Stanley Clarke y «School Days»: Los días que hicieron escuela
A mediados de los años 70′, teníamos una plenitud de músicos provenientes del jazz abrazando la electricidad del rock, el prog, el funk y hasta la música latina, empujando los límites de todos esos mundos. Bandas como Weather Report, The Mahavishnu Orchestra o Return to Forever llenaban auditorios con largas improvisaciones y pasajes electrizantes.
Stanley Clarke, ya consagrado como un bajista virtuoso de los regreso a la eternidad, decidió dar un paso al frente y llevar el bajo del fondo del escenario al papel protagónico.
En esos días de la fusión setentera, el bajo eléctrico comenzaba a consolidar su presencia como instrumento que podía estar al frente de la situación. En esto, Clarke no fue el único, por supuesto, ya que en el mismo rock teníamos hace rato a los Jack Bruce, los John Paul Jones, Chris Squire y John Wetton; mientras que en aguas jazzeras Jaco Pastorius asombraba con su estilo en Weather Report y en su debut solista.
La gran diferencia es que Clarke aportó un carisma y un sonido muy propio que lo convirtieron en uno de los dioses compositivos del bajo fusión de la década. «School Days» se inscribe así en una trilogía de álbumes (precedido por «Stanley Clarke» de 1974 y «Journey to Love» de 1975) que consolidaron su carrera solista y cimentaron su reputación como uno de los bajistas más influyentes del jazz moderno.
Lo maravilloso de este LP es cómo fluye cohesivamente a pesar de su diversidad. Clarke actúa aquí no solo como bajista, sino como un director de orquesta de su propio universo musical, componiendo, arreglando y produciendo todas las piezas. Además de ello, supo reunir a amigos y colaboradores legendarios: Jon McLaughlin, Steve Gadd, Billy Cobham, George Duke, entre otros, integrándolos en un lienzo sumamente diverso.
Cada pieza tiene su propia personalidad y, aun así, el conjunto se siente unitario, con el bajo de Stanley como hilo conductor que narra la historia a su manera. En este sentido, «School Days» puede interpretarse conceptualmente, sugiriendo una reflexión lúdica sobre el aprendizaje y la vida; donde Clarke nos lleva de la mano desde la energía juvenil de los días de escuela, pasando por tardes tranquilas, danzas y momentos difíciles, hasta concluir que “la vida es solo un juego”.
Durante todo ese recorrido sonoro, nos transmite su filosofía, donde la música, como la vida, hay que vivirla con pasión, libertad y un poco de atrevimiento.
De vuelta al colegio
Lejos de ser un álbum unidimensional, este LP está estructurado como un viaje por múltiples paisajes sonoros que reflejan las muchas facetas de Stanley.
Desde el primer momento, la pieza homónima irrumpe con ese riff de bajo arpegiado simplemente icónico, en lo que son ocho minutos de pura dinamita. Acá Clarke da una verdadera clase magistral de lo que un bajo en manos apropiadas puede hacer, con secciones compuestas de improvisación pura haciendo imposible quedarse quieto.
No es exagerado decir que con solo esta pieza, Clarke se ganó a legiones de fanáticos del jazz rock, con el mérito del groove y el virtuosismo desplegado, ni bien corrían los primeros minutos. Por tan solo la apertura, ya vale la adquisición del disco entero.
Tras la explosión inicial, el álbum nos sorprende explorando distintos estados de ánimo sin perder coherencia. “Quiet Afternoon” baja las revoluciones y se mete en territorios de smooth jazz y contemplación, con un bajo más lírico que demuestra la faceta romántica de Clarke. Luego “The Dancer” añade exotiquez a la mezcla, coqueteando con ese funk que invita, como su nombre sugiere, a moverse.
En “Desert Song” cambiamos de escenario: Clarke toma el contrabajo acompañado por la guitarra de John McLaughlin, transportándonos a un paisaje sonoro, íntimo y casi místico, con aroma a jazz acústico y el misticismo propio del líder de la Mahavishnu. Enseguida llega “Hot Fun” para sacudirnos de nuevo con una suerte de funk desquiciado – apenas tres minutos – que hace honor a su título y nos recuerda que Stanley también sabe divertirse y hacernos sonreír con líneas de bajo rápidas y lúdicas.
Finalmente, “Life Is Just a Game” cierra el LP por todo lo alto donde Clarke tira la escuela por la ventana. Aquí convergen todas sus influencias – pasajes de jazz rock furioso, arreglos de bronces y cuerdas al estilo big band, coros soul – para crear un desenlace grandioso y lleno de sorpresas.
Sí “School Days” era la apertura demoledora, “Life Is Just a Game” es el broche de oro que equilibra virtuosismo y sentimiento, recordándonos que la vida (y la música) es un juego que se disfruta más cuando se rompen las reglas y se experimenta sin miedo.
Los días que hicieron escuela
La influencia de «School Days» se extendió más allá del jazz. Bajistas de rock, funk y otros estilos quedaron boquiabiertos con lo capaz que era mostrar Stanley. El legendario Geezer Butler, de Black Sabbath, confesó que al escuchar el LP por primera vez sintió que quería dejar de tocar, de lo asombrado que quedó. Y no fue el único. Desde Flea (Red Hot Chili Peppers) hasta virtuosos como Billy Sheehan han citado a Stanley Clarke como un antes y después en sus años mozos.
Prueba del enorme legado es que décadas después, en 2002, se organizó un concierto homenaje donde una constelación de bajistas tales como Marcus Miller, Victor Wooten, Flea, Stuart Hamm y otros se unieron a Clarke para tocar “School Days” y celebrar su contribución histórica. Todos querían estar en esa “clase” magistral junto al maestro.
Dentro del mismo jazz fusión, el álbum consolidó ciertos estándares. Tras «School Days», se hizo común que los discos de fusión dedicaran espacio a lucir al bajista, y que este tomara más riesgos creativos. Además, muchos artistas de R&B, pop y hasta hip hop han reconocido la influencia de la obra de Stanley Clarke.
Además, logró algo notable. «School Days» escaló hasta el puesto #34 del ranking Billboard 200 (y #2 en listas de jazz), una hazaña inusual para un álbum de jazz en su época.
A casi cinco décadas de su salida, solo nos queda celebrarlo en estas líneas, y que lo coloques ahora mismo.






