Jazz: el eco del dolor, la esperanza y la libertad creativa

Un 30 de abril es la fecha proclamada por la UNESCO en 2011 para celebrar el Día Internacional del Jazz. En ese sentido, es un pretexto perfecto para detenerse, escuchar y entender cómo un crisol de culturas, luchas sociales y avances técnicos terminó pariendo un género que, todavía hoy, simboliza creatividad, virtuosismo y libertad musical.

Si bien en ProgJazz nos especializamos en «rock progresivo y otras músicas de vanguardia» – donde cabe la fusión – siempre es bueno volver a los orígenes; a ese recorrido que parte en las plantaciones algodoneras del sur de Estados Unidos y desemboca en los clubes más vibrantes del planeta, con el nombre de Jazz.

El origen, el dolor

La primera palabra indispensable es “mestizaje”. El mestizaje y el intercambio natural de culturas ha sido una de las mayores fortalezas como humanidad para enriquecer las sociedades y, finalmente, sobrevivir.

En esto, el jazz no ha sido la excepción: los millones de africanos esclavizados que llegaron a Norteamérica desde el siglo XVI trajeron consigo cantos de trabajo y de un verdadero dolor proveniente de la esclavitud; los cantos colectivos de las work songs, o los más personales de field hollers (gritos del campo) y una visión ritual de la música que sobrevivió —y se transformó— incluso bajo la imposición de idiomas y religiones europeas. Las comunidades negras adoptaron himnos cristianos como “máscara” de sus propias deidades, mezclando melodías occidentales con patrones rítmicos africanos llamados spirituals. Esa tensión entre opresión y resiliencia es la semilla de todo lo que llamaremos jazz, de acá en adelante. ​

Tras la guerra de Secesión (1861-1865) y la abolición de la esclavitud, llegó la reconstrucción. Ex-soldados afroamericanos aprendieron teoría musical en las bandas militares y, al mismo tiempo, siguieron cantando spirituals en iglesias improvisadas. Cuando aquellos músicos emprendieron caminos como trovadores ambulantes apareció el blues: una forma breve, flexible y profundamente emotiva que encajaba en la futura práctica de la improvisación. El blues suministró tanto el “vocabulario” (las célebres doce compases) como el “tono narrativo” del naciente jazz.

Mientras tanto, en los salones de baile de finales del XIX, el ragtime tomó la solemnidad de las marchas europeas y las “rasgó” con síncopas heredadas de África y el Caribe. Pianistas como Scott Joplin ambicionaban elevar esa música de burdel a arte serio, construyendo piezas escritas donde la mano izquierda marcaba el ritmo, y la derecha disparaba notas vertiginosas. El resultado fue una primera gran “mecánica jazzística”: desplazar el acento para que el oyente “caiga” entre los tiempos fuertes, experiencia rítmica que más tarde llamaremos swing.

Pocos lugares reunieron tanta diversidad como Nueva Orleans a fines del siglo XIX y comienzos del XX: colonias francesas, españolas e inglesas; ritmos afrocaribeños que llegaban por mar; óperas europeas y, por supuesto, el sonido de las bandas militares. En los alrededores de Congo Square se celebraban danzas acompañadas de tambores, mientras las bandas callejeras tocaban con cornetas, clarinetes y trombones heredados del ejército. Allí nació la plantilla instrumental del “jazz clásico”: sección rítmica, piano, tuba-contrabajo, banjo, set de tambores y trío de bronces. Importa más, sin embargo, la actitud: cada músico buscaba “decorar” la melodía principal con variaciones espontáneas, antecesoras de la improvisación colectiva.

Durante la década de 1910, llegaría un invento que revolucionaría el mundo de la percusión: el pedal del bombo, creado por la compañía americana «WFL William F. Ludwig«. De acá en adelante el set de batería tomaría la forma moderna como la conocemos actualmente, y el primer terreno fértil donde se desarrollaría esta nueva mecánica y técnica, sería el jazz.

El distrito rojo de Nueva Orleans, Storyville (1897-1917) ofrecía trabajo a pianistas y bandas que tocaban a todo volumen entre burdeles y salones de baile. Allí el ragtime se orquestó y se contagió del blues. Figuras como Buddy Bolden o Jelly Roll Morton rompieron los compases regulares y convirtieron las piezas en paletas de colores tímbricos: la melodía saltaba del clarinete a la corneta, del trombón al banjo. Con el cierre de Storyville en 1917, estos músicos emigraron a Chicago y Nueva York, llevando este nuevo virus primordial, este nuevo hijo que rápidamente comenzaría a ser llamado «Jass».

