Steven Wilson y «The Harmony Codex»: Todo lo que he sido y siempre seré.

Antecedentes

Descontando su recorrido al frente de Porcupine Tree y otros proyectos como No-Man, Storm Corrosion y Blackfield, resulta increíble lo que ha logrado Steven Wilson a nivel artístico. Son siete registros en 15 años de carrera por su propia cuenta, con los últimos dos o tres, si se quiere incluir el «polémico» To the Bone (2017)- sindicándose en en un territorio alejado a millones de años luz del estilo progresivo vieja escuela Floyd-Crimson que atavió su catálogo durante la década anterior. Y así como hubo quienes repudiaron el giro hacia un estilo derechamente pop (?), otros lo vieron como otro paso hacia lo ignoto. En especial lo último, como el propio músico y productor inglés de 55 años lo viene haciendo a su manera, tanto dentro como fuera de un estilo que, al menos en estos tiempos, tiende a priorizar la convención por sobre el impulso.

Sólo situándonos en la década en curso, la polvareda que levantó el pop electrónico de «The Future Bites» (2021) denota lo que provoca Wilson como artista consagrado. Una placa opacada meses después tanto por el contexto sanitario que obligó a posponer su lanzamiento en un año, como por la histórica y reciente reunión de Porcupine Tree. Obviando los hechos conocidos, y ya de vuelta a la normalidad en todo el globo, el anuncio de The Harmony Codex aumentó las expectativas sobre el próximo paso de Wilson, y sólo los singles de adelanto nos dieron una idea más clara de hacia dónde iba el asunto.

De partida, debemos remarcar el sentido conceptual de The Harmony Codex. Un relato ambientado en un futuro distópico -no muy distinto al presente, ¿o sí?, con dos hermanos sufriendo los embates de un atentado terrorista en un edificio. De ahí, una serie de pasajes y momentos en que la línea entre la realidad y el sueño se hace cada vez más delgada e inexistente, como una película surrealista y, por ende, sin necesidad de aferrarse estrictamente a una historia concreta. Y esa es la idea en un álbum donde, en palabras de su creador, las ideas fluyen con naturalidad y de manera autónoma en cada pista.

Otro elemento a destacar es el formato de audio 5.1, lo que le da a The Harmony Codex una atmósfera de experiencia, lo más cercano a estar «dentro de la música». El objetivo de la mezcla en 5.1 para el aire envolvente en la música, va de la mano con el propósito y el distintivo personal en cada canción. Y si bien es una práctica que data de hace más de una década -tanto en su catálogo como las ediciones remezcladas de clásicos del rock, al momento de desmenuzar la placa podemos apreciar el auténtico valor de The Harmony Codex como un registro superlativo.

Las canciones de «The Harmony Codex»

Ante cualquier duda, el arranque con «Inclination» la despeja de a poco. No desde lo inmediato, sino desde lo que lo hace atractivo en cada surco, como la neblina de sintetizadores en el amanecer del disco o la percusión tribal con que nos introducimos a la historia. La influencia de Tangerine Dream es evidente y, como pasa con las buenas canciones, encaja como anillo al dedo. Recién empieza el disco y si bien notamos que sigue en parte la senda del anterior The Future Bites, algo hay acá que lo hace más certero y no tan cuesta arriba, como notaremos en todo el redondo.

La profundidad de «What Life Brings» nos remonta tanto a Blackfield como al Porcupine Tree de finales de los ’90. No se malentienda como el recurso fácil de un consagrado, sino como una muestra de la personalidad más entrañable de Steven Wilson como escritor e intérprete. De la misma forma en que la siguiente «Economies of Scale», el primer single estrenado, se mueve entre el trip-hop y el jazz minimalista con la soltura suficiente para cuajar hasta obtener su forma definitiva. No es sólo la intención de hacer «la música que le gusta», sino darle una identidad.

