Returning Algie y el cerdo de Roger Waters: «Cuando se eleve, también se elevará nuestra historia»

La historia de Maria Angélica «Panchi» Sepúlveda y su hijo Arturo Barhar parece salida de una película, y justamente, eso es lo que están emprendiendo.

Todo comenzó en 2007, cuando Roger Waters visitó Chile como parte de la gira «The Dark SIde of the Moon Live«. Durante aquel viaje, el músico se enfermó y fue atendido por un médico chileno, Pablo López, naciendo entre ambos un vínculo de amistad. Al enterarse de lo que había ocurrido en el Estadio Nacional durante la dictadura chilena de Augusto Pinochet, Waters se conmovió profundamente, y como gesto de gratitud, le prometió enviarle un regalo especial una vez que terminara su gira.

Meses más tarde, Pablo recibió un enorme paquete en su casa. Para su sorpresa, dentro estaba el cerdo inflable “Algie”, una réplica exacta del que aparece en la icónica portada del álbum «Animals». Con el tiempo, el médico guardó aquel objeto monumental, que ocupaba buena parte de su espacio, hasta que fue almacenado en otros lugares durante mucho tiempo.

Varios años después, en 2016, Panchi Sepúlveda, artista audiovisual y melómana empedernida, supo que el cerdo seguía existiendo y se encontraba en manos cercanas, en la casa de un amigo en Chimbarongo. Para ella, que había crecido escuchando «Animals» y que sentía una conexión emocional con la obra de Pink Floyd, el hallazgo fue casi místico. Junto a su hijo Arturo, decidió emprender una cruzada, el recuperar el cerdo y llevarlo a Londres, colgándolo nuevamente sobre la Battersea Power Station, tal como en la portada del disco de 1977.

Pero más allá del gesto simbólico, madre e hijo transformaron esta historia en un proyecto artístico y cinematográfico llamado “Cuando los chanchos vuelen”. La idea es doble. Por un lado, realizar una película estilo documental inspirada en la historia del cerdo, entrelazada con las vidas y sueños de varias generaciones de fanáticos en Chile; y por otro, registrar todo el proceso en que muestre las dificultades, esperanzas y colaboraciones que surgen en torno a esta imponente misión.

Hemos tenido el enorme placer de conversar con Panchi y Arturo, quienes se encuentran en medio de esta cruzada, para contarnos las implicancias emocionales, filosoficas y logisticas de esta empresa.

Antes de pasar a ello, te contamos que «Cuando los chanchos vuelen» está en pleno proceso de crowdfunding, por lo que están aceptando donaciones en su página web oficial https://www.returningalgie.com/ . Te animamos para que hagas tu aporte.

La entrevista con los realizadores de «Returning Algie»

PJ: Hola amigos. Panchi, la primera vez que escuchaste el álbum Animals fue en los 80′, la época de la dictadura chilena. Ahora, décadas después, convertirás ese recuerdo de juventud en realidad haciendo volar a Algie sobre Londres. ¿Qué significado emocional y simbólico tiene para ti cerrar ese círculo personal a través de Returning Algie?

PS: Es sorprendente lo que ha ocurrido con este proyecto, porque cuando miro hacia atrás y recuerdo la primera vez que escuché ese disco, me doy cuenta de todo lo que significó para mí.

En ese entonces sabía muy poco de lo que ocurría en Chile, porque era muy niña y en mi casa no se hablaba de política. Por eso, mi primer acercamiento al disco fue una experiencia puramente emocional; me conmovió profundamente la música, más que la letra, ya que no sabía inglés. Tendría unos ocho o nueve años, y lo que sentí fue tan intenso que quedó grabado en mi interior para siempre.

Recuerdo que ni siquiera había visto la carátula del álbum; lo escuché desde un cassette que pertenecía a un amigo de mi hermano que venía de Brasil. Aquello lo hacía aún más misterioso, como una especie de quimera. Yo conocía a Pink Floyd, pero muy superficialmente. No era como ahora, donde basta con buscar en internet para saber todo. En ese tiempo, esa música era un enigma.

