Jean-Michel Jarre y «Oxygène»: Simplemente, vital

Mi madre me dijo, ¿por qué llamas a tu álbum como un gas, pero pones una calavera en medio del mundo?, eso no va a funcionar
Jean-Michel Jarre (una prueba de que las madres no siempre tienen la razón)
Cuenta la leyenda que un joven francés de apenas 27 años, gestó un trabajo llamado «Oxygène» en la cocina de su departamento en París con un magnetófono de 8 pistas y un puñado de sintetizadores analógicos, -incluyendo el clásico mellotron- y efectos básicos. Contaba también con instrumentos como el sintetizador modular EMS VCS3, órganos electrónicos (Farfisa, Eminent) y una de las primeras drum machines de todos los tiempos: el Korg Mini Pops. Aquello era suficiente arsenal para dar forma a su visión musical y cambiar literalmente, el mundo.
La verdad es que tampoco era un joven francés cualquiera con conocimientos someros de música. De hecho ya tenía tres discos a sus espaldas: el single de «La Cage & Erosmachine» de 1969 (lanzado en 1971), absolutamente deudor de la música concreta, además del experimental «Deserted Palace» (1972) y la banda sonora para la película «Les Granges Brulées» de 1973. También estuvo en algunas bandas de rock locales.
Formado en el laboratorio del Groupe de Recherches Musicales de Pierre Schaeffer, pionero de la musique concrète, Jean-Michel Jarre tenía un tremendo bagaje en música docta contemporanea desde sus primeros veintes. Heredó de la escuela francesa un gusto por experimentar con ruidos y sonoridades no convencionales, y a la vez, estaba al tanto de la escena electrónica germana: los ritmos mecanizados de Kraftwerk, los pasajes cósmicos de Tangerine Dream o Klaus Schulze, y atmósferas de otros contemporáneos que fue absorbiendo para darles un propio giro personal.
Influido por compositores melódicos como Vangelis y por el prog de Pink Floyd – particularmente los paisajes sonoros de Richard Wright – Jarre buscaba dotar a esa temprana electrónica de un lenguaje emotivo y cercano. Sus ideas eran un compendio de experimentaciones, con elementos cósmicos de la electrónica experimental europea con arreglos rítmicos, estructuras sencillas y ganchos melódicos propios del pop.
Lejos de un estudio profesional, Jean-Michel aprovechó la libertad de su entorno casero para experimentar con grabadoras de cintas, ecos y pedales de efectos, exprimiendo al máximo las limitaciones técnicas en busca de un sonido propio. Un ingeniero amigo, Michel Geiss, colaboró en la programación de algunos equipos, pero el proceso creativo fue esencialmente un trabajo solitario y artesanal.
El disco contemplaría una gran pieza sin fin de 39 minutos de duración, dividida en 6 partes, con la posibildad de escalamiento hacia una séptima u octava en un futuro.
En septiembre de 1976, la actriz Charlotte Rampling – entonces pareja de Jarre – descubrió en una galería de París una impactante pintura titulada «Oxygène», del pintor Michel Granger. La imagen mostraba el planeta Tierra siendo desollado, revelando un cráneo humano en su interior: una metáfora visual de la devastación ambiental. Jarre, impresionado, adquirió la obra y decidió adoptarla como portada y eje conceptual del álbum. Este elemento visual reforzó el mensaje que Jarre ya buscaba transmitir de forma instrumental: una alerta sobre la fragilidad del planeta y la necesidad de preservar nuestro “oxígeno” común.
Asi, las composiciones brillan por su paleta tímbrica rica y orgánica a pesar de los medios por los cuales fue compuesto. Jarre ha defendido siempre la naturaleza “orgánica, sensual y casi sec-sual” de la música electrónica, y en este álbum esa filosofía se hace audible.
Lejos de la frialdad mecánica que muchos asociaban a los sintetizadores, «Oxygène» despliega sonidos cálidos, envolventes y hasta sensuales en su textura. El compositor aprovechó las imperfecciones de los instrumentos analógicos en favor de la expresividad: por ejemplo, empleó deliberadamente ruido blanco filtrado (similar al sonido de viento o mar) como fondo para enmascar limitaciones de ruido de sus equipos caseros, convirtiendo un posible defecto en materia prima estética.
Su viejo mellotron apenas tenía algunas teclas funcionales, pero aun así lo usó para escribir pasajes melódicos (como la base de la segunda parte) gracias a su característico sonido. Asimismo, Jarre exprime el estéreo como recurso artístico: capas sonoras que flotan de un canal a otro, ecos y reverberaciones que crean sensación de espacio tridimensional (una audacia para su época). El empleo de efectos como phaser y delay agrega profundidad y movimiento a sonidos estáticos, logrando que simples osciladores analógicos cobren vida propia. En la rítmica, la drum machine Korg fue modificada con cinta adhesiva para superponer ritmos preprogramados y así obtener patrones a placer.
