Este sería el tercer disco de Aphrodite’s Child, conformado en París por los exiliados griegos Demis Roussos, Vangelis Papathanassiou, Lucas Sideras y Silver Kouloris. Si bien sus dos primeros álbumes estuvieron concebidos como obras de psicodelia pop – al estilo de Procol Harum – en este caso Vangelis dio rienda suelta a su imaginación y pensó un disco doble conceptual, basado en el libro de las Revelaciones de la Biblia, titulado nada más ni nada menos que 666. Estos ingredientes – que sirven ya de una buena base para una obra progresiva – sumado al estilo compositivo vanguardista, serían, de alguna manera, el punto de inicio para la separación definitiva de esta agrupación.
Si bien el disco se editó en junio de 1972, su génesis data de finales de 1970, terminándose de grabar a principios de 1971. Kouloris había regresado a París, luego de cumplir con el servicio militar en su país de origen, y se encontró con un clima de descontento general con relación al resto de los miembros. Cuenta la leyenda que Vangelis tenía su cabeza puesta en proyectos más ambiciosos artísticamente, mientras que el resto – Roussos a la cabeza – deseaba continuar con la vena pop que les había brindado un cierto éxito.
Independientemente de estas diferencias, lograron grabar este último disco, con Vangelis como principal compositor y productor, llevando las riendas del proyecto. Contó con el apoyo del director de cine Costas Ferris, quien estuvo a cargo de las letras. Luego de estar completado, Mercury Records se negó a ponerlo a la venta, aduciendo que el álbum era poco – o nada – comercial. Se hizo hincapié en el tema «∞» (Infinity), que originalmente duraba ¡39 minutos! y que finalmente Vangelis editó, para dejarlo en unos cinco y poco más. Luego de varias historias, que incluyen hasta a Salvador Dalí – y que dejamos para otra ocasión – el disco terminó lanzándose en junio de 1972 bajo la subsidiaria de progresivo de Mercury: Vertigo Records.
Yendo al arte, si bien es simple, creo que está perfectamente balanceado; los colores rojo y negro, la disposición del número, y las acotaciones en amarillo, dan lugar a una composición típica del infierno, que asociamos y alimentamos en nuestras mentes gracias, en gran parte, a nuestra educación y “valores” occidentales y cristianos (lejos estoy de aferrarme a ellos, por eso las comillas).
Comienza con The System, con una frase en tono de protesta, y bien logrado está el ambiente, que nos sitúa en una calle, con gente manifestándose con esta consigna. Babylon comienza con un ritmo – y una guitarra con cuerdas de nylon – que bien podría ser de cualquiera de sus dos discos previos. Tiene un tono pegadizo que Demis bien sabe llevar con su voz, y hacia el final aparece una línea de guitarra algo interesante, que trabaja como un preludio.
Pero ese anticipo prometedor se corta de raíz, dando paso a Loud, loud, loud, en donde suena una melodía muy simple en el piano (de dos acordes), y un texto narrado. Es llamativa la voz, o bien se quiso evidenciar que lo hace un niño, ya que suena ceceosa, salida de una boca repleta de metales de ortodoncia. Luego sigue The Four Horsemen, donde nos trasladamos a un entorno pacífico, con Roussos haciendo gala de su tono. Este pasaje se debate entre esa tranquilidad acompañada por el sonido de campanas y la voz de Demis, y un verso más rockero, con toda la banda sonando bien amalgamada. The Lamb se abre paso con un sonido muy bien logrado a oriente medio, con instrumentos de cuerda pulsada y de viento.
The Seventh Seal desacelera el tempo y nos deposita en un ambiente de reflexión. La narración se adapta perfectamente a ello, y da paso a Aegian Sea, donde se transmite tranquilidad con sus intervenciones corales, el acompañamiento desde los teclados de Vangelis y las notas puntuadas del bajo. Suena también una guitarra simple pero efectiva. Seven Bowls rompe con la armonía, y se escuchan voces recitando y algunos sonidos sueltos por detrás; la transición continúa con The Wakening Beast, con los vidrios resonando y anticipando el Lament, donde pocas veces un nombre estuvo tan acertado (o la composición e imagen tan adecuadas al título, como usted lo quiera interpretar).
The Marching Beast rompe la atmósfera, en un diálogo entre teclados y bajo muy interesante, que decanta en el piano y un final abrupto. The Battle of the Locusts muestra, de forma condensada, lo bien que sonaba la banda en un formato convencional. En la misma línea sigue Do It, en un tempo bien rápido, resaltando el trabajo de la batería y la guitarra. Un breve pasaje con sonidos de vientos, Tribulation, da lugar a The Beast, que suena a rock, y hasta con un tufillo a broma por las voces. Ofis y Seven Trumpets son preámbulos circenses a Altamont, donde suena una base densa, acentuada por el bajo de Demis, y se vuelve a utilizar el recurso de los vientos, y hacia el final, el recitado.
The Wedding of the Lamb regresa con los tonos orientales, con una percusión y coros bien logrados. Un solo de batería sirve de enlace con The Capture of the Beast, donde la imagen se vuelve más cortada; se siente la tensión gracias al sonido del latido de la batería, aunque hacia el final se descomprime con los sonidos de los teclados de Vangelis. Infinity, la polémica del disco, pinta un paisaje orgásmico, y particularmente me resulta difícil imaginar cómo pudo Vangelis pensar esto, originariamente, como una pieza de casi cuarenta minutos, o bien podría decir que entiendo a las personas que estuvieron encargadas de decirle que eso no podía venderse; creo que a veces, en el afán de ser vanguardista, ciertos artistas atraviesan límites que son innecesarios. En este caso, hasta los pasados cinco minutos me resultan aburridos y carentes de atractivo.
Hit et Nunc vuelve a la música “normal”, con un arreglo cómodo y sencillo, como si se quisiera compensar lo anterior. No obstante, aparece como penúltima pieza All the Seats Were Occupied que se extiende por diecinueve minutos y medio, y creo necesario aclarar que me resulta algo excesivo; si bien la duración nunca fue una restricción en el progresivo, cuesta seguir el hilo conductor a estas alturas. Comienza con un rasgueo de guitarra y una melodía agradable en lo que parece ser un Clavinet, mientras se va tejiendo el entramado de la primera parte de este track. Continúa como una especie de zapada, con algunas intermitencias, hasta calmar las aguas y volver al punto de reflexión (el que persiste en todo el disco), para retomar con lo anterior. La melodía se va apagando con unos tambores como protagonistas, se pronuncia el título del tema, y finaliza en un caos – o en el orgasmo de Infinity – Break cierra el álbum, siendo algo más convencional, con un piano simple como anfitrión. Aparecen algunos sonidos agradables en la guitarra, secundados por uno de los famosos colchones sonoros de Vangelis. Termina con un el pronunciado del «do it».
Está claro que el disco resulta controversial, anticomercial, y tiene muchos condimentos para la clasificación de progresivo o vanguardista; creo que estos son los principales motivos por los que devino en un disco de culto. Más allá de ello, considero, como expuse en algunos párrafos, que se presentan algunos excesos que no terminan de ser digeridos por mis sentidos. Tal vez sean necesarias varias escuchas más, como tantas veces sucede, para terminar de entenderlo; o no, simplemente dejarlo ir para que lo aprovechen aquellas personas que quieran, celebrando esa democracia verdadera que nos regala la música.
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