Durante años busqué ese disco. Mis hermanos mayores, que vivían en Santiago, lograron comprarlo; en esos años uno podía adquirir apenas uno o dos discos al año. Cuando finalmente lo vi y observé el arte de portada, sentí otro impacto. Pensé: “¿Qué es esto? ¿Qué lugar del mundo es este donde hay un cerdo volando?”. Fue una revelación tan fuerte como la primera vez que lo escuché.

Con el tiempo comprendí que esa emoción estaba ligada también al contexto en que vivíamos. Aunque era pequeña y no entendía mucho, uno igual percibía la violencia, el miedo y el ambiente opresivo de la dictadura. Ya de adulta, entendí cuánto nos afectó y por qué muchos nos refugiamos en la música: era una forma de escapar, de expresarnos, de encontrar un espacio propio. En mi caso, la música y el deporte fueron los refugios más importantes de mi infancia.

Cuando inicié este proyecto, todos esos recuerdos y emociones regresaron. Aparecieron los fantasmas de aquella época, no solo los míos, sino los de tantas otras personas. Por eso, este proceso ha sido como cerrar un ciclo muy significativo en mi vida, el volver a ver al cerdo volando sobre Londres, pero ahora con otro mensaje.

Hoy, junto a otras personas de distintas generaciones, como Arturo, que pertenece a una más joven pero también se ha visto afectado, hemos decidido resignificar esa imagen. Queremos expresarnos y contar esta historia, pero no repetir lo que decía el disco original. Nuestra intención es transformarlo en un nuevo mensaje para la humanidad: un sueño colectivo, potente y esperanzador.

PJ: La alegoría original de Animals presentaba a Algie como símbolo de un poder opresor. Pero en tu visión actual, “el cerdo ya no es el opresor, se ha convertido en una bandera de empatía y resistencia”. ¿Cómo representas artísticamente esa transformación de significado en el documental, y qué esperas que sienta o comprenda el público al ver a Algie volar nuevamente bajo esta nueva luz simbólica?

PS: Una frase que se ha repetido mucho durante las últimas etapas de este proyecto es la “resignificación”. De hecho, hay una metáfora muy potente que le da origen: “cuando los chanchos vuelen”. Esa expresión se usa para referirse a algo imposible, algo que nunca ocurrirá. Pero nosotros queremos justamente lo contrario: hacer volar al chancho. Queremos que ese cerdo, símbolo de tantas cosas, vuelva a surcar el cielo, pero con un nuevo significado.

Tomamos la figura del cerdo, que originalmente tenía una carga política y simbólica muy negativa, y decidimos transformarla. Vemos cómo esa historia que marcó a nuestros padres también nos afectó a nosotros. Por otro lado, en Chile hacer cultura sigue siendo un desafío enorme. Para quienes queremos hacer cine, a veces parece literalmente “cuando los chanchos vuelen”. Pero este documental busca demostrar que sí es posible hacer volar los cerdos, aunque cueste, aunque parezca imposible.

Sabemos que es difícil, ya que hay que buscar financiamiento, apoyo, incluso salir del país. Aun así, creemos que se puede lograr con esfuerzo, autogestión y convicción. Este documental es, en ese sentido, una prueba de que los sueños creativos pueden realizarse, incluso desde el sur del mundo.

El punto de partida de esta resignificación tiene también una historia muy simbólica. Cuando Roger Waters vino a Chile, fue atendido por un médico llamado Pablo, quien le contó lo que había ocurrido en el Estadio Nacional durante la dictadura, cómo fue usado como centro de detención y tortura. Waters, conmovido, le regaló el cerdo inflable utilizado en sus conciertos, pidiéndole que se usara en un evento relacionado con los derechos humanos. Ese gesto transformó a Algie, el mítico cerdo volador de Pink Floyd, en un símbolo de resistencia y esperanza.

