King Crimson 2014-2021: Robert Fripp y las paces con su pasado

En estos dias de julio de 2025, hubo un reciente anuncio (o mas bien, respuesta a una pregunta) de Jakko Jakszyk en el legendario magazine estadounidense Goldmine de que King Crimson trabajaba por fin en un álbum de estudio. Esto propició todo un revuelo en redes sociales y medios musicales de toda índole, junto con una enorme amplificación y distorsión de los dichos de Jakko con una supuesta «vuelta de King Crimson».
David Singleton, manager de la banda y responsable del funcionamiento del sello DGMLive salió a poner paños fríos sobre el asunto. En este sentido, aduce que, si bien existen nuevas grabaciones de estudio que han hecho los bateristas con sus partes respectivas en las últimas semanas, este disco podría ser alguna nueva versión de piezas anteriores, o incluso material que nunca llegue a editarse.
Controversias aparte, en medio de todo este hype crimsoniano, resulta oportuno detenernos y realizar un análisis progjazzero a mas de diez años del nacimiento de esta maquinaria musical que emergió en 2014. Con la distancia del tiempo, ya es un momento adecuado.
Nace una bestia
Cuando en la tarde del 7 de septiembre de 2013, Robert Fripp envió un correo electrónico que convocaba a un año de preparación para una acción salvaje, no estaba simplemente hablando de una nueva reedición especial en caja de lujo de su mítica banda, o algun nuevo disco en vivo de archivo.
Era el mismísimo rey carmesí, que estaba intentando saldar, a la vez, cuentas creativas, emocionales y filosóficas que se arrastraban desde décadas atrás.
A principios de la década de 2010, Fripp se describía pública y privadamente como un músico en busca de redención. La amarga experiencia de los litigios con Universal Music se reflejaba en la entrevista que dio en 2011 a The Financial Times, con la célebre frase de mi vida como músico profesional es un ejercicio inútil y sin alegría. Eso lo decía todo.
La fugacidad de la formación de la gira del 40 aniversario de 2008, con los problemas de choques de agenda con Adrian Belew y la sensación de que el vasto repertorio crimsoniano había quedado petrificado en el tiempo, le pesaban como un síntoma de obra inconclusa.
A pesar de la infelicidad de Robert, ese mismo 2011 comenzarían los primeros movimientos de que algo muy especial estaba por ocurrir: El lanzamiento del sedoso «A Scarcity of Miracles – A King Crimson ProjeKct«, firmado por Jaszyk, Fripp and Collins con Tony Levin y Gavin Harrison de invitados, fruto de extensas improvisaciones en el estudio. Esto era un nuevo proyeKcto de King Crimson, con portada de la habitual colaboradora artistica desde los 90′, P.J. Crook. Aquel tipo de arte, solo reservado para lanzamientos importantes en el mundo Crimson, era toda una revelación.
Una reunión vespertina en Broad Chalke durante 2013, con el manager David Singleton relatando el grandioso show que había visto de Steve Hackett en Tokio, acabó actuando como detonante. El guitarrista hablaría después de una suerte de revelación mística, o visión -como ha ocurrido tantas veces en la historia de la banda- que le reveló una alineación imposible: tres baterías al frente, cuatro instrumentistas detrás, una máquina capaz de abarcar medio siglo de material y, al mismo tiempo, de generar una experiencia escénica nunca antes vista en términos de musica popular.
En ese preciso instante decidió que, si King Crimson debía volver, habría de hacerlo bajo esa arquitectura radical.
Los primeros ensayos de 2014, realizadas en células dispersas y casi secretas, confirmaron que la idea podía sostenerse en la realidad. Gavin Harrison, Pat Mastelotto y el recién llegado Bill Rieflin -ex Ministry, alumno de Guitar Craft y muy cercano al matrimonio Fripp/Willcox- eran la triada de las baquetas, trabajando patrones polirrítmicos en la sala de Jakko Jakszyk, aquel integrante satélite de todo lo relacionado al mundo Crimson que finalmente había llegado a esta primera division; turnándose para asignar voces de bombo, caja y platos como si fuesen líneas de un cuarteto de cuerdas.
Levin, desde su loft en Nueva York, desempolvaba partes de bajo y stick que no ejecutaba desde la gira de «Three of a Perfect Pair», y un Mel Collins ya en paz con el violento pasado setentero con Fripp, recibía por correo electrónico pequeños fragmentos de saxofón midi sobre los que improvisar flautas.
