Semiramis y el trágico concepto de «Dedicato a Frazz»
¿Qué nos pretende transmitir esa cara misteriosa que nos observa a medias, como de soslayo? Difícilmente nos pongamos de acuerdo en una única respuesta, pero sí podemos intuir, por la intensidad y los colores elegidos, que los secretos que oculta nos van a sacudir el alma, ¡y de qué forma!
Semiramis es otra estrella en el firmamento de las bandas de rock progresivo italiano que supo, lamentablemente, existir por muy poco tiempo. Su nombre hace referencia a la legendaria reina de Asiria y fundadora de la ciudad de Babilonia. El grupo, que inició la actividad en 1970 llamándose “Ipotesi di una Metamorfosi”, se formó con Maurizio Zarrillo en los teclados y sus primos Marcello Reddavide y Memmo Pulvano en bajo y batería respectivamente –todos con quince años–; se sumaría a esa primera formación Maurizio Macos en la voz.
En 1972 el hermano de Maurizio, Michele Zarrillo (con 16 años), reemplaza a Macos y se hace cargo también de la guitarra –de la que ya era considerado un virtuoso– y cambian su nombre al mencionado. Ese mismo año llegan a presentarse en el festival Villa Pamphili en Roma. En el año 1973 Paolo Faenza toma el lugar de Pulvano en la batería, y se suma asimismo Giampero Artegiani en guitarras y sintetizadores, ampliando el espectro sonoro de la banda.
Con esa formación, Semiramis registraría Dedicato a Frazz, el disco que sustenta estas palabras. Este es un álbum conceptual, que narra la historia de un payaso solitario llamado Frazz. El nombre del personaje es un acrónimo compuesto por las iniciales de los apellidos de los músicos del grupo (Faenza, Reddavide, Artegiani, Zarrillo, Zarrillo). En la historia, Frazz se desencanta de la realidad del mundo que le rodea. La falsedad que percibe a su alrededor choca con su corazón, que sólo buscaba la belleza y la fantasía, por lo que Frazz finalmente termina con su vida.
Esto el grupo lo retrataba en sus espectáculos en vivo de una manera teatral, utilizando un muñeco de una manera similar a como lo hiciera en la misma época Alusa Fallax. Artegiani iba vestido como Frazz y, antes de la última pieza del álbum, las luces se apagaban, apareciendo luego un maniquí (con la misma ropa) colgado en una horca, con el fin de dar una impresión realista al público.
El álbum fue editado por el sello Trident, y el arte de tapa –tan brillantemente compuesto y original– lo diseñó Gordon Faggeter, un pintor inglés y ex baterista basado en Roma. El arte interno poco tiene que ver con la tapa: es un paisaje de criaturas con eclécticas expresiones y formas, aunque siempre rodeadas de cierto misterio y herramientas comunes a muchas otras obras gráficas de discos de la época.
El disco
Un sonido alarmante de teclas, con idas y vueltas entre octavas, más una secuencia frenética -ascendente y descendente– de sonidos de vibráfono da inicio al primer tema del disco: La Bottega del Rigattiere (la tienda de chatarra). La guitarra acústica inicia una melodía tensionante y repetitiva, a la que se suman el sinte, el bajo, el hi-hat a contratiempo, y la voz, creciendo paulatinamente hasta un redoble que da entrada a la eléctrica y al clave. Van algo más de sesenta segundos y el cerebro ya no sabe a dónde ir. Se le da un corte con la suavidad de la acústica, pero la eléctrica regresa histérica y la voz la acompaña de manera impecable, cerrando con una carcajada bufonesca y un arreglo en donde participan todos.
La cosa se vuelve apenas un poco más calma, con un intermedio en donde suenan nubes de sonido sintetizado, y un diálogo entre la guitarra y el bajo. Se incorpora un solo de teclas, previo al regreso de la voz. La salida la protagoniza la eléctrica con el mismo ritmo frenético que antes, y se cierra con la calma del vidrio y el colchón sonoro del bajo y el sinte. Una voladura de cabeza en apenas seis minutos.
Luego de la intensidad de la primera pieza, uno puede pensar que esto va a caer. Pero no: Luna Park (parque de atracciones) inicia a una velocidad e intensidad aún mayores. No es necesario escuchar más a Michele para saber que bien ganado tiene el mote de virtuoso. La pausa necesaria la da la acústica, para darle ingreso a la voz. El órgano inicia una línea algo hipnótica, y se le agregan el bajo y la batería paulatinamente, hasta que la eléctrica retorna. Unos acordes del piano, el sinte y las campanas vuelven a dar un tono más suave, y se repite el proceso anterior. Finaliza la vuelta al mundo a velocidades supersónicas iniciando con el piano, al que se le suman el resto de los instrumentos, aunque la guitarra eléctrica es la que toma el protagonismo.
