«Timewind» de Klaus Schulze: Vientos de un tiempo futuro
Esa escena experimental fue un auténtico soplo de aire fresco para la música contemporánea.
David Bowie
En la Alemania de fines de los 60′ y principios de los 70′ surgió un movimiento contracultural musical llamado krautrock. Para saber más de él, puedes entrar a este artículo. Muchas bandas de aquella etiqueta, también conocida como kosmische musik, exploraron atmósferas hipnóticas y estructuras cíclicas, alejándose de las formas convencionales del rock anglosajón.
Las agrupaciones alemanas preferían la improvisación y la experimentación electrónica, mezclando alta y baja cultura para conectarse con las tradiciones alemanas. Para ellos, la música era una forma de “reconstrucción, curación de heridas pasadas, un proceso redentor y renovador” tras la convulsa posguerra. Así, esta filosofía de audacia sonora y libertad creativa fue el caldo de cultivo del futurismo electrónico que influiría mucho más allá del país teutón.
Klaus Schulze entró en esa escena como baterista. Tocó en el álbum debut de Tangerine Dream «Electronic Meditation» de 1970, y en 1971 cofundó el trío Ash Ra Tempel con Manuel Göttsching y Hartmut Enke. Pero Schulze pronto abandonó la batería: su inquietud creativa le llevó a los teclados, convirtiendo viejos órganos y efectos sonoros en un mundo propio. Así, en 1972 inició su carrera solista con el LP «Irrlicht,» obra pionera de música concreta.
En ella Schulze ya exploraba sonidos prolongados y efectos envolventes (grabando una pequeña orquesta al revés) e introdujo la idea del mantra repetitivo como elemento hipnótico distintivo. A estos primeros ensayos siguieron «Cyborg» (1973) y «Blackdance» (1974), donde su arsenal tecnológico creció rápidamente, incorporando sintetizadores analógicos EMS y ARP, además de órganos Farfisa y otros teclados, que definieron el sonido de su estudio berlinés.
Con cada nuevo trabajo refinó su arte espacial, pero el disco que llenará estas líneas, «Timewind» (1975) fue el primero en hacer del secuenciador un elemento estructural clave. Klaus se ganó la reputación de genio electrónico y pionero de la llamada “Escuela de Berlín”, sentando bases para toda la música progresiva electrónica que vendría después.
«Timewind» se grabó entre marzo y junio de 1975 en su propio estudio de Berlín y marcó un antes y un después en la trayectoria de la música electrónica. Fue su primer álbum en emplear el revolucionario sintetizador-secuenciador Synthanorma (16 canales, 32 pasos) que ejecuta un único patrón rítmico, ideas provenientes del motorik. Sobre esa base, Schulze desarrolla gradualmente enormes nubes de sonido: acordes largos de órganos cuasi virtuales, melodías difuminadas y ricas texturas cósmicas, mientras modifica filtros y efectos en tiempo real.
Klaus prescinde deliberadamente de los populares sintetizadores Moog de la época, prefiriendo su propio banco de instrumentos: además del Synthanorma, tenemos los sintetizadores ARP 2600 y Odyssey, el mencionado Elka, el compacto EMS Synthi A, junto con un órgano Farfisa Professional Duo y un piano de estudio.
La grabación de esta pieza fue casi “en vivo”; todo se registró en una cinta de dos pistas en una sola toma, obligándolo a tocar los sonidos y ajustar los parámetros en tiempo real. El resultado es un paisaje sonoro envolvente de poderosa simpleza, donde cada variación imperceptible refuerza la sensación de éxtasis hipnótico.
La producción de «Timewind» es austera, sin overdubs, confiando en la magia de tocar en vivo para capturar la espontaneidad del momento. De este modo consigue texturas cristalinas y líneas melódicas que encajan con el concepto wagneriano que Klaus tenía en mente.
El arte de portada es otra vez creado por el artista suizo Urs Amann, presentando una escena surrealista que ha sido objeto de diversas interpretaciones. La imagen muestra figuras humanoides aladas en una puerta que da a una ciudad en ruinas, con un suelo ajedrezado de mosaico en blanco y negro que se extiende hacia el horizonte. Para algunos, simbolizaría la dualidad entre lo mecánico y lo orgánico; lo terrenal, y lo espiritual.
El disco
“Bayreuth Return” es una suerte de preludio que evoca la majestuosidad de Wagner a través de medios electrónicos. La pieza, dedicada a la ciudad de Bayreuth donde se estrenó Der Ring des Nibelungen, o en español el Anillo del Nibelungo, arranca con una cautivante introducción de secuenciador, seguida de oleadas sintetizadores y acompañada de abundantes reverberaciones, pequeños arreglos de órgano Farfisa y ocasionales tormentas de ruido blanco y efectos de pitch bend.
Schulze manipula todo en directo —cambiando filtros y modulaciones— generando un magma sonoro que oscila entre luces y sombras. La cadencia cíclica del secuenciador es como un latido constante, mientras las melodías van envolviendo al oyente poco a poco. Hacia el final, el beat desaparece y las texturas se desvanecen suavemente, cerrando el círculo.
No escucharás nada remotamente parecido en ningún otro lado.
La cara B del LP es la monumental “Wahnfried 1883”, cuyo nombre alude a la casa de Wagner en Bayreuth (“Wahnfried” significa ilusión/libertad), y al año de la muerte del compositor. Aquí el tempo es mucho más lento y acumulativo. Schulze construyó esta pieza superponiendo múltiples capas de sonido, generando texturas densas de sintetizadores y acordes que parecen elevarse hacia la estratósfera.
A diferencia de la cara A, no tenemos un beat marcado: la pieza progresa como una nube gigantesca que gradualmente cambia de color, mientras las armonías derivan suavemente, con leves modulaciones de tonalidad que nunca fijan una coloración central. El oyente queda envuelto en una atmósfera onírica cósmica, con cambios tan progresivos, lentos y sutiles que crean un trance absolutamente delicioso.
El legado de los vientos
A pesar del carácter altamente experimental de «Timewind», este resultó todo un éxito comercial. En 1976 fue galardonado con el Grand Prix du Disque de la Académie Charles Cros en Francia, un honor excepcional para un álbum de música electrónica hasta ese momento (solo Pink Floyd, Soft Machine o Patti Smith habían conseguido algo similar).
Lo cierto es que fijó el canon de la Berlin School. Ese modelo inspiró inmediatamente a Jean-Michel Jarre con “Oxygène”, “Équinoxe”; también al enorme Vangelis con “Albedo 0.39”, o “Spiral”, como así también a Neuronium y Mark Shreeve. Todo mientras abrió el camino al ambient meditativo del Steve Roach de “Structures from Silence”, e incluso permeando la épica de Hans Zimmer en “Dune”.
En Estados Unidos la obra alcanzó estatus de culto: durante años fue prácticamente el único disco de Schulze disponible allí, convirtiéndose en el LP favorito de los amantes de la electrónica en Norteamérica; y sirviendo de introducción para sus seguidores, incluso por encima de otros discos clásicos posteriores.
Décadas después fue sampleado o citado por la escena ambient-house y el IDM (The Orb, Future Sound of London, Aphex Twin), demostrando que un único flujo hipnótico de sintetizadores podía sostener tanto experiencia cósmica como pista de baile moderna.