El propio Fripp, fiel a su método de afinar el aire dedicaba madrugadas enteras a superponer soundscapes sobre piezas clásicas como “Starless”, buscando puntos donde sus modernos loops se fundieran con la brutalidad de la sección final en 13/8.
La liturgia terminó confluyendo en los estudios de Elstree, donde, al cabo de una jornada colectiva, el guitarrista reprodujo un video de la práctica anterior y pronunció una frase casi zen: Si tocamos la música tal como es, ya tenemos el ochenta y cinco por ciento. La sentencia ocultaba una ética inflexible en el mundo del rey carmesí; esto es, renunciar al protagonismo individual y colocar la música —no al guitarrista, no al cantante, no a la marca— en el epicentro del ritual.
Asi, se daba forma a una banda sin cabezas que destacaran, sin primma donas. Mas emparentado con una orquesta de música docta contemporánea que con una banda de rock progresivo, la elección del sobrio y elegante Jakko por sobre el magnético, demandante y atractivo Adrian Belew, era pues, la correcta para esta agrupación.
Quizá ya sea hora de hablar de lo de Belew. Adrian, voz, liricista y guitarra fundamental de King Crimson entre 1981 y 2008 quedó fuera de la última encarnación porque, según relata Fripp, la nueva visión requería “desfijar” el formato anterior con él al frente y explorar una paleta rítmica y tímbrica que no girara en torno a un frontman tan carismático.
Por otro lado, también es honesto comentar que habían desavenencias que se arrastraban de hace años atrás. En la gira del cuadragésimo aniversario del rey de 2008, Belew apostó por concentrarse en los shows venideros de su Power Trio, declinando seguir y alargar los compromisos crimsonianos, algo que Fripp interpretó como una señal de rutas divergentes y falta de compromiso. Es veraz reconocer que ese Crimson tuvo un abrupto final, a causa de Adrian.
Cuando en 2013 surgió la idea de este ensamble, Fripp escribió que aquel Crimson no era para Adrian. Belew, por su parte, reaccionó con cortesía en redes sociales, deseando suerte al proyecto pero dejando claro que su foco creativo seguía en sus propias bandas y en la experimentación con loops.
Si bien entremedio hubo una suerte de ráfaga de declaraciones no muy feliz, hoy en dia ya todo está zanjado, con un Fripp dando su bendición a un sueño que el norteamericano tenía de hace mas de una década; una banda que revisitara todo el catálogo ochentero, lo que hoy conocemos como BEAT.
Volviendo a la banda madre, es interesante notar también los principios regidores de funcionamiento que se establecieron. “May King Crimson bring joy to us all. Including me» –Que King Crimson nos traiga alegría a todos. Incluyéndome a mí– es toda una declaración de intenciones. Después de décadas de peleas y agrupaciones inestables, Fripp sólo aceptaría una nueva aventura si le proporcionaba la misma alegría que pretendía inducir en el público. La felicidad, aquí es la señal de que la música fluye sin fricciones ni jerarquías tóxicas; si el natural de Dorset disfruta, el conjunto respira, y viceversa.
La consigna, por tanto, coloca la emoción colectiva por encima del virtuosismo solitario, recordando a cada músico que el objetivo último no es presumir talento sino experimentar la felicidad de tocar su instrumento.
La segunda máxima de “If you don’t want to play a part, that’s fine! Give it to someone else—there’s enough of us.”-Si no quieres tocar una parte, ¡no hay problema! Dáselo a alguien más, ya somos suficientes– cristaliza el principio cooperativo que posibilita el funcionamiento de este ensamble de siete u ocho cabezas. En un Crimson con tres baterías, dos guitarras, stick, vientos y teclados, la sobrepoblación de ideas puede ser tan peligrosa como no saber que cosa tocar.
Fripp combate lo primero despersonalizando la titularidad de cada línea, donde nadie es dueño de un riff, una figura rítmica o un solo; las partes son entidades móviles que cualquiera puede asumir o ceder. Así, la música se estructura como un flujo de roles rotatorios que evita el desgaste de egos y, de paso, legitima la polifonía. Si Mastelotto siente que un patrón de 7/8 no le habla esa noche, quizá Harrison lo adopte, o Rieflin lo transfigure en texturas de mellotron. La frase es una invitación a la humildad, cualidad indispensable en una orquesta sin director visible.
