raven that Refused to Sing (and other Stories)”

Hablar sobre Steven Wilson te lleva instantáneamente a asociar su nombre a la experimentación y a la inquietud musical, a una manera de entender el arte como una actividad en constante desarrollo. Sus trabajos desde sus inicios son interesantes a la vez que brillantes, aglomerados en una trinchera estilística en la que el progresivo es una de sus armas más utilizadas. Aun con todo, en el momento en el que Steven Wilson anunciaba The Raven that Refused to Sing (And Other Stories) en 2013, pocos se esperaban una obra que reuniese los ingredientes utilizados o, mejor dicho, en esas dosis y en ese nivel.
El álbum en cuestión, que cumple su primera década de vida, se mueve por unos caminos, de alguna manera, novedosos para Steven Wilson. Sobre derroteros mucho más complejos y virtuosos de lo esperado. Los temas siguen una de las líneas clásicas de los 70, desde la panorámica donde la musicalidad y la improvisación van de la mano. En cuanto a las letras, narran historias sobrenaturales, influenciadas por el simbolismo oscuro y misterioso del rey del relato corto, Edgar Allan Poe. Pero…¡No nos extendamos más y vayamos a la acción!

La música en “The Raven that Refused to Sing (and other Stories)”
El arranque no puede más que corroborar la hipótesis inicial. Cada una de las secciones con las que se inicia Luminol son totalmente impredecibles, manteniendo al oyente en alerta, negándole la tranquilidad que te da la música previsiblemente estructurada. Minnemann a los palos y Nick Beggs con las cuerdas gruesas calientan motores con una intro extasiada de groove y dinamismo. En el transcurso, punteos junto a la deliciosa flauta a lo Jethro Tull de Theo Travis ofrecen colorido a un tema plagado de capas sonoras. La galáctica formación (Steven Wilson, Guthrie Govan, Nick Beggs, Adam Holzman, Marco Minnemann y Theo Travis) ya está al completo. Ya está en acción.
La estructura rítmica batería-bajo no desaparece, y es que entran y salen casi que de manera improvisada instrumentaciones varias. Pareciese como si se tratara de una jam session si no fuera por las paradas intermedias a cargo de la nostálgica voz de Steven Wilson. Ahora, la flauta y el piano, cada uno en su propio espacio dentro de la trama, se encarga de introducirnos fielmente en la lírica. Nuestro cerebro razona, entiende lo que se cuenta, pero son nuestros oídos los encargados de interactuar en la narración. La cima sensorial se concentra con el monopolio sonoro del mellotron, creando una atmósfera oscura a la vez que melancólica. Una enorme influencia de King Crimson en un tema en el que, por cierto, colabora a las voces Jakki Jakszyk. Casi nada.
El impacto de Mikael Åkerfeldt y el haber trabajo en la producción e incluso composición de los trabajos del sueco se nota en el inicio y desarrollo de Drive Home, segundo tema del álbum. Hay detalles, destellos, muy al estilo Opeth, como la guitarra inicial, que destila sensibilidad a raudales. Una línea ya trazada por Steven Wilson en solitario, pero que gracias a la experiencia con Åkerfeldt logró perfilar y perfeccionar brillantemente. La sección vocal de Wilson es simplemente sublime, una delicia. Combina momentos bajos, de melancolía, con otros algo más altos que, en un intento por despegar, mantiene al oyente cautivado ante la preciosidad y belleza transmitida. Pero si creemos haber experimentado la más alta hermosura musical, Guthrie Govan se encargará de hacernos ascender a un nivel todavía mayor, a otra concepción difícil explicar a través de las palabras. Punteos lentos con una finura sobrehumana destilan un encantador aroma perfumado. Progresivamente, gana en velocidad y virtuosismo, pero sin perder la intensa carga emotiva previa.