El término «Jass» podría haber venido de la jerga afroamericana de la época, donde «jass» o «jaz» era una palabra para describir energía, emoción o incluso actividad sexual. También existen otras teorías que explicarían que proviene del verbo «jasm«, que en el antiguo inglés del siglo XIX significaba «espíritu, energía, vigor». En esencia, el mismo destino.

En Chicago, la mafia de la Ley Seca necesitaba música para sus speakeasies (bares clandestinos). El resultado fue un jass más rápido, más caliente (hot jazz) y, sobre todo, más acentuado en los tiempos 2 y 4, generando una marea rítmica irresistible para los bailarines.

De aquellos lugares, de Nueva Orleans y Chicago, proviene la mítica historia donde la gente traviesa empezó a borrar la «J» de los carteles de «Jass» para que quedara «ass» (trasero), como una broma. Para evitarlo y sonar más respetables, los músicos cambiaron la palabra a «Jazz«, que terminó quedándose como el nombre oficial del género.

Como la gente comenzó a tener «temas favoritos» para bailar, se comenzaron a dar forma a los «standards», o canciones que se volvieron parte del repertorio común: todos los músicos las conocían y podían tocarlas, improvisarlas o reversionarlas juntos, casi sin ensayar. Esto daba agilidad a las bandas para ir acomodándose a lo que solicitaba el respetable.

Con la llegada de las Big Bands a finales de los veinte, los arreglistas como Fletcher Henderson o Duke Ellington necesitaban herramientas musicales sencillas para ordenar a quince o veinte músicos. Una de ellas fue el riff: un motivo rítmico-melódico corto, repetido en bloque por una sección (saxos, trompetas o trombones) mientras otra responde. Heredero directo de las work songs, el riff crea un colchón hipnótico que hace que un solo improvisado destaque y que la audiencia identifique el tema tras un par de compases.

Acentos desplazados, riffs…¿a qué les suena todo eso?

El jazz revela sus secretos

El jazz amplió la paleta armónica europea añadiendo tensiones y sustituciones que coloreaban los acordes. Durante las jam sessions, los músicos rearmonizaban los recientemente formados «standards» del jazz, o creaban contrafacts, melodías nuevas sobre progresiones existentes. Este juego armónico convirtió cada interpretación en territorio virgen: nunca se sabía qué caminos tomaría el improvisador después del segundo coro.

Si algo define a este arriesgado género es la conversación. Desde la polifonía colectiva de Nueva Orleans hasta los solos fulgurantes de Louis Armstrong (primer gran solista que alzó la corneta por encima de la banda), la improvisación jazzística funciona como un discurso oral: se presenta un tema primario (head), se “narra” libremente en los solos y se vuelve al head para cerrar el círculo. Las “palabras” de ese discurso son los motivos que el solista desarrolla, repite, varía y responde, casi como si estuviera debatiendo con los demás músicos en tiempo real.

Ya para la época del bebop de los años cuarenta, la sección rítmica dejó de marcar un pulso cuadrado y empezó a puntuar las frases del solista con comping (acordes salpicados e impredecibles en el piano o la guitarra) y bomb drops en la batería – acentos fuertes en el bombo en lugares inesperados -. Así, el ritmo se convirtió en un campo de juego impredecible: la base “empuja” o “tira” del solista, quien a su vez altera ideas según esas señales. Esta interacción espontánea, casi telepática, es lo que hace que dos noches con el mismo repertorio suenen radicalmente distintas.

Cada mecánica mencionada —swing, riff, armonía extendida, improvisación dialogante, interacción rítmica— ha evolucionado en diferentes iteraciones, como el cool, el hard bop, la excitante fusión que a todos nos gusta tanto en la comunidad, o el jazz contemporáneo con elementos de hip hop y música electrónica. Sin embargo, todas comparten la misma raíz: el impulso de contar una historia musical en tiempo real y de invitar al oyente a ese viaje.

Es hora de callar y reproducir un disco

Al momento de terminar estas líneas, solo te pido una cosa, y ya que estamos en confianza: pon un disco de Armstrong, de Ellington o de Charlie Parker y trata de seguir con la palma el tiempo 2 y 4. Descubrirás, en tu propio cuerpo, esas mecánicas invisibles que mantienen vivo al jazz, y entenderás por qué el mundo y los géneros más populares, como el rock y sus derivados (hola prog), le deben tanto.



Bibliografía: Curso de apreciación del Jazz de Pedro Rodríguez y Roberto Gacitúa, fundación Oscar Gacitúa. Puedes averiguar más de este curso, acá

ProgJazz es un colectivo unido por la amistad nacido en 2007, y que busca difundir música sobre la base del rock progresivo, el jazz, la música de vanguardia y todos sus géneros asociados.

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