En este mes de abril que culmina, se cumplieron 50 años de la edición del álbum debut de Aquelarre.
Cuando se disolvió Almendra a fines de 1970, el Flaco Spinetta dijo, con su joven madurez: «no nos dividimos, nos multiplicamos». Y no puedo más que darle la razón. De sus cenizas salieron tres bandas, todas fundamentales para la historia del rock argentino. Edelmiro Molinari formó Color Humano con Rinaldo Rafanelli y un joven David Lebón como baterista. Spinetta, luego de un viaje a Europa y de un disco solista, concibió Pescado Rabioso con Black Amaya, Bocón Frascino y Carlos Cutaia. En tanto que la base rítmica de Almendra, Rodolfo García y Emilio del Guercio, le dieron forma a la banda que nos ocupa, Aquelarre, junto a Héctor Starc en guitarra y a Hugo González Neira en teclados y voz. Vaya si se multiplicaron…
Aquelarre es, para mí, el primer disco de rock progresivo de Argentina. Los antecedentes previos más cercanos son el primero de Arco Iris (1970), más tirado al prog-folk, y el primero de Alma y Vida (1971), con un sonido bien en la onda «Chicago» o «Blood Sweat and Tears», a puro bronces. Y paremos de contar.
Para contextualizar la importancia de este disco, podemos decir que en UK, donde todo empezó, el género no había llegado aún a su punto culminante. Yes no había grabado Close to the Edge, Emerson Lake and Palmer iba por su segundo disco (Tarkus), Genesis recién pelaba Nursery Crime y a Pink Floyd le faltaba un año para consagrarse con Dark Side of the Moon. King Crimson y Jethro Tull son las referencias más directas, con cuatro discos cada uno en la calle para el verano de 1972, que es cuando se grabó este álbum, que lleva por título el nombre de la banda.
Podemos decir sin ponernos colorados, que Aquelarre hizo vanguardia desde Sudamérica, porque su primer obra no se parece a nada de lo ya existente, por más que las influencias estuvieran ahí. Afirmo lo antedicho porque lo que distingue a Aquelarre es la original mixtura que proponen, a partir de lo que aporta cada integrante. La famosa suma de las partes o mejor aún, la «sinergia» que se produce a partir de la combinación de varios factores actuando en conjunto.
A Héctor Starc, devoto de la escuela Hendrix, le decían «Bola de Ruido». Sus punteos filosos, sus riffs de hard rock y su viola distorsionada se complementan a la perfección con el novedoso clavicordio de González Neira, que venía del palo del rhythm and blues y el jazz. Ambos navegan sobre la base rítmica ya consolidada de los ex Almendra, Rodolfo García en batería y Emilio del Guercio en bajo y voz, que además aportan la vena latina, la lírica Spinetteana y esos coros tan prolijos que nacieron unos años atrás en los ensayos de la calle Arribeños, donde se gestó aquella mítica banda fundacional del rock Argentino. La voz principal se la reparten entre Del Guercio y González Neira. Si bien los temas figuran firmados por Aquelarre, entiendo que el compositor principal era Emilio, aunque había aportes de todos. Cuatro solistas que cantaban y componían. Era un verdadero seleccionado.
Otro contexto que vale la pena destacar del debut de Aquelarre es el político. En efecto, las letras de las canciones, repletas de simbolismos, reflejan cabalmente el agitado clima de convulsión que se vivía en la Argentina de 1972. Esto se haría más palpable en los discos subsiguientes de la banda, particularmente en el tema más conocido del grupo «Violencia en el Parque», editado como simple en 1973 y prohibido por el gobierno militar a partir de 1976.
El álbum tiene seis temas, tres por lado, inteligentemente balanceados. Aquelarre empieza y termina con los temas más rockeros, o por lo menos, que tienen riffs dominantes de hard rock, como la apertura de Canto, Desde el Fondo de las Ruinas y el cierre con el monumental Movimiento. En el medio tenemos el prog-folk con guitarra slide de Cantemos Tu Nombre; los temas Almendra 2.0 de Emilio, belleza pura, como Yo seré el Animal, Vos Serás mi Dueño y Jugador, Campos para Luchar y mi favorito del disco, Aventura en el Árbol, que es un blues progresivo, si cabe el término.
Este último es el tema más largo, casi 9 minutos, música de Starc y letra de Del Guercio, que es un blues deformado hasta la mitad del tema. Luego toma vuelo hacia otra dimensión, a partir de un riff que se repite permanentemente y que va in crescendo, al estilo del Bolero de Ravel, hasta que vuelve a su forma blusera original, para finalizar con un exquisito e inesperado toque Yes. La intro de guitarra que hace Starc en «Aventura en el Árbol» es espectacular, como pidiéndole pista a Pappo Napolitano en el estamento de los guitar hero argentinos. El «Ruso» David Lebón se sumaría al podio recién al año siguiente, con su gran álbum debut.
Hector Starc ha declarado alguna vez que éste es el disco más crudo de la banda, ya que casi no tiene overdubs. Lo que se escucha es tal como lo reproducían en vivo. La Revista Pelo, medio de comunicación «oficial» para todo rockero argento de hace medio siglo, recibió este disco con alabanzas. Esto decía la reseña de este álbum, en abril de 1972:
«Digamos la verdad: después de los surgimientos de Almendra, Manal y Arco Iris, muchos pensaron que la exploración de un sonido nacional se había acabado. Es mentira. Y hoy está la prueba: se llama Aquelarre… Una nueva (extensión) posibilidad para la música popular argentina… Todo indica que estamos transitando por una nueva etapa en el rock: por los grupos, los recitales, los discos como éste. Pero eso es un reflejo de que existe una vocación general por cambiar la cosa. Ellos también lo dicen: Oigan, vayamos a luchar, la historia se murió».
La profecía fue certera. Aquelarre, con este disco, subió la vara del rock argentino, dominado por entonces por el blues pesado y el rock and roll, y le abrió camino a las grandes bandas progresivas que vinieron después, como Crucis, El Reloj y Espíritu, entre muchas otras.
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