“All the music is new, whenever it was written” –Toda la música es nueva, sea cual sea su fecha de composición– blinda la filosofía de arqueología viva que define a esta era. Fripp sostiene que la antigüedad de una pieza resulta irrelevante si el ensamble la reimaginó en el ensayo de ayer; así se legitima el repertorio retrospectivo, donde cada interpretación es una composición fresca porque la banda la reviste con estrategias actuales de dinámica, orquestación y textura.
No hay tiempo para nostalgias de «suena igual que en mi juventud».
Las últimas directrices de “If you don’t know your note, hit C#; if you don’t know the time, play in 5 or 7; if you don’t know what to play, get more gear; if you still don’t know what to play, play nothing» –Si no sabes tu nota, toca Do#; si no sabes el tiempo, toca en 5 o 7; si no sabes qué tocar, consigue más equipo; si todavía no sabes qué tocar, no toques nada– revelan a la vez humor y método. Elegir Do# como “nota comodín” y los compases de cinco o siete como refugio métrico encapsula la confianza en el riesgo controlado, donde mejor apostar por una disonancia o un pulso irregular que paralizarse buscando la opción perfecta.
El guiño a “más equipo” subraya la tradición crimsoniana tímbrica de expandir el instrumental —pedales, pads, cuerdas extendidas— en busca de timbres que disparen la creatividad. Y la cláusula final, el silencio como última salida, recuerda que en esta formación el espacio negativo es tan valioso como la nota prodigiosa, ya que si ninguna de las estrategias anteriores enciende la chispa, el mejor servicio que puede prestar un músico es dejar que la música respire.
Así, entre esta suerte de «felicidad exigente» y la posibilidad de solo callar, se dibuja un arco completo de libertad disciplinada, donde encontramos la esencia misma del King Crimson que cruzó la década de 2010 con un pie en la memoria y el otro en la exploración constante.
El debut y desarrollo
Cuando la gira inaugural se puso en marcha el 9 de septiembre de 2014, en Albany, Nueva York; el público descubrió una ceremonia más cercana a dicha experiencia de música docta que a un concierto de prog rock sudoroso y virtuoso. La banda aparecía en impecables trajes como si se trataran de unos 007 de la música, elegantes pero con licencia para matar, sentados durante la primera parte. Los tres bateristas desplegados en un semicírculo frontal, los cuatro solistas —Fripp incluido— ocupando asientos tipo taburete en penumbra.
El repertorio iniciaba insólitamente con una rescatada “Larks’ Tongues in Aspic, Part I”, pieza que no sonaba en vivo desde 1973, reestructurada para que las líneas del glockenspiel original pasaran ahora de mano en mano, con Harrison golpeando crotales con arcos de violín, Mastelotto replicando patrones de tabla sobre pads electrónicos y Rieflin sosteniendo un latido casi militar en la caja. Esa polifonía percutiva creaba capas de percusión inusitadas que desembocaban en fraseos de guitarra rigurosamente afinadas medio tono por debajo, recurso que Fripp adoptó para generar una nota mas sombría del que emergían los bronces de Collins.
La segunda mitad, ahora sí con la banda erguida, liberaba la potencia de la que era capaz. “Pictures of a City” adquiría un aire coltraniano gracias a un solo de barítono feroz de Collins, el nuevo niño mimado de la audiencia. “One More Red Nightmare” se presentaba por primera vez en cuatro décadas y “Starless” —núcleo emocional del set— estallaba en un crescendo que en Seattle llevó a más de un asistente a llorar.
El efecto interno fue tan poderoso como el externo. Acabado el show del Moore Theatre, Fripp apareció con una botella de champaña y, al brindar, lanzó la pregunta que los músicos temían y deseaban: ¿Repetimos en 2015?. A diferencia de la incertidumbre que rodeó al grupo en 2008, aquella noche nadie dudó. Este Crimson estaba para grandes cosas y una larga vida.
Al año siguiente King Crimson se embarcó en una intensa ruta por Japón y Europa. De esa etapa nació el primer testamento físico, Radical Action (To Unseat the Hold of Monkey Mind), concebida como un tríptico: el disco Mainly Metal preserva las piezas mas pesadas -notar como Fripp cataloga en el metal estas piezas-, Easy Money Shots recoge los temas de la era Wetton-Bruford y Crimson Classics condensa la columna vertebral histórica que todos los fans de +60 años esperaban.