Cada elemento sonoro en «Oxygène» está puesto al servicio de una atmósfera emocionalmente resonante: el álbum transmite tanto paz y asombro como tensión e inquietud, sin una sola palabra. El francés demostraba así que los sintetizadores podían conmover igual que una guitarra o una orquesta, dotando a la electrónica de una sensualidad orgánica inesperada para el público de entonces.
A finales de 1976, Jarre entregó el álbum a la discográfica francesa Disques Motors, quien confiaba plenamente en el proyecto. Así «Oxygène» se publicó en Francia el 5 de diciembre de 1976 y, pese al escepticismo inicial del propio músico sobre su potencial comercial, el boca a boca funcionó con rapidez. En apenas un mes vendió 100.000 copias, obteniendo el premio de la Academia Charles Cros y posicionándose en el #1 de las listas francesas durante 18 semanas.
Paradójicamente, algunos compradores inicialmente devolvieron el vinilo pensando que tenía defectos técnicos de fábrica, pues el disco comienza con ese inusual ruido blanco que confundió a más de uno.
El impulso local pronto dio paso a la conquista internacional. Un hecho clave fue su difusión en el Reino Unido: Un productor independiente neerlandés escuchó el disco en Francia, se hizo de una copia y voló a UK. Allí, se lo pasaría a un DJ local, que lo puso en la BBC Radio 1 en su totalidad, algo parecido al fenómeno de «Tubular Bells» de Mike Oldfield. El sello Polydor adquirió los derechos para distribuir «Oxygène» fuera del pais galo, lanzándolo mundialmente en 1977.
Para fines de 1977, «Oxygène» se había encaramado al #2 de las listas británicas y entrado en el Top 10 de numerosos países europeos; pero no podemos soslayar el single causante de «la explosión Jarre» en el mundo: La famosísima cuarta parte que comenzó a sonar con una frecuencia altísima en radios y programas de television.
El galo logró así acercar la electrónica a una masa increible de público sin renunciar a la exploración sonora, algo hasta entonces poco habitual en un género asociado a nichos underground.
O₂
Nos vamos a dar el placer de relatar todo este viaje musical, a pesar de tener medio siglo a sus espaldas.
La Parte I abre el álbum de forma impalpable e inmersiva. Un panorama ventoso – generado con ruido blanco y filtros – envuelve al oyente en una atmósfera espacial desolada. Sobre ese fondo nebuloso emergen acordes lentos de órgano y capas de sintetizador que se van entrelazando, como rayos de luz apareciendo entre la bruma sonora. La composición evoluciona sin percusión ni tempo marcado, dejando en claro el carácter ambiental y contemplativo del LP ni bien amanece.
Jarre plantea aquí un paisaje sonoro amplio, casi pictórico, que evoca la creación del mundo desde el vacío: es la génesis musical del oxigeno, que sitúa al oyente flotando en un espacio silencioso antes del ritmo y la melodía.
Luego llega la memorable Parte II, continuando la suite de manera fluida, introduciendo poco a poco una mayor estructura melódica. Sobre una base armónica cálida se construyen acordes tenues de cuerdas sintetizadas, cortesía del mellotron; el cual suena muy parecido a los sonidos que usó Genesis en el pasado, o los que usaría Steven Wilson en el futuro. Con esto, Jarre incorpora un motivo melódico reconocible que le da identidad a esta sección.
Destaca el tratamiento de las texturas sonoras: efectos de fase y ecos añaden profundidad, mientras pequeñas burbujas electrónicas (sonidos del sintetizador VCS3) revolotean en el paisaje auditivo. Todo tiene un tono sereno y melancólico, funcionando como un puente entre la pureza ambiental de la introducción y los desarrollos más rítmicos que vendrán. Es un tramo envolvente, de gran belleza, que demuestra como Jarre puede fusionar ambiente y melodía al mismo tiempo.
Está de más decir que fue utilizada y hasta quemada como música de fondo para documentales de investigación de la época, o programas relacionados con la última tecnología disponible.
La pieza más breve y experimental del álbum es sin duda la Parte III, sirviendo de clímax para la primera mitad. Tras la placidez anterior, aquí aumenta la intensidad y tensión: surgen ondas de sonido más agudas y un beat electrónico insistente en registro grave que acelera ligeramente. Jarre juega con efectos de barrido y modulaciones, los cuales generan un ambiente inquietante, casi dramático.
Hacia la mitad de esta parte, los sonidos se superponen en un crescendo turbulento: es como si una tormenta sonora se desatara brevemente, con silbidos, zumbidos y un entramado caótico de sintetizadores. Finalmente, la vorágine colapsa y Parte III se desvanece abruptamente, cerrando la cara A del vinilo con un silencio expectante.
En esos escasos tres minutos, Jarre consigue un efecto de ruptura: deja al oyente al filo del abismo sonoro, listo para la renovación que traerá la siguiente sección.
Y tenía que llegar la que disfrutan grandes y chicos: la emblemática Parte IV arranca la cara B y el tono da un giro hacia lo melódico y sostenidamente rítmico. Parte IV se construye alrededor de un patrón sostenido que se puede llevar con el pie, creado de forma ingeniosa al combinar dos ritmos preestablecidos slow rock y rock de la drum machine.