Quienes asumen que las piezas épicas eran cosa de un pasado glorioso en la carrera del destacado productor y músico nacido en Kingston, es probable que «Impossible Tightrope» no sólo los deje satisfechos, sino extasiados por el viaje sensorial reforzado por su alucinante videoclip. El dramatismo alienígena de Genesis en la era mitológica, la intensidad de Rush circa 1977-78 y el toque expansivo de The Alan Parsons Project, todo en una suite que destila dramatismo y genio a raudales, gracias al genio de Wilson cuando se trata de sumergirse en una etapa determinada para reforzar su propio lenguaje. Como lo hizo en los seminales The Raven That Refused to Sing (2013) y Hand.Cannot.Erase (2015), pero haciendo encajar las piezas en el propósito actual y dándole más definición a la frontera entre lo onírico y lo entrenado.

Se venía hablando de una nueva colaboración entre Wilson y la cantante Ninet Tayeb, y «Rock Bottom» es la muestra de cuán fundamental ha sido la israelí en la carrera discográfica del británico. Tanto por la melodía evocadora como por su ropaje audiovisual, donde ambos son protagonistas y remarcan el talento creativo de Wilson más allá de la experticia instrumental. «No pierdas la esperanza, mantente con vida», simple en su contenido y efectivo por su insistencia. Emoción pura, lo que en el álbum anterior escaseaba en la superficie su muralla de pop electrónico, en The Harmony Codex recupera su forma óptima y la traduce en melodía directa a los sentidos. Lo asumimos, es complicado ser objetivos al revisar una producción de tamaño calibre, donde hasta el más ínfimo detalle cobra dimensiones de magnitud gigante.

El debate sobre el uso de la tecnología en la música parece encontrar su punto de unión en “Beautiful Scarecrow”. Por un lado, da la impresión de remontarnos al anterior The Future Bites por su sonido electrónico, pero hay un aire de misterio que en The Harmony Codex se ensambla con naturalidad al concepto Sci-Fi de su estilo. Un corte de personalidad mesurada, donde la sobriedad, un rasgo muy mal visto en el progresivo moderno, juega un rol importante en la narración. Porque eso es lo que le da a The Harmony Codex puntos a favor como obra conceptual, a la vez que no necesita aferrarse a ninguna norma, sino que obedece a las divergencias musicales de su creador.

Y llegamos al corte principal, el que le da nobleza a un trabajo maravilloso por su carácter indescifrable. No es solamente una placa multifacética, sino la forma en que Wilson explora y abre su abanico de ideas para hacerlas confluir en una idea propia. En este caso, predomina un estilo ‘ambient’ que le da a la música una firma impalpable ante cualquier intento de clasificación. La voz narradora de la artista israelí Rotem Wilson, con una pincelada fina, aporta notablemente al lienzo sonoro que su esposo pinta como si cada color encajara de acuerdo con los parámetros de su propio espectro lumínico. Luces y sombras en un viaje abundante en peripecias y sensaciones, con la innegable influencia de Pink Floyd en los días de A Saucerful Of Secrets y Ummagumma.

Inicio orgánico de piano, con el fardo tecnológico aumentando sus kilos a medida que lo requiere el propósito. Es lo que se nos presenta en “Time Is Running Out” y su riqueza de matices en una atmósfera baja en temperatura y cálida en la elección de melodías. Idea que encuentra hermandad en la siguiente “Actual Brutal Facts”, cuyo ropaje industrial le da un toque de agobio y sofocación a la música. Y como lo hace Rotem Wilson en “The Harmony Codex”, la canción, ahora es el turno de su compañero y esposo, quien se vale del Vocoder para lograr el efecto cyborg que requiere la pieza en su imagen sonora. ¿Hablemos de cosas impensadas al servicio del genio y la obra? ¿Hablemos del uso de la tecnología en favor de lo que realmente importa?

Y es la unión recurso/idea la que le da el broche de oro a The Harmony Codex, de la mano de “Staircase”. Como extraída de algún LP de los Depeche Mode noventeros o Gary Numan en las últimas dos décadas, y con una longitud que se respalda donde otros suelen fallar. Interesante el hecho de cómo reanuda el concepto original, el de subir la escalera en medio de la hecatombe y dándole a la pieza una extensión nutrida en colores a distintas temperaturas dentro del mismo clima territorial.  A resaltar acá, y como en todo el largaduración, el trabajo monumental de Adam Holzman en los teclados, pues su entendimiento con las ideas de Wilson queda plasmado en pinceladas de sonidos cósmicos. En términos pictóricos, la ‘mancha’ de Holzman aporta a la formación de texturas con algún grumo de humanidad en su impoluta superficie impoluta.

