Marillion y «Misplaced Childhood»: Las paces con la infancia
Aprovechamos de dedicar esta reseña a nuestra amiga «Arli Hogarth», quien amablemente grabó un saludo para nuestros lectores con una réplica del traje que luce el niño del arte de portada. Puedes verlo acá.
A mediados de los años 80′, el rock progresivo puro habitaba como espíritu de ultranicho en sonidos de las nuevas bandas del neoprog tales como Pallas, Solstice, Arena, Saga, IQ, Pendragon y muchos otros.
Rick Wakeman diría que para aquellos años, el prog era similar a adquirir un objeto de contrabando, o una revista n0por. Algo prohibido, y digno de reproche si es que alguien te descubría disfrutándolo.
Sin embargo, dentro de este pequeño pero fiel nicho, Marillion era considerado uno de sus estandartes más visibles. Desde los orígenes, sus sonidos evocaban claramente a los gigantes de los años 70′ como Genesis, Yes o Camel – bandas que, para aquella época, habían desechado el prog más clásico y abrazado los sonidos más concisos – pero con una identidad emocional más directa y un lirismo intensamente autobiográfico.
Después del éxito en el Reino Unido de «Script for a Jester’s Tear» (1983) y «Fugazi» (1984), la banda sentía que debía embarcarse en un trabajo mas total, mas redondo, eliminando algunas asperezas que adolecían los anteriores discos, tanto desde el punto de la composición, como de la producción.
La génesis del nuevo disco es casi tan legendaria como su música. El vocalista y carismático frontman escocés Derek William Dick alias «Fish«, atrapado entre tensiones internas de la banda, la presión del sello EMI y una ruptura sentimental devastadora, cayó en un estado depresivo que derivó en una experiencia psicodélica profundamente reveladora.
Durante un viaje con sustancias alucinógenas (LSD) de más de diez horas, Fish afirmó haber tenido la visión de un niño vestido de soldado parado detrás de él. Esa imagen –onírica, ambigua, casi sobrenatural– desencadenó un torrente creativo que dio paso a la escritura automática de letras cargadas de nostalgia, dolor y redención. El cuadro «Padres Bay» del artista Jerry Schurr, que Fish contempló hipnotizado durante horas, también sirvió como detonante emocional.
La visión marcó un punto de no retorno: Fish decidió hacer un álbum sobre la infancia perdida, el paso a la madurez y la reconciliación con el pasado. Esta narrativa se convertiría en el esqueleto lírico de «Misplaced Childhood«
Para plasmarlo se refugiaron en los estudios Hansa de Berlín Occidental, donde la atmósfera de la ciudad dividida y la guía del productor Chris Kimsey propiciaron un salto estilístico: la banda dejó atrás la aspereza fragmentada de sus inicios en favor de un flujo musical continuo y melódico, integrando la profundidad instrumental del prog con arreglos pulidos, siempre buscando la emotividad. Cada nota, donde tiene que estar, y nada debía faltar, ni sobrar.
Esta acentuación sobre el lirismo dejó menor espacio para pasajes instrumentales, que se vieron disminuidos (en cantidad, no en calidad) respecto de sus dos álbumes anteriores. Sin embargo, esto se equilibra tan bien que extender pasajes instrumentales habría sido innecesario.
Kimsey, conocido por su trabajo con The Rolling Stones y Peter Frampton supo entender el delicado equilibrio que buscaba la banda entre lo comercial y lo conceptual. Optaron por grabar el disco como una sola pieza continua, sin interrupciones entre canciones, una decisión que elevó aún más su carácter narrativo.
Las sesiones de grabación también estuvieron marcadas por un comportamiento errático de la banda, sobre todo de Fish, quien protagonizó episodios tan insólitos (probablemente en esos conocidos flashazos de LSD que ocurren a las horas o dias después de tomarlo) como arrojar ladrillos al Muro de Berlín o desnudarse en restaurantes. Berlín sirvió tanto de escenario creativo como de válvula de escape emocional.
De cualquier forma, más allá del mal viaje de un drogado, el núcleo narrativo de «Misplaced Childhood» es la autobiografía emocional de Fish. El quiebre con su pareja Kay (nombre que luego inspiraría a ESA canción) lo sumerge en una espiral de introspección, donde se entrelazan memorias de infancia, el temor a la adultez, la búsqueda de sentido y la caída en las adicciones.