Uno Zoo di Vetro (un zoológico de cristal) inicia con paso tranquilo en la acústica, el sinte, el caminito del bajo y unos tambores bien marcados. El órgano se presenta con un paisaje tenebroso, tétrico, abriendo el telón para los efectos especiales de algún sinte y la potencia de la eléctrica. Esta fórmula sigue por algún tiempo, intercambiando los actores principales, hasta que una escala descendente –una caída– nos deposita en la tranquilidad del comienzo. El vidrio en soledad agrega una cuota de misterio, como si estuviésemos encerrados en una sala a oscuras en donde nos persiguen imágenes parpadeantes, y así se termina.
Continúa con Per una Strada Affollata (para una calle llena de gente), en donde la atmósfera parece más divertida y saturada, haciendo honores a su título. Todos corren en un delicado balance hasta la pausa; un silencio y una guitarra acústica deliciosa nos presenta el remanso, la guarida de las miradas. Uno a estas alturas se pregunta cómo se pueden conjugar tantos estados en tan poco tiempo –los temas no son lo largo que suelen ser en el progresivo– y, sin embargo, pasa por todos los colores del arco iris, sin perder de vista ninguno. Se vuelve con un corte al caos, con las dos teclas complementándose, Paolo dándole a la batería como si no hubiera un mañana, los dedos de Michele acelerados a motor, y dejando la vida en la voz.
Dietro una Porta di Carta (detrás de una puerta de papel) arranca con acordes de sinte, más abajo, con un tono más nostálgico. Complementan este estado la voz y la acústica. La incorporación del bajo y unas notas bien agudas en el sinte le cambian algo la impronta, haciendo una melodía un tanto hipnótica. Se va tornando más acelerada a medida que pasa el tiempo, aunque no tanto como las anteriores; en un momento Michele hace magia en la eléctrica, y unas frases del órgano, muy bien complementadas por la sección rítmica, resuelven esta pieza de una manera fantástica.
El protagonista del disco le pone el título al anteúltimo track. Frazz empieza frenético, y en unos pocos segundos se aplaca. Bien presente, el bajo marca la cadencia y lo acompañan unos sonidos futuristas en el sinte y la acústica, hasta que se rompe todo. El órgano es el que produce la disrupción, y la guitarra, el bajo y la batería juegan una carrera hasta el abismo. La nube del sinte los salva, y los devuelve a todos a un sonido bien compacto, con destellos de la eléctrica. Hacia el final, luego de algunas frases cantadas, el ritmo se apacigua, más no la intensidad.
Cierra la obra Clown, y, como no podía ser de otra manera, empieza rápido, muy rápido. Un fill en la batería, y el sonido vuelve a volarte la cabeza. La combinación de órgano, sinte, y, sobre todo, la eléctrica, es mortífera; el bajo y la batería tampoco se quedan atrás. Es toda una masa homogénea de sonido a la yugular. Sin anticipo alguno, se vuelve suave como seda caminando en la acústica, el bajo y los vidrios, para irse definitivamente hacia la eternidad.
Dedicato a Frazz de Semiramis es, verdaderamente, una gema. Los niveles de ejecución de cada uno de los músicos son impecables. Lo dan todo, sin concesiones. Si bien se le atribuye la composición a Michele, en una entrevista a Faenza, del año 2020, confiesa que partieron de sus ideas, pero que todos contribuyeron a la creación musical. El que escribió la “novela” de Frazz fue Reddavide, y en el estudio aparecieron los temas como aporte colectivo. Más allá de que la calidad del sonido de la grabación no sea la mejor, son completamente perceptibles los arreglos, las combinaciones de sonidos, las sutilezas, que, dicho sea de paso, surgen diferentes en cada escucha. Es como si fuera mutando, o abriéndose de a poco. Esto no sucede muy a menudo, por lo menos a mí, y eso hace que lo considere casi mágico.
Más allá de que se pueda reprochar en algún punto la repetición de recursos –velocidad, calma, velocidad, calma– no resulta para nada excesiva, ya que, como se mencionó anteriormente, las piezas son de longitudes relativamente cortas para el progresivo, y el concepto general está muy bien logrado. Las combinaciones sonoras son realmente únicas, se logran paisajes inéditos, tanto para la oscuridad como para lo luminoso, muestra del desparpajo de unos adolescentes sin prejuicios a la hora de la creación. Es completamente recomendable su escucha, y ojalá que les suceda al menos una pizca de lo que me produce cada vez que decido prestarle las orejas.
Créditos
- Michele Zarrillo: guitarras acústicas y eléctricas, voces, composición.
- Maurizio Zarrillo: piano, órgano Eminent, piano eléctrico, sintetizadores, clave, sistro.
- Giampiero Artegiani: sintetizadores, guitarra acústica y 12 cuerdas.
- Marcello Reddavide: bajo, campanas, FX.
- Paolo Faenza: batería, percusión, vibráfono, FX.