La edición Deluxe del álbum incluye un CD bonus titulado apropiadamente Harmonic Distortion, el cual contiene versiones alternativas y remezclas que llamará la atención a más de algún melómano. En especial por la remezcla de “Economies of Scale”, en la cual participan James Dean Bradfield, Nicky Wire y Sean Moore, el núcleo del legendario grupo Manic Street Preachers; y “Time is Running Out” en la voz de Mikael Åkerfeldt y la compañía del piano a cargo del propio Adam Holzman. Inevitable, al menos para quien escribe, escuchar estar versión e imaginar un posible regreso de Storm Corrosion, el proyecto que unió hace poco más de una década a dos de los referentes máximos del rock/metal de vanguardia en la actualidad. Mucho se puede imaginar cuando hay algo que nos demuestra lo poco y nada que pesan las barreras ante la infinidad de posibilidades.

Sin duda, el fuerte de The Harmony Codex está en el proceso de gestación, menos empaquetado en una etiqueta o sonoridad definida, y más entregado al juego en campo abierto. Al mismo tiempo, la veta electrónica del álbum no quita en absoluto el protagonismo instrumental tanto como del propio Wilson como de quienes colaboran en el registro. El nivel de exigencia, además del despliegue en cada instrumento, abarca un nivel creativo donde la libertad y la cohesión se dan la mano en post de una música que pavimenta su propio camino.

Otro punto notable es su portada, cuyo simbolismo resume la carrera de Steven Wilson en todas sus facetas. Dentro del hermetismo musical con que The Harmony Codex constituye un desafío para sus oyentes -incluso quienes llevan años y décadas siguiendo la carrera del músico y productor de 55 años, hay una muestra de lo que define a Wilson como una esponja, un tipo que absorbe música de todo tipo. En este caso, esa absorción le permite construir un muro con ladrillos multicolores, todos encajando con armonía sobrehumana sin descuidar la simpleza con que cada pasaje nos suma en el trance necesario. Es ahí donde radica en parte la capacidad de impresionarnos e incentivarnos a escuchar la música sentados. Es el acto de escuchar música lo que se recupera como ritual para todo melómano declarado. Y para lograrlo hay que poner el foco en dicho objetivo, con la canción por sobre cualquier jugada para la galería. Lo que le da un valor real a un buen álbum.

Un viaje al pasado y al futuro

Así como algunos próceres tienden a retroceder las agujas del reloj, The Harmony Codex es la creación de quien incluso viaja hacia el futuro. O, aludiendo a una famosa saga cinematográfica, vuelve al futuro. Posiblemente, Steven Wilson dio un paso en falso en The Future Bites y está en su derecho, pero hoy al menos no hay espacio para reclamos de ningún tipo. Y así como hay quienes salen airosos tras viajar al pasado, el inglés obtiene los mismos resultados eligiendo la dirección contraria, porque lo hace con la jerarquía que se ha ganado a pulso.

Olvidémonos de los días de Grace for Drowning, The Raven… y Hand.Cannot.Erase, porque esos discos pertenecen a otra órbita. Eso sí, damos por firmado con todas las pruebas existentes y por haber que The Harmony Codex se suma a la selecta lista de registros cuya estirpe no necesita depender de los grandes nombres para dar el salto hacia el siguiente nivel. Steven Wilson, después de más de 30 años de carrera, se mantiene como referente absoluto para las huestes progresivas de hoy, pero desde la altura reservada para él por su grandeza.


Audiovisual de profesión, melómano por gusto y periodista musical desde el estómago. Amante de la música pesada y el rock de vanguardia, tanto de viejo cuño como lo nuevo. Desconfío de quien reniega de Jimi Hendrix en la música.

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