Durante las giras, esos cerdos eran intervenidos por artistas con mensajes políticos; el chileno también fue pintado con consignas y nombres significativos. Desde entonces, Algie ya no representa la opresión, sino la fuerza del arte como medio de expresión y memoria. Hoy, los fanáticos no lo ven como un emblema negativo, sino como un ícono cultural querido, lleno de emoción y significado.

En este proyecto, queremos continuar esa transformación: convertir un símbolo de opresión en algo bello y esperanzador. Nuestro documental retrata ese proceso, de manera realista y honesta. Narra nuestro propio viaje tanto personal, como familiar y colectivo, junto a todas las personas que se han sumado, tales como amigos, ex alumnos, jóvenes músicos y artistas que creen en la fuerza de la cultura.

Mostraremos ese recorrido con material de archivo, testimonios e imágenes que reflejan cómo la creatividad y el arte nos permiten resistir, sanar y volver a soñar. Porque incluso si no obtenemos permisos o financiamiento, lo haremos igual, a nuestro modo, porque estamos decididos a elevar ese cerdo. En ese sentido, el documental será autoexplicativo.

Y aunque el contexto actual también esté marcado por tensiones políticas y un resurgimiento del autoritarismo alrededor del mundo, seguimos creyendo en la empatía, la esperanza y la capacidad del arte para transformar.

PJ: ¿Cómo reflejarás en el documental esa dualidad cultural de Algie, y en qué medida consideras que su retorno a Inglaterra lo convierte en un “embajador” de la memoria chilena ante el mundo, más allá del simple regreso físico?

Creo que esta historia tiene varios niveles de significado. Por un lado, hay un componente profundamente personal. el retorno del cerdo a Battersea tiene para mí un valor emocional enorme, ligado a mi propia historia de vida. Pero también existe una dimensión colectiva muy poderosa, porque cada persona con la que compartimos este proyecto, como amigos, músicos, gente interesada en la música, siente que esta locura, de algún modo, tiene sentido. Es como si estuviéramos representando un deseo compartido, un anhelo colectivo que trasciende lo individual.

En este proceso se mezclan muchas cosas. La historia que vivimos, el peso de la memoria, la idea de los sueños que se gestan incluso en tiempos difíciles. Hay también un componente muy ligado a la imaginación infantil. Cuando era niña y vi por primera vez la imagen del cerdo sobre Battersea, algo se despertó en mí. Se generó una fantasía emocional, una conexión con ese lugar. Por eso, ahora que este proyecto busca llevar nuevamente el cerdo a ese mismo sitio, lo siento como volver a mi infancia, a ese momento en que tenía diez años y soñaba con ver ese lugar en persona.

Estoy convencida de que mucha gente sintió lo mismo cuando vio el arte del disco o escuchó la música por primera vez. De ahí viene esa conexión tan fuerte, esa necesidad de cerrar un ciclo, o más bien, de cumplir un sueño. No se trata de clausurar algo, sino de completar un viaje: develar un misterio que nos ha acompañado toda la vida.

La resignificación del cerdo alcanza su punto culminante cuando logra elevarse nuevamente sobre Battersea, su lugar de origen. El símbolo debe volver a casa, pero transformado, con un nuevo mensaje. En su momento, ese cerdo representaba el poder industrial, la crítica a la sociedad de consumo. Hoy, después de todo lo que hemos vivido, puede representar valores diferentes, un mensaje renovado.

También hay algo muy potente en el cambio del propio lugar. Battersea ya no es una planta eléctrica, ahora es un centro comercial. Ese contraste, entre lo que fue y lo que es, dice mucho sobre la transformación social y cultural. Llevar de vuelta el cerdo allí, convertido en algo distinto, es casi un espejo de cómo el tiempo reconfigura los símbolos.

Sé que probablemente será difícil lograrlo. Cuando estuve en Battersea hace un tiempo, me dijeron que era poco probable que nos permitieran elevarlo, por razones técnicas. El tráfico aéreo, los permisos, y la experiencia del primer intento, cuando el cerdo se soltó. Pero si lo conseguimos, será porque esta vez el cerdo vuela con otro sentido. Ya no será un acto provocador, sino un gesto de arte, y esperanza.

