Diógenes: El cielo de un mundo perdido
Antecedentes
Tras el auspicioso debut en grande con «Caminante del Cielo» (2015) y la captura fulgurante en el EP «Ciudadano del Universo» (2017), Diógenes escribe un nuevo capítulo en su carrera marcada por la búsqueda constante en las raíces locales y, sobre todo, la expresión como base de una propuesta tan rica en matices como coherente en su sello. Para el conjunto de Punta Arenas, y con René Gómez Sánchez a la cabeza desde sus inicios hace más de una década, el rock progresivo bañado en atmósferas patagónicas responde a una necesidad propia. Por muy común que suene, y en estos tiempos de producción genérica, con el «sonar como…» pesando más que la identidad, desde el Sur del Mundo asoma una firma de recorrido notable y dueña de un distintivo artístico que rescata los capítulos más importantes del rock en la era mitológica (Chile, Sudamérica, Europa) con su respectiva actualización.
La titulación homónima de su nueva placa nos da una idea inmediata de para dónde va el asunto. Hay una huella dactilar, una forma de hacer las cosas que en este nuevo capítulo se planta con una autoridad que muchos anhelan y (muy) pocos logran obtener. El rock progresivo, como Diógenes lo entiende a la usanza de los próceres, no se rige por convenciones ni etiquetas, sino por hacer cosas impensadas y, a la vez, profesar un propósito totalmente ajeno a las tendencias impuestas por la industria o las redes sociales -o ambas. Es el inconformismo del progresivo, su cara más radical. Desde el impulso primal, como King Crimson, Van der Graaf Generator, y nuestros Congreso-Jaivas-Blops lo venían haciendo cuando en esos tiempos era una locura de otro planeta.
Las canciones de «Diógenes»
Cualquier pregunta respecto a estos Diógenes circa 2023, la respuesta llega de inmediato con la suite «Pewen». Ambicioso, honesto, una pieza de cuatro secciones que arranca con el martilleo tribal con bombo, legüero, piedras y pezuñas (idiófonos) para darle el pase al rock con guitarras de alto octanaje y una base rítmica que intercala espacios entre la bravura y la sutileza, ambas marcadas por el buen gusto en la escritura. El brío jaivesco de la sección III y los sonidos típicos del folklore sudamericano en la parte IIII -apropiadamente subtitulada como «Día Fuera del Tiempo», ¡cómo se nota la influencia de Blops!- completan la radiografía de una agrupación que dispone la experticia de sus integrantes para la construcción de algo grande y puro.
Del viaje cinemático del inicio, pasamos al temple directo de «Caminante del Fuego». Mucho más pegadizo y de efecto inmediato a la primera escucha. No quita en absoluto el nivel con que Diógenes, quizás tomando prestado algunos elementos clásicos de Tool y emulando el renacer de la vanguardia chilena a comienzos del actual milenio (Ergo Sum, Ábrete Gandul, Subterra), se mete de lleno en la canción como finalidad. Las guitarras de René Gómez y Gabriel Faúndez despliegan brochazos de riffs directos que se respaldan en el saxo de Roberto Nuñez. Mientras, la voz de Vince Couven corona el mantra sonoro que transmuta desde el susurro inicial hasta la convicción fogosa que señala la vena rockera de Diogenes en su norte creativo.
Intensa hasta el sudor es «La Rueda», donde el arreglo vocal en medio de la tormenta guitarrera deriva en una corrida de rock chileno desde la sangre. Melodía urgente, armonías que gravitan en en el relato y un sentido del ritmo que varía sus revoluciones para hermanar la catarsis y el mensaje. El solo de teclado Moog y la voz de René Gómez, construyen un puente que permite a la música cruzar el otro lado del río torrencial y nos lleva hacia la esencia de un conjunto que respira Crimson y Yes con espasmos de Zeppelin y Purple. Un compilado de lugares comunes que Diogenes mete en una juguera no sin antes darle una pizca necesaria de sus propios condimentos.
¿Por qué «Hasta que valga la pena vivir» nos recuerda tanto a Los Jaivas circa 1972-73? Porque tanto Diógenes como los hombres detrás de «Todos Juntos» capturaron con su música un momento clave en la historia de Chile que les tocó vivir. Mientras que los de la V Región inmortalizaron el relato del contexto político que vio a Chile pasar del sueño socialista «a la chilena» a la oscuridad de la dictadura, Diogenes hace lo mismo con los movimientos sociales que sacudieron a nuestro país durante octubre-noviembre del 2019, poco antes de la emergencia sanitaria que nos enclaustró durante dos largos años. Y son «apenas» dos minutos y 40 segundos lo que basta para expresar una declaración política en toda su forma y esencia, no desde el partidismo sino de la mirada crítica contra la injusticia, y la lucha como eje y fuerza motora.
Y si acaso hay un corte que define la integridad de Diogenes en toda su revelación, la pieza llamada «Diogenes» adquiere tintes y ropajes que lo hacen definitivo. Porque como suele pasar con las obras más importantes del rock en Chile y otras latitudes, nos reserva la grandeza suprema para el final, como el mejor vino en una fiesta con los seres queridos. Y sumando el concepto autobiográfico -desde los inicios de la banda hasta la edición del primer LP-, el resultado es abrumador y maravilloso.
La tonada de la primera parte y la zamba de la segunda tienen en común el conocimiento musical en el cual se baña el rock de Diogenes sin perder un ápice de su personalidad. Al mismo tiempo, resulta extraordinaria la forma en que la sección zamba sirve de puente para el puño death-doom de la parte tres y final, donde la influencia de Paradise Lost y Type O Negative entra abriendo la puerta de una patada. Sin duda, al oyente y lector de esta nota lo hará sentir grande por la carga de emoción e introspección que da paso al crecimiento personal. Al mismo tiempo, la pequeñez microscópica con que uno como individuo asume la existencia de algo más grande que nuestro espacio cotidiano, le brinda al espíritu una ducha refrescante.
A destacar un par de características que aportan a la experiencia de «Diogenes», el álbum, para abrazar la propuesta de Diogenes, la banda. Empezar por el trabajo del renombrado ingeniero Mauricio «Maui» Olivares en la mezcla y el productor Rene Rutten (el ideólogo artístico de The Gathering) en la masterización, ambos potenciando la jerarquía del album como un todo y dándole a cada instrumento un lugar con su propia tonalidad.
Lo otro es la duración, apenas pasando de los 34 minutos. El cronometraje justo para tomar la foto de un momento preciso de inspiración y creación, emulando la hazaña los míticos Gentle Giant (el triple de aventureros y vanguardistas respecto a los imperiales Yes y ELP) y la camada italiana liderada por Premiata Forneria Marconi en el amanecer de los ’70s. A la antigua y como en las películas de Roeg y Truffaut, mil cosas pasando en cuestión de minutos y momentos clímax que conforman una obra en sí dentro de dicho todo. Y lo más importante: sonando con personalidad, el doble de mérito en estos tiempos de streaming y producción genérica a la segura.
Diógenes, a través de su placa homónima, consagra lo que venía haciendo en sus trabajos anteriores. No es solo la alta factura de un catálogo de naturaleza superlativa, sino la depuración de un estilo que se mueve a gusto en su hábitat en el fin del mundo. Desde el mundo perdido de la Patagonia que los vio nacer en la música hasta el cielo que les dio su primer LP, las ciudades del Universo destellan con júbilo para celebrar la maestría y las ideas de resistencia de Diogenes.