La historia no es lineal, sino simbólica y emocional. El protagonista recorre su vida desde la ingenuidad de la niñez, pasando por el primer amor, la pérdida, la fama vacía y la desilusión, hasta alcanzar una forma de reconciliación final.
La portada fue obra de Mark Wilkinson, habitual ilustrador de Marillion, y representa un giro simbólico respecto a los discos anteriores. Si en «Script» y «Fugazi» el bufón (una especie de alter ego de Fish) era protagonista, en «Misplaced Childhood» lo vemos huyendo por una ventana: un gesto de despedida, de exorcismo personal.
La imagen central muestra al niño vestido de soldado del viaje antiácido de Fish, bajo una atmósfera lluviosa y melancólica, con colores que evocan el final de una tormenta. Tanto el arcoíris, como la lluvia, y la mirada inocente del niño remite a la idea de que lo perdido aún puede recordarse, mas no recuperarse.
Este tercer disco de la banda, lanzado el 17 de junio de 1985, alcanzó número uno en las listas británicas apenas salido al mercado, impulsado por singles memorables como la archiconocida “Kayleigh”, que a estas alturas no puede faltar en ningún compilado de música ochentera que se precie de tal. En Estados Unidos logró colarse en el Billboard Top 200, algo colosal para cualquier banda neoprog.
Un ciclo extenso de canciones entrelazadas sobre pérdida, nostalgia infantil y redención personal acabó siendo un éxito masivo, demostrando que el rock progresivo aún tenía cabida en los duros y plásticos charts del mainstream de los 80.
Una infancia fuera de lugar
El disco se abre en atmósfera con “Pseudo Silk Kimono”, un breve preludio de teclados, una apropiada línea de guitarra de Steve Rothery y voz cuasi susurrante de Fish que nos introduce de lleno al tópico de alguien atrapado entre la introspección, la negación y el trauma emocional. Ya desde el primer minuto, nos encontramos cautivados por el enigma sonoro que plantea este discazo.
Todo esto da paso sin pausa al arpegio inconfundible de “Kayleigh”, el cual disipa la penumbra reflexiva con la luz melódica de un himno radial atemporal, y un recordado video de MTV que tuvo una enorme rotación.
Rothery traza con su guitarra una melodía sencilla, pero emotiva, mientras la batería de Ian Mosley y el bajo de Pete Trewavas mantienen un beat sencillo y resultón para dar protagonismo a la voz. “Kayleigh” es una balada rock de estructura accesible (estrofa, estribillo, solo) que funciona bien como single, pero dentro del álbum cobra una dimensión mayor: es el capítulo central del relato, donde el narrador rememora con arrepentimiento y una autoestima por el suelo un amor perdido. La voz del escocés rezuma anhelo sin caer en excesos, apoyada en letras poéticas que entrelazan memorias y culpas con la sinceridad desnuda de una disculpa tardía. A destacar el solo de guitarra de Steve, breve pero inolvidable, ahi en la cúspide de los mejores solos de la guitarra eléctrica de los 80′.
La modulación final de “Kayleigh” nos lleva a “Lavender”, continuando el hilo narrativo sin interrupción. “Lavender” retoma la idea del amor idealizado desde la inocencia: está construida sobre un motivo de piano sencillo y casi folclórico, al que pronto se suman capas de sintetizadores y guitarras para crear un ambiente cuasi de ensueño. Aquí la voz de Fish se muestra más dulce y vulnerable, cantando con ingenua ilusión infantil a un encuentro mágico bajo la lluvia.
“Bitter Suite”, el corazón progresivo del álbum, y subdividada en i) Brief Encounter ii) Lost Weekend iii) Blue Angel iv) Misplaced Rendezvous y v) Windswept Thumb opera como un verdadero collage emocional y sonoro. Comienza en tonalidades crepusculares: guitarras limpias con eco y teclados tenues dibujan un paisaje introspectivo donde Fish deconstruye el romance idealizado, dibujando noches vacías en las que el protagonista enfrenta la resaca de sus errores. La suite culmina en un crescendo instrumental que enlaza directamente con la siguiente pieza.