“The Holy Drinker“ se podría definir a modo de resumen como una free jazz King Crimson/Opeth. Aquí, la creatividad es apreciable hasta en el respirar de los propios músicos. Instrumentos de teclas y de viento se responden en un espiral de autosuperación. A los pocos, los punteos de Govan, recrean un duelo, ahora tridimensional, tomando el protagonismo total por momentos. Suena a ratos sucio o limpio según lo requiera la ocasión, desplegando una exquisitez desbordante. Aquí se nota su inconfundible huella. Tras un rato de locura, Steven Wilson pone algo de orden apagando la instrumentación y entonando una de sus habituales y gélidas melodías. De repente, el ambiente está congelado cuando hace escasos segundos se libraba una explosión sonora. Todo vuelve a su origen y la tormenta desenvaina de sus entrañas un teclado tétrico y un riff fantasmagórico. Últimos suspiros antes del silencio más absoluto. Acabamos de presenciar una estrambótica expresión musical de altos quilates.
En “The Pin Drop“ sale a relucir la esencia más personal de Wilson, fría y nostálgica, enfocándose toda la atención en la parte vocal. Líricamente tiene un carácter negativo y pesimista, un arrepentimiento de todo lo no hecho, lo no expresado y de la importancia de aprovechar el tiempo. Una especie de tempus fugit. La instrumentación sirve de apoyo, encajando algún que otro arreglo, pero con el cometido de dar consistencia al tema. Así, Theo Travis y Guthrie Govan aportan sendos solos de gran calibre. Supone el temas más corto y accesible, el que se aparta más de la idea general.
Como vemos, la segunda mitad del álbum toma un cariz más tranquilo y nostálgico, depurando todo rasgo de frenetismo y excesivo virtuosismo anterior. “The Watchmaker“ comienza con unos acordes y arpegios electroacústicos, aclimatando y contextualizando la aparición de Wilson, que se encargará de sacar su parte más emotiva, relajando nuestros sentidos. ¡Es que el ritmo previo fue arrollador! La dulzura de la flauta nos retrotrae a una pradera cálida, otoñal, que parece querer recordarnos experiencias pasadas. Con el transcurso, la composición se vuelve más dinámica y alegre, todo parece apacible. Guthrie Govan vuelve a hacer magia con otro solazo de auténtico maestro. Barridos, escalas a la velocidad de la luz que esconden detrás preciosas melodías desordenadas. Otra joya en esta mina de diamantes.
“The Raven That Refused to Sing“ es en palabras del propio Steven Wilson: “el tema más bonito que haya compuesto nunca”. Unas palabras contundentes, una declaración de intenciones de la importancia de este corte. Así, un piano lento y melancólico estructura el inicio al que se une la voz, casi susurrada, de Wilson. Esta sección del británico es excelencia celestial. La entrada del violín agudiza todavía más las sensaciones a transmitir. Govan no podía quedarse atrás y redirecciona la composición. Poco a poco, todos los partícipes se reúnen para llevar, no solo el cierre del tema, sino la totalidad del álbum, hacia la inmensidad del infinito. Ya nada queda, reina el más absoluto silencio, pero en nuestra mente, en nuestro cerebro y en nuestro corazón, se absorbió parte de la eternidad de esta obra maestra
Conclusiones
«The Raven that Refused to Sing (And Other Stories)» es el producto final del proceso creativo de mentes brillantes, que no conocen los límites de la música, y cuya experiencia acumulada no hace más que brillar cada nota. Inspiraciones cegadoras divinamente expresadas y ejecutadas. No es fácil desarrollar y dar orden a tantas y tan magistrales ideas.
Por su parte, se fraguó uno de los álbumes más increíbles y excelentes de lo que va de siglo, y sin duda, uno de los mejores de un género tan longevo como extenso. El mérito fue zarandear el rock progresivo, no abandonar su esencia, tanto su resultado como su proceso, manteniendo el sonido orgánico que tanto le caracteriza pero sin renunciar a los avances y recursos de la modernidad. Las décadas pasarán, y el valor y excelencia «The Raven that Refused to Sing (And Other Stories)» no hará más que crecer. Obra de arte.