Más allá de esta estrategia de separación, lo significativo fue comprobar que el grupo podía refuncionalizar su catálogo de manera casi sinfónica, articulando transiciones que fundían, por ejemplo, el riff central de la feroz “Level Five” con el interludio de cuerdas de “Cirkus” sin que la continuidad dramática se resintiera.
Aunque la mayoría recuerda las piezas clásicas reinterpretadas, tampoco podemos olvidar las piezas completamente nuevas que nacieron en los ensayos de 2014-2017 y que ya funcionan como “clásicos” propios de esta etapa.
La suite de “Radical Action (I, II, III)” es una suerte de movimientos encadenados que mezcla gruesos riffs en 17/8 con pasajes casi camerísticos, entre lo docto y lo metálico. “The Errors” contrapone un groove anguloso de stick a un estribillo luminoso del siempre imaginativo y melodioso Jakko; mientras que “Suitable Grounds for the Blues” vuelve a traer las últimas aventuras blueseras de la década de 2000′, pero con Mel Collins desgranando lamentos de saxo barítono sobre un andamiaje de baterías cruzadas.
Tampoco nos podemos olvidar de la melódica “Meltdown”, modulando pop de mellotron con un arreglo percusivo imposible; además de las piezas estilo “The Devil Dogs of Tessellation Row” y «The Hell Hounds Of Krim» que convierten el frente rítmico en un campo de batalla donde las métricas se superponen y colisionan.
Según ha confesado el propio Jakko en la época, estas composiciones solo muestran la punta del iceberg, ya que durante las pruebas de sonido y las sesiones de hotel se acumularon demos y sketches que sobrepasan un disco de estudio completo.
Por otro lado, es interesante observar como Robert Fripp rechazaba de plano la idea de encerrar a esta encarnación en un estudio en la época porque, según insistía en videoblogs que subía al canal de YouTube de la banda y diarios de gira, King Crimson es un animal que sólo respira en la sala de conciertos. Argumentaba que la química de ocho músicos se “desnaturalizaría”, y juntar a esa “pequeña orquesta” durante semanas en un estudio tradicional sería costoso, junto con traicionar el carácter efímero que daba sentido a la experiencia.
Por eso animaba a los escépticos a venir a escuchar con oídos inocentes y sin expectativas, convencido de que la única forma de formarse una opinión de esta agrupación era presenciar el rito en persona; sin pantallas mediante, sin la comodidad de repetir partes, y con la vulnerabilidad del aquí y ahora.
Volviendo a nuestro viaje, el año 2016 introdujo el primer sobresalto logístico. Bill Rieflin pidió un hiato para poder atender asuntos familiares, que luego se revelarían como pausas para afrontar el tratamiento de su cáncer. La sustitución fue tan lógica como arriesgada con Jeremy Stacey, versátil batería de formación jazzística, el cual se unió para llenar la vacante. La química se reequilibró sobre la marcha; Stacey, heredero de la batería británica, era menos avant garde que Mastelotto, pero dotado de pads y un teclado eventual que añadian ese polvo de hadas del que siempre habla Fripp.
En paralelo, Robert comenzó a alternar su moderna guitarra Fernandes con una Les Paul de pastillas humbucker vintage, buscando un tono menos metálico y más leñoso para los clásicos de los setenta. Esa combinación quedó documentada en «Live in Vienna» (2016), disco en vivo donde también puede escucharse esta nueva “The ConstruKction of Light”, con las flautas de Mel Collins que ahora parecen casi infaltables.
Es probable que uno de los climax de esta encarnación se haya vivido durante el mes de junio de 2017, con los shows que luego aparecerían documentados en el en vivo «Live in Chicago» (2017). Allí reapareció Rieflin, pero decidió ocupar exclusivamente el mellotron y los pianos eléctricos, dejando la percusión a Stacey.
Esta nueva bestia de ocho cabezas como la llamó Fripp se volvió un verdadero laboratorio de densidad, con dos tecladistas capaces de recrear orquestaciones de «Lizard» nota por nota; además de un trío percusivo que combinaba los ya mencionados pads de samples, baterías analógicas y triggers, unido a los dos guitarras dialogando entre afinaciones estándar y NST; mientras el stick alternaba escalas, y, finalmente, un saxofonista que podía pasar de soprano a barítono y de flauta contralto a clarinete en la misma pieza.
Aquellos shows inspiraron a Fripp para escribir un extenso relato en su diario online donde confesaba que, tras años de insatisfacción con las formaciones 1999-2003 y 2007-2008, por fin sentía haber alcanzado la compleción de su visión de 2013. Un pequeño anticipo de que el fin, no estaba tan lejos.
