«Magic 8-Ball» de Gazpacho, o como el azar reemplazó a Dios

Con más de dos décadas de trayectoria y obras aclamadas como «Night» (2007) o «Tick Tock» (2009) a su haber, Gazpacho indiscutiblemente se ha consolidado como un referente de una suerte de prog art rock atmosférico y conceptual.

Hoy, «Magic 8-Ball«, sucesor de «Fireworker» (2020), se presenta así con la difícil tarea de estar a la altura de ese legado, explorando nuevos matices sin perder la esencia que los caracteriza.

La formación del ensamble se mantiene intacta, con Jan-Henrik Ohme en voz, Thomas Andersen en teclados, Jon-Arne Vilbo en guitarra, Mikael Krømer en violín, Kristian “Fido” Torp en bajo y Robert R. Johansen en batería; demostrando una química afianzada por los años, fluyendo con naturalidad entre pasajes introspectivos y crescendos de puro poder.

«Magic 8-Ball» es un disco conceptual en torno al destino y la identidad, donde se examina cómo el azar puede mover los hilos sin aviso y cómo nuestras decisiones pueden despojarnos de quienes creíamos ser. Cada uno de sus ocho piezas funciona como un relato breve protagonizado por un personaje al filo de un cambio trascendental. Incluso plantea el dilema de si seguimos siendo los mismos tras perder partes de nosotros mismos, en una clara alusión a la paradoja filosófica del barco de Teseo.

El propio título alude a la búsqueda de respuestas en la incertidumbre, aquella clásica bola 8 de las predicciones, reforzando la idea de ciclos que se repiten bajo un sino inevitable.

También hay una lectura subyacente más amplia. Cuando la banda afirma que “quitamos a Dios y no pusimos nada en su lugar”, sugiere un vacío espiritual y simbólico propio de nuestro tiempo. En ausencia de una figura trascendente que otorgue orden, pasamos a llenar ese hueco con sustitutos modernos, y en ello puede caber de todo. Desde teorías de conspiración que prometen revelar todos los misterios del universo, tecnologías que tratamos como oráculos inagotables y pseudociencias que ofrecen certezas rápidas sin exigencias de comprensión real; son nuevas formas de fe, aunque disfrazadas de racionalidad o rebeldía.

Así, «Magic 8-Ball» puede interpretarse como un retrato de una humanidad que ha reemplazado la divinidad por mecanismos más inciertos y fragmentarios. Ya no buscamos respuestas en lo sagrado, sino en algoritmos que predicen nuestros deseos, en narrativas conspirativas que explican lo inexplicable o en rituales pseudocientíficos que nos prometen control sobre un mundo que se nos escapa. Ante el vértigo del azar y la desorientación identitaria, nos aferramos a cualquier cosa que simule sentido, aunque sea tan aleatoria como una bola 8 agitándose para darnos un mensaje prefabricado. Así, el mensaje no puede ser más atingente a nuestros tiempos.

En lo musical, el sexteto noruego permanece fiel a su propuesta atmosférica, rica en texturas y alta emotividad. Eso sí, esta vez optan por una presentación más concisa y enfocada, ya que se suman a esta especie de nueva moda de crear discos con longitudes de antaño (46 minutos), lo que es digno de festejar.

Agita la bola

Starling” es el corte introductorio de nueve minutos que resume el sello de los noruegos a la perfección; esto es, atmósferas crepusculares construidas con piano, violín y susurros que van in crescendo hasta alcanzar un clímax de pura belleza sombría. Le sigue “We Are Strangers”, pieza de una intro que nos recuerda a ciertas cosas de Alan Parsons Project; pero unida a complejas métricas y texturas electrónicas que resulta inquietante, y a la vez curiosamente pegadiza gracias a un estribillo que queda flotando en la mente hasta varios segundos después de acabada la canción.

Sky King” aporta un respiro contemplativo, mientras que “Ceres”, más breve, pero intensa, entrelaza piano y guitarra pintando un verdadero cuadro de ensoñación.

La segunda mitad del álbum abre con “Gingerbread Men”, una pieza de siete minutos que despliega una atmósfera de cuento oscuro, aunque por momentos divaga sin un centro claro. En contraste, la pieza homónima irrumpe con un tono lúdico y casi circense, ocultando bajo su fachada juguetona aquella crítica a la fe ciega en la suerte.

«Immerwahr” (inspirada en la trágica historia de la química Clara Immerwahr) envuelve al oyente en un lento crescendo cargado que desemboca en un pasaje instrumental de gran belleza. Como cierre, “The Unrisen” evoluciona de una balada susurrada a un final intenso y denso; y si bien renuncia a una explosión grandilocuente, logra un efecto conmovedor que invita a la reflexión en la melancolía.

Interesante

«Magic 8-Ball» es un álbum sólido que consolida la madurez de Gazpacho. Sin alcanzar quizás las cotas de sus anteriores obras cumbre, mantiene intactas las virtudes del grupo, por lo que los fans más acérrimos pueden estar de enhorabuena.

Es cierto que su enfoque denso y sutil carece de momentos de gancho inmediato, pero a cambio ofrece una riqueza de detalles que se revela con cada escucha. Es justo decir que tras un lustro de ausencia, Gazpacho no se ha dormido en los laureles; al contrario, entrega un trabajo refinado, fiel a su estilo, pero que no teme en empujar ciertos límites dentro del mismo modus operandis. Esto es, sin duda, un equilibrio difícil de alcanzar.

La banda refuerza así su status de culto dentro de la escena, demostrando que su fórmula de álbumes conceptuales aún puede entregar obras de gran calidad. Sin duda, un regreso bienvenido que satisfará a los fanáticos de siempre y puede servir de puerta de entrada para nuevos oyentes curiosos.


ProgJazz es un colectivo unido por la amistad nacido en 2007, y que busca difundir música sobre la base del rock progresivo, el jazz, la música de vanguardia y todos sus géneros asociados.

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