PJ: Recientemente entrevistaste en Londres al fotógrafo que capturó la imagen original de Algie sobre Battersea, obteniendo “su valioso testimonio acerca de la fotografía que impactó al mundo musical”. ¿Que cosas te contó que nos puedas compartir? ¿De qué manera escuchar la perspectiva de alguien que vivió aquel primer vuelo de Algie influyó en tu propia visión creativa, aportándote nuevas ideas o matices para reinterpretar ese momento histórico desde la mirada de tu documental?

PS: Todo comenzó de una manera muy curiosa. Este año organizamos un viaje con muchísimo esfuerzo, reuniendo dinero poco a poco, literalmente moneda a moneda. Hicimos alcancías con forma de cerdito para vender, y todo fue financiado con recursos propios. Por suerte, mi hija me ayudó pagándome el pasaje a Francia, y a partir de eso pude planificar un recorrido que incluiría diez días en Londres.

Mi objetivo era claro, visitar Battersea y hablar con la gente del lugar, porque quería ver con mis propios ojos el sitio donde nació aquella imagen icónica del cerdo volador. Además, contaba con un contacto en la London School of Music que ofreció su apoyo, no económico, pero sí logístico.

Poco antes del viaje, mientras estaba en Santiago con mi amigo Alejandro Pino (parte esencial de este proyecto), me recomendó un libro llamado White Elephants and Flying Pigs, sobre la historia de la central eléctrica Battersea y su evolución a lo largo del tiempo, con un capítulo dedicado a Pink Floyd. Cuando vi el nombre del autor, pensé: “¿Y si le escribo?”. Lo hice, sin pensarlo mucho, y para mi sorpresa me respondió de inmediato. Se mostró muy emocionado por nuestro proyecto y quiso entrevistarme.

Gracias a él logré contactar a Howard Bartrop, el fotógrafo que tomó la famosa imagen del cerdo sobre Battersea. Me pasó su correo y le escribí contándole lo que estábamos haciendo. También había visto recientemente una publicación suya en un grupo de música progresiva donde compartía aquella fotografía, pero muchos no le creían que fuera el autor. Me pareció divertido y quise contactarlo directamente.

Finalmente logramos comunicarnos por WhatsApp y coordinamos un encuentro en Battersea. La emoción que sentí fue indescriptible: iba a reunirme con el hombre que había tomado una de las imágenes más emblemáticas de la historia del rock. Cuando lo conocí, me sorprendió su sencillez, un caballero de más de setenta años, amable, tranquilo, sin ninguna pretensión.

Durante nuestra conversación me contó cómo fue aquella sesión fotográfica. Me dijo que estaba muy nervioso, porque no todos los días se inflaba un cerdo gigante en Londres. En esos años había menos regulaciones y el rodaje se hizo casi de manera improvisada. El primer día el cerdo se escapó, y al siguiente él no logró capturar la toma principal. Sin embargo, al atardecer, cuando todo parecía perdido, decidió subir de nuevo y tomó una foto del cielo con una luz y atmósfera únicas. Esa imagen, más tarde, fue usada para la portada del disco, con el cerdo añadido por montaje.

Me explicó que el color y la niebla del río crearon una paleta casi mágica, irrepetible. Escucharlo fue conmovedor. Para él también fue impactante conocer a alguien que había viajado desde el otro lado del mundo para agradecerle por esa fotografía que marcó a toda una generación.

Cuando nos despedimos, traté de contener la emoción, pero él me tomó del brazo y me dijo another hug, pidiéndome otro abrazo. Fue un momento maravilloso. Él estaba acompañado por su esposa, y yo por mi hijo, lo que hizo todo aún más íntimo y significativo.