“Heart of Lothian” con i) Wide Boy y ii) Curtain Call irrumpe de inmediato para cerrar la primera mitad del disco con aire triunfal. El título alude al corazón de Escocia, conectando con las raíces de Fish. Predomina un espíritu optimista: el estribillo emerge como un coro victorioso en 4/4 donde Rothery aporta riffs contundentes y sus solos llenos de sentimiento como nos tiene acostumbrados, mientras Mark Kelly refuerza la melodía con acordes majestuosos al teclado. Es un final de lado A apoteósico que simboliza la reivindicación personal del narrador: tras la amargura y la duda, emerge la determinación de quien reconecta con sus orígenes y decide seguir adelante.
Dos piezas breves, “Waterhole (Expresso Bongo)” y “Lords of the Backstage”, actúan como interludios en el segundo acto. La primera, frenética y burlona, evoca una noche de excesos con coros tribales; la segunda ofrece un pop rock sencillo que contrasta con la densidad anterior, reflejando el conflicto del protagonista entre la euforia del escenario y la soledad tras bambalinas.
Ese clímax llega con “Blind Curve”, subdividida a su vez en i) Vocal Under a Bloodlight ii) Passing Strangers iii) Mylo iv) Perimeter Walk y v) Threshold; la pieza más extensa y emotiva del LP. En cerca de diez minutos despliega un carrusel de estados de ánimo donde la banda explora su más amplia paleta dinámica. Abre con delicadas guitarras y teclados que arropan un susurro confesional de Fish en su momento de mayor vulnerabilidad.
A medida que avanzan las secciones, la intensidad crece: la batería introduce patrones complejos y cambios de compás que transmiten agitación interna; el teclado añade capas densas que reflejan la tormenta emocional; la voz de Fish evoluciona del susurro al lamento, mientras Rothery intercala solos de guitarra que acentúa el dramatismo. Hacia el final, la música alcanza un punto catártico: un último grito de Fish libera la tensión acumulada y la banda estalla en una coda electrizante que se corta en seco, dejando un instante de silencio suspendido.
De ese silencio brota “Childhood’s End?”, en tonalidad mayor y tempo ligero, con una melodía radiante de guitarra y sintetizadores que evoca el amanecer tras la tormenta. Fish canta con tono esperanzador sobre aceptar el final de la inocencia como parte natural de la vida, mientras la banda sostiene un telón sonoro amplio y optimista en medio de un gran solo de sintetizador de Mark Kelly.
Sin pausa llegamos a “White Feather”, el epílogo del disco: con un riff poderoso y ritmo cuasi marcial, esta pieza cierra el álbum con un sentido de triunfo colectivo. Coros al unísono proclaman la “pluma blanca” como símbolo de esperanza renovada.
Así, los últimos acordes se desvanecen en un final abierto, sugiriendo que el viaje continúa más allá del surco final.
La infancia en tour, y la factura
Tras el lanzamiento del disco, Marillion emprendió una extensa gira mundial que comenzó en el viejo continente el 4 de septiembre y se extendió hasta el 19 de diciembre de 1985, con enormes afluencias de público para un estilo de música de otrora pequeños locales. Posteriormente, entre enero y la primavera de 1986, el tour volvio a pasar por Europa, Reino Unido, y ahora agregando Norteamérica, cubriendo ciudades clave y festivales.
Muy recordada es su participación en el festival aleman Open Air de junio de 1986, donde abrieron para Queen en su Magic Tour. Puedes revivir ese momento acá.
Aunque consolidó su estatus internacional y llevó a la banda al pico de su popularidad, también marcó el inicio de un desgaste interno significativo. Fish ya comenzaba a sentirse agobiado por el ritmo extenuante de trabajo y por una creciente presión por parte del sello discográfico por repetir la fórmula del éxito. Mas tarde diría que la vida que llevaba no era sostenible.
Ya en esas épocas se vislumbraba un futuro quiebre. Mientras Fish quería seguir explorando un enfoque menos comercial, más teatral y lírico; el resto del grupo, especialmente Steve Rothery, tenía otra visión más directa o pragmática. En todo caso, esa es otra historia que no corresponde acá.
El LP conceptual no estaba muerto
«Misplaced Childhood» marcó un antes y un después en el rock progresivo de los años 80′, revitalizando el formato del álbum conceptual con una narrativa emotiva, pero accesible para el público menos paciente de la era dorada de MTV.
Su éxito comercial y artístico consolidó a Marillion como EL pilar del neoprog, abriendo camino al mainstream para sus colegas IQ, Pendragon y Pallas, que lograrían mas reconocimiento para fines de la decada. Una obra maestra a todas luces, y un disco ganador.








