De De Lind: 50 años de “Io non so da dove vengo e non so dove mai andrò, uomo è il nome che mi han dato”
Bienvenidos a la enésima presentación de una banda italiana que lanza un disco debut soberbio, para luego desaparecer de la faz de la Tierra. Considero que, en parte, el estatus de culto que alcanzan estos discos es justamente por el valor nostálgico, y la consideración de aquello que pudo ser, y sin embargo queda solamente en el imaginario de los amantes del progresivo o, tal vez, de la música en general.
En esta oportunidad nos convoca De De Lind, grupo formado en 1969, tomando prestado el nombre de una modelo de Playboy de principios de la citada década; comenzó como un sexteto, pasando a los cinco integrantes un año luego de su debut, y editando solo tres sencillos en el período comprendido entre su fundación y 1971. El disco llegaría en el año 1973, y se editaría el 23 de marzo, acompañado del – acaso – nombre más largo que puede tener un álbum: “Io non so da dove vengo e non so dove mai andrò, uomo è il nome che mi han dato”, algo así como: “No sé de dónde vengo y no sé dónde iré, hombre es el nombre que me han dado”.
El disco fue editado por Mercury, considerado una rareza para el progresivo italiano, y cuenta con siete temas. El arte es bastante sencillo, conteniendo el prolongado título, el nombre de la banda, y un dibujo (¿en lápiz?) de lo que parece ser una escultura de un hombre robusto, tapando su boca con una mano, y con un corazón rojo como único elemento que rompe la monocromía. En la contratapa el personaje aparece comiéndose el corazón.
Las canciones de «Io non so da dove vengo e non so dove mai andrò, uomo è il nome che mi han dato«.
Abre con “Fuga e morte”, invitando al acercamiento con timbales, al que se le incorporan una guitarra acústica, platillos, piano y un punteo en la eléctrica, todo muy sencillo, creando el ambiente para la obra. Previo a una pequeña variación, entra la batería con potencia, más no desmedida, y la pieza arranca con la guitarra como protagonista. Tiene una atmósfera bien rockera, a lo power trio. El ingreso de la voz, algo grave y “sucia” acentúa ese ambiente, aunque la inclusión a posteriori de la flauta traversa le da un toque suavizante. El bajo es sencillo y, seguido por la batería, prestan sustento para el protagonismo: un diálogo entre la eléctrica y la traversa. Otro corte con una nota bien acentuada en el bajo, y estamos en el medioevo, con la acústica (¿las?) y la traversa guiando el viaje. Un órgano y la voz hacen su aparición para darle un toque dramático, finalizando esta última en soledad.
Sigue “Indietro nel tempo”, que comienza con la misma suavidad que la sección mencionada más arriba, aunque incluyendo el piano. Se cuece todo a fuego lento, preparando el ingreso de una guitarra bastante saturada; la melodía igualmente sigue la línea anterior. En esta sección destaca ese sonido de las 6 cuerdas, tocado con muy buen gusto; aparece una segunda guitarra superpuesta que suena deliciosa, junto con el bajo que complementa a la perfección. Entra nuevamente la voz, que tiene una presencia muy especial, más allá de sus escuetos pasajes.
“Paura del niente” es el tercer tema, que arranca con el sonido de un instrumento de cuerda pulsada, que no figura en los créditos (aparece un “prepared piano”, que podemos intuir que fuera un sintetizador). Se complementa con la acústica y la voz para dar ese aire medieval; luego se acentúa con la traversa, hasta que se rompe todo con la batería y la eléctrica en un puente. El bajo en solitario hace una nueva introducción, acelerando el paso – cuasi hipnótico -, incorporándose la batería, una guitarra de fondo y una principal, modificando por completo el escenario. El crescendo continúa, hasta una nueva pausa, en donde la traversa pinta un paisaje de contemplación, haciendo, hacia el final, la melodía más característica del disco, y finaliza con la ayuda de toda la banda.
El cuarto tema es “Smarrimento”, en donde el flautista deja el alma en la introducción. Luego de un juego en solitario, que evoca a un caminante agazapado, ingresa el resto de los músicos, más siguiendo dicho juego, con acentuaciones de la batería principalmente, y en segundo orden del órgano. Aproximadamente a mitad del tema, se resuelve la espera, con un arreglo corto, pero muy efectivo que sirve de intermezzo, para regresar a la simpleza de la acústica en varias capas, el bajo y la voz. Aparece, por primera vez, el flügelhorn (o fiscorno), regresando al paisaje castellar. Hacia el final la atmósfera se vuelve densa, con un lindo duelo de guitarras y batería.
Se hace el llamado con tambores al “Cimitero di guerra”. Acordes sueltos en la guitarra espesamente saturada sirven de separadores a los versos recitados del cantante. Una melodía suave se abre paso, mientras la voz parece lamentarse; la acentuación de la percusión (con timbales de concierto) en este pasaje es notable: la atmósfera está muy bien lograda. Se va desarrollando entre la lenta cadencia del caminante y la violencia de una supuesta batalla. Esta última con la guitarra eléctrica, pero excelentemente acompañada por los timbales y la traversa.
La anteúltima pieza, “Voglia di rivivere”, repite la fórmula de la acústica y la traversa, con la voz muy calma sobre la melodía. Se incorpora el bajo, y hacia el final se vuelve a esa melodía característica mencionada, pero con tintes pesados, con la participación de la batería y la eléctrica. Este pasaje da paso a “E poi”, que, si bien arranca con la acústica, se hace bien pesada…por algunos instantes. El cantante, acompañado por esta última, cita la frase del título con mucha dulzura; a continuación, y de nuevo con la acústica, no sin sufrir por la intensidad con la que es tocada, sintetiza el retorno al espacio denso, y luego de batallar por los lugares con el resto de los instrumentos, vuelve a la forma inicial para culminar la obra. El eterno retorno…
Tal vez sea una mala costumbre de mi parte analizar discos por piezas o temas, cuando en realidad se trata de una obra completa, y entiendo que los creadores la concibieron para escucharse de esa forma. Releyendo uno puede concluir que la obra se balancea entre la contemplación y la violencia, el blanco y el negro, con diferentes matices, períodos e intervenciones, pero es un ida y vuelta constante. Probablemente, sea pedir demasiado escuchar un disco entero en un mundo donde no se cultiva precisamente la paciencia – y menos aún para la música –, pero créanme, si han tenido el coraje de llegar hasta aquí leyendo, van a saber disfrutar de De De Lind.
Créditos:
– Vito Paradiso: voces, guitarra acústica.
– Matteo Vitolli: guitarras eléctricas y acústicas, percusión, “prepared piano” y flauta.
– Gilberto Trama: flauta, saxo tenor, flügelhorn, piano, “prepared piano”, órgano.
– Eddy Lorigiola: bajo.
– Ricky Rebajoli: batería, percusión y timbales de concierto.