Ahora Howard participará en nuestro documental cuando volvamos a Londres. Incluso quiere tomar nuevas fotografías del proyecto, lo que sería un cierre perfecto para esta historia.

Lo más hermoso es su humildad. A pesar de haber trabajado en arte de Pink Floyd, Yes y Genesis, no se atribuye ningún mérito extraordinario. Lo ve como parte de su oficio, sin ego, con la serenidad de quien hizo algo importante sin buscarlo.

Hoy seguimos en contacto, nos escribimos en redes sociales, y cada vez que lo pienso, me emociona imaginar que aquel hombre, tan tranquilo y discreto, fue quien capturó una imagen que transformó mi infancia y hoy inspira todo este viaje. Y quizás, quién sabe, algún día Roger Waters reconozca también esa conexión inesperada que sigue uniendo Battersea, Chile y ese cerdo volador.

PJ: Trabajas en Returning Algie junto a tu hijo Arturo, quien ha sido parte del proyecto desde sus inicios. ¿Cómo ha enriquecido esta colaboración entre madre e hijo la narrativa emocional de la película? Al unir tu experiencia de haber vivido la censura del rock con la perspectiva de una generación que creció en libertad, ¿qué diálogo surge entre ambas visiones a la hora de contar la historia de Algie?

PS: Mi maternidad ha sido bastante particular, fuera de lo común. Por supuesto, tuve la experiencia cotidiana. Cambiar pañales, retar, cuidar. Pero, más allá de eso, hay algo que siempre me ha marcado profundamente: la conexión creativa con mis hijos.

Con mi hija Trinidad, por ejemplo, compartimos el gusto por la música, aunque ella va por un camino diferente. Pero con Arturo se generó algo muy potente. Cuando él se sumó a este proyecto, todo cobró aún más sentido.

Arturo vibra con el arte, con la música, con la cultura. Es algo que también me define desde siempre. Yo he sido una persona monotemática: todo en mi vida ha girado en torno a la música. Mis amistades, mis relaciones, mis pasiones… todo ha estado atravesado por ese eje. Así que, inevitablemente, mis hijos crecieron en ese ambiente.

Arturo, por su parte, desarrolló su propio gusto musical, aunque tenemos muchos puntos en común. Nos entendemos muy bien en lo creativo: él aporta una mirada más moderna, fresca, que conecta con nuevas generaciones, pero mantiene el espíritu que nos une. Su presencia reafirma que la música de Pink Floyd, y la música progresiva en general, es transversal y atemporal.

Este proyecto no es la historia de una mujer obsesionada con un cerdo volador; es una historia de generaciones unidas por la música. La huella emocional que nos ha dejado es tan profunda que nos mueve a crear, a actuar, a construir algo a partir de esa pasión compartida.

Escuchar lo que Arturo escucha también ha sido enriquecedor. Él me nutre tanto como yo lo nutrí en su infancia. Tenemos una relación de ida y vuelta, donde el intercambio artístico y afectivo es constante.

AB: Mi perspectiva siempre fue particular. Mis padres son melómanos, cinéfilos, y crecí entre discos y películas. No tuve alternativa, la música y el cine son mi oxígeno. Desde niño acompañé a mi mamá en sus rodajes, observando detrás de cámaras. Aprendí a amar el proceso creativo desde adentro, entre luces, cámaras y risas.

Cuando me mostró por primera vez este proyecto, me fascinó. Era una historia que mezclaba ficción y documental, humor y emoción, y además retrataba la cultura chilena con un toque muy propio. Leí el guion esperando encontrar algo que criticar (como todo hijo con su madre), pero me encantó. Era una historia viva, entretenida, que merecía realizarse.

Además, siempre quise hacer una película sobre el proceso de hacer una película. Y eso fue exactamente lo que empezó a suceder: mientras escribíamos y grabábamos la ficción, decidimos registrar el “detrás de escena”, y esa grabación terminó convirtiéndose en el verdadero documental.