Sobre esa base rítmica simple pero contagiosa, Jarre despliega una de sus melodías más memorables: un sintetizador luminoso que serpentea con facilidad, tarareable desde la primera escucha. Cada compás añade elementos – un bajo secuenciado entrador, buenos acordes de cuerdas electrónicas, efectos de sonido que revolotean de un canal a otro, creando una sensación de conmemoración. “Oxygène IV” (como se la conoció al lanzarse como single) condensó la visión de Jarre de hacer electrónica popular: sofisticada pero inmediata en su impacto.
No en vano se volvió un clásico de la música popular, ampliamente difundida en radio y TV en los años siguientes. Sus melodías asociaron para siempre el nombre de Jarre con este tema, que sigue siendo referente obligado del género. Parte IV, además de su valor individual, consigue integrarse sin brusquedad en la atmósfera del álbum – manteniendo de fondo los colchones ambientales – logrando el equilibrio entre lo pegadizo y lo atmosférico que caracteriza a «Oxygène».
Retomamos cierta calma introspectiva en «Parte V«, expandiendo el viaje sonoro a su tramo más extenso. Con más de 10 minutos, es la composición de mayor duración y actúa casi como una microsinfonía dentro del álbum. La primera sección de Parte V vuelve a un ambiente contemplativo: resonancias lejanas y capas de sonidos «acuáticos» evocan la sensación de estar sumergido bajo el agua o flotando en la estratósfera.
Los acordes sostenidos del sintetizador y las notas replicadas crean un efecto hipnótico, prolongando la estela relajante de la Parte IV pero en un tono más suave y misterioso. Sin embargo, hacia la mitad ocurre una transformación: emerge desde el fondo un tempo ágil, y poco a poco se suman líneas de sintetizador más definidas. La música adquiere impulso, llevándonos a un pasaje central más dinámico. Jarre construye aquí un crescendo lento pero poderoso, mostrando el potencial narrativo de la electrónica.
En sus tramos finales, Parte V alcanza un punto culminante donde conviven la base rítmica acelerada y las melodías, logrando un balance entre tensión y resolución. De esta forma, esta pieza actúa como puente entre el pop de la Parte IV y el desenlace rítmico de la Parte VI, preparando el terreno para la última sección: introspección, transformación y anticipación se dan cita en la obra más progresiva del disco.
Cerramos el trabajo con Parte VI, con una sección de carácter sorprendentemente exótico. Jarre saca partido de su limitada caja de ritmos una vez más, esta vez superponiendo patrones de rumba y bossa nova para forjar una base rítmica pseudo-caribeña, pero con una capa melancólica subyacente en las armonías, como si bajo la fiesta de la superficie persistiera la nostalgia cósmica del álbum.
Jarre continúa explorando texturas espaciales hasta el final, con efectos de reverberación, ecos y filtrados dando profundidad al ritmo, evitando que suene plano o meramente mecánico. Hacia el final, Parte VI inicia un fade out prolongado: los ritmos y melodías se van apagando gradualmente, como el sol poniéndose en este paisaje electrónico, hasta desaparecer en el silencio.
«Oxygène» así se despide sin estridencias, completando su ciclo de vida sonora – del nacimiento sereno de la Parte I a la extinción suave de la Parte VI – consolidando la experiencia como una sola travesía musical continua, a la mas pura usanza del rock progresivo, y la electrónica de vanguardia.
El oxigeno que todos respiramos
Jean-Michel Jarre marcó un antes y un después en la historia de la música popular. Contra todo pronóstico inicial, aquel disco hecho “en la cocina” se convirtió en un fenómeno global: se estima que ha vendido mas de 15 millones de copias hasta el dia de escribir estas líneas, cifra extraordinaria para un álbum instrumental de electrónica, y con el tiempo pasó a ser uno de los discos franceses más vendidos de la historia.
Jarre, de ser un compositor joven salido de una escuela de música docta, saltó a la primera línea internacional y se erigió en uno de los primeros “rockstars” de la música electrónica. «Oxygène» le valió no solo premios y reconocimientos, sino que le abrió las puertas para emprendimientos aún más ambiciosos: tras él llegarían álbumes como Équinoxe (1978), Magnetic Fields (1981) o Zoolook (1984), y el artista parisino se caracterizaría por espectaculares conciertos multitudinarios al aire libre (París, Houston, Moscú) que romperían récords de audiencia.
¿A que géneros este discazo dió oxigeno? a la música electrónica, ambient, new age, synthpop, techno y trance. Entre los artistas que han citado este LP están Vangelis, Brian Eno, Tangerine Dream, Klaus Schulze, Mike Oldfield, David Bowie (sobretodo en su etapa de Berlín), Air, Moby, Daft Punk, Enigma, Massive Attack y Aphex Twin, entre muchos otros.
Vamos, hasta tus abuelos y tus padres fueron influenciados por este álbum.