Lo interesante es que, más allá de la anécdota, este proyecto refleja un choque generacional lleno de armonía. Yo nací en democracia, con toda la música del mundo al alcance de un clic, mientras que mi mamá creció buscándola con esfuerzo. Pero, aun así, nuestras emociones convergen.

Trabajar juntos ha sido un desafío y una oportunidad. No es común ver a una madre y un hijo compartiendo un proyecto creativo, pero en nuestro caso ha sido natural. A veces nos cuesta exponernos, no somos de hablar mucho de nosotros mismos, pero entendemos que esta historia puede inspirar a otros.

Nuestra relación tiene, como todas, momentos de roce y aprendizaje, pero también una comunión creativa poderosa. Nos complementamos. Ella tiene una energía inagotable y una imaginación inmensa; es, sin duda, la persona más creativa que conozco.

Y lo que me parece más hermoso es que esto trasciende el vínculo familiar. Es una forma de mostrar cómo el arte puede unir generaciones, sanar heridas, y mantener viva la curiosidad. Crear juntos es una forma de crecer, de reconocernos, de transformar el amor en obra.

Vivimos tiempos difíciles. El mundo siempre ha estado en conflicto, siempre ha habido guerras. Pero hoy, más que nunca, tenemos conciencia, información, ciencia y herramientas poderosas en nuestras manos. Tenemos la posibilidad de hacer el bien, y sin embargo, seguimos cayendo en el egoísmo, en la indiferencia.

PJ: ¿Qué cambio esperan inspirar en la sociedad o en las personas que sean tocadas por la historia de Algie?

PS: Yo no pierdo la esperanza de que este proyecto logre tocar algo profundo en las personas. Que las haga pensar en el momento en que uno deja de preocuparse solo por sí mismo y empieza a mirar al otro, a sentir compasión.

Me gustaría que quienes vean esta historia reflexionen sobre eso: ¿en qué instante dejamos de pensar solo en lo que nos conviene? ¿Cuándo comenzamos a actuar desde un lugar más amoroso, más humano? Porque las decisiones que tomamos a diario deberían nacer desde ahí, no desde la conveniencia, el dinero o la apariencia, sino desde la pasión, la convicción interna, aquello que nos mueve de verdad.

Creo profundamente que actuar desde el amor y la autenticidad es un acto de resistencia en sí mismo. Cuando uno nace, lo hace sin nada, desnudo, libre. Así deberíamos seguir enfrentando el mundo: sin dejar que lo material o el miedo nos transformen en alguien distinto.

Para mí, la música y las artes son el puente que nos conecta con ese ser esencial. Nos devuelven a lo más puro y nos recuerdan quiénes somos realmente. Por eso deseo que el documental refleje ese espíritu: que detrás de esta historia aparentemente absurda, se vea la profundidad del mensaje, el valor de lo humano.

AB: Coincido completamente. A esa idea de resistencia y empatía, yo le agregaría la esperanza. Puede sonar ingenuo, incluso “ñoño”, pero creo que es esencial. Inflar nuevamente el cerdo, hacerlo volar otra vez, simboliza exactamente eso, creer que las cosas se pueden lograr.

Como sudamericanos, hemos aprendido a resistir, pero a veces olvidamos la esperanza. Y hoy, más que nunca, el mundo necesita empatía. Vivimos cargados de rabia, frustración y dolor, muchas veces con razones justificadas. Pero si se nos da la oportunidad de elevar un mensaje, de hablar, de tener una voz, debemos preguntarnos: ¿qué vale realmente la pena decir?

Y yo creo que vale la pena hablar de la esperanza. De la posibilidad de tratarnos mejor, de creer que los sueños creativos que antes fueron reprimidos pueden hacerse realidad. Hablar de lo positivo, de lo que puede sanar.

Incluso, podemos perdonar al chancho. Quitarle su carga oscura y dotarlo de un nuevo significado. Ya no es el cerdo capitalista de la crítica social; ahora es el cerdo liberado, el que vuela nuevamente, no para burlarse del mundo, sino para recordarnos que todo símbolo puede renacer, que la humanidad puede reinventarse si aprendemos a mirar con amor.

PJ: Hablemos de la actualidad del documental. ¿En que fase se encuentra?

PS: Hemos pasado ya por cuatro laboratorios de cine en Chile, lo cual ha sido una experiencia muy enriquecedora. En el mundo del cine, cuando comienzas un proyecto, es fundamental conseguir validaciones en el camino. Estas validaciones no solo sirven para acreditar la calidad del trabajo, sino que también te permiten encontrarte con profesionales del medio que corrigen, orientan y fortalecen tu proyecto.

Esto es es muy positivo, y nos ha permitido consolidar tanto el guion como la historia que queremos contar.

Además, hemos obtenido apoyos relevantes. Aunque todavía no contamos con financiamiento total, sí hemos logrado el respaldo de instituciones y personas que creen en este proyecto, lo que nos da solidez y proyección.

Nuestro siguiente paso es buscar financiamiento. Estamos postulando a fondos nacionales, pero también exploramos la posibilidad de asociarnos con marcas que deseen participar y apoyar la realización. En concreto, necesitamos financiar el viaje y el equipo profesional que nos acompañará durante la producción.

El presupuesto, si bien puede parecer elevado desde una perspectiva local (alrededor de 200 millones de pesos chilenos), es en realidad muy bajo para una película con este alcance, especialmente considerando el retorno cultural y simbólico que puede generar.

Hoy nos encontramos en una etapa avanzada y consolidada del proyecto. Se ha sumado al equipo la productora de Cinelebu, dirigida por Claudia Pino, quien asumió la producción ejecutiva. Esto ha sido un gran paso, porque nos permite trabajar con una estructura más formal y con respaldo profesional.

También se incorporó Eduin Tijerina, guionista mexicano de gran trayectoria, actualmente con proyectos en HBO. Su participación ha sido clave, porque además de aportar en el desarrollo narrativo, nos ha dado una validación internacional.

Hemos formado nuestra propia productora, Cabra Loca, junto a Arturo y Alejandro. Este paso busca dar continuidad al trabajo creativo y asegurar la propiedad intelectual de nuestras ideas y futuros proyectos. Tal como las bandas de música que crearon sus propios sellos para proteger su arte, nosotros queremos defender el nuestro, evitando que la industria absorba o diluya su esencia.

La productora nos permitirá manejar los derechos de esta y otras obras relacionadas con la música, y abrirá un espacio de trabajo formal para todos los involucrados.

Nuestro próximo desafío inmediato es nuestra campaña de crowdfunding. Hemos comprobado que existe una comunidad muy grande y apasionada de fanáticos de la música que podrían identificarse profundamente con esta historia.

El plan es comenzar el rodaje inflando el cerdo aquí en Concepción, acompañados de músicos, fanáticos y colaboradores. Queremos que ese primer acto simbólico sea el punto de partida del documental, un gesto colectivo lleno de energía y esperanza.

Ya lo intentamos antes, de manera más modesta, cuando inflamos el chancho en la Universidad del Bio Bio, pero esta vez queremos hacerlo en grande, con más organización y visibilidad. Todo lo que hemos hecho hasta ahora ha sido autogestionado, financiado con nuestros propios recursos, lo que demuestra el compromiso y la pasión detrás de esta idea.

El crowdfunding es el paso más fuerte, el que nos permitirá llegar más lejos. Queremos hacerlo con ruido, con corazón y con comunidad, apelando directamente a la emoción de quienes sienten que la música y el arte siguen siendo espacios de libertad y transformación.


«Cuando los chanchos vuelen» está en pleno proceso de crowdfunding, por lo que están aceptando donaciones en su página web oficial https://www.returningalgie.com/ . Te animamos a que hagas tu aporte.

ProgJazz es un colectivo unido por la amistad nacido en 2007, y que busca difundir música sobre la base del rock progresivo, el jazz, la música de vanguardia y todos sus géneros asociados.

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