Acá hay una anécdota digna de atención, con la llamada de Bill Rieflin a Chris Gibson, guitarrista de Utah reconvertido en tecladista a través del Guitar Craft. Rieflin le preguntó como estaba de práctica en el piano. Sin mayor preámbulo, le ofreció cubrir 23 shows del otoño estadounidense con apenas dos semanas de preparación. Gibson, que jamás había hecho un tour profesional a ese nivel, se zambulló en jornadas de dieciocho horas de estudio mientras Rieflin le transfería sus presets de mellotron y moog.
En Austin, durante su debut, Gibson confesó sentir el terror y la convicción de quien se descubre improvisando líneas de “Epitaph” frente a una audiencia de tres mil personas. Su participación demostró la modularidad del proyecto. Esta bestia podía acomodar piezas móviles sin perder identidad, algo muy raro para una banda de rock.
Latinoamerica hace historia
🇲🇽
Los shows de México en 2018 supusieron el comienzo de la consagración masiva del rey carmesí, y el volverse la banda mas exitosa comercialmente de todos los King Crimson. Cinco noches en el Pepsi Center de Ciudad de México que quedaron para la posteridad en el box set «Meltdown«; con casi cuatro horas donde se alternan piezas históricas con interludios inéditos como “Bolero” para tres baterías, o improvisaciones de stick y saxofón que derivaban en esas particulares versiones de «Red» que mas parecían una suerte de himno de guerra que un clásico del heavy metal de los 70′.
Mexico también trajo otra revelacion para estos británicos. Junto al público veterano apareció una legión de treintañeros e incluso veinteañeros, muchos atraídos por el contenido de redes sociales y YouTube, como la versión de “Starless” en Japón en 2015, que ya superaba el millon de vistas para ese entonces.
Según Jakszyk, la presencia de jóvenes mujeres coreando cada verso era una regeneración extraña, ligada quizá a la simultaneidad cultural de las plataformas de streaming como Spotify y a la propia estructura poliestilística de la banda.
En el cincuentenario de la primera actuación de King Crimson, en abril de 2019, Fripp ofreció una rueda de prensa en Bloomsbury, Reino Unido donde, con impecable traje azul marino y un computador con una presentación como si fuese una reunión de ejecutivos, afirmó que aquella era la primera alineación capaz de abrazar el repertorio completo, como nunca antes en su historia.
Allí mismo reveló, en medio de lágrimas al recordar su amistad con John Wetton (fallecido en 2017), que el saxofonista Theo Travis se incorporaría como el noveno músico en directo para la gira sudamericana. No obstante, las circunstancias volvieron a alterar los planes; la salud de Rieflin se deterioró y Travis quedó al margen antes de debutar, ya que la alquimia no habría funcionado con el resto de los integrantes. Fripp resumió la paradoja con fina ironía, diciendo nada es como parece, y las Billcosas de Bill (Rieflin) no se reemplazan.
Con humor británico, añadió que la historia de King Crimson podía definirse como comenzar una, y otra vez, una especie de recomenzar permanente que ha evitado que Crimson se vuelva una caricatura de si mismo.
🇧🇷
El momento más visible, insólito e inaudito del tour del 50 aniversario llegó el 6 de octubre de 2019, cuando King Crimson se plantó en el escenario Sunset del festival Rock in Rio frente a una marea humana que, según cifras de la propia organización, superó las 70.000 personas.
En esta ocasión los músicos hablaban de condensar al leviatán a un bloque de apenas 75 minutos: nada de preludios largos de soundscapes, ni la pausa ceremoniosa de música docta de ćamara; se trataba de mostrar el ADN crimsoniano con bisturí, como le dijo Gavin Harrison a David Singleton en la prueba de sonido. El orden quedó casi quirúrgico: “Larks’ Tongues in Aspic, Pt I” para fijar autoridad, el encadenado “Pictures of a City” y “Epitaph” como guiño histórico, un interludio percutivo “Drumsons” que convirtió el trío de baterías en lo que Tony Levin definió allí mismo como un órgano Hammond hecho de metal y madera, y un final explosivo con “21st Century Schizoid Man” que hizo corear incluso a quienes aguardaban por Slayer y Muse.
Anécdotas de aquel festival, hay por montones. Mel Collins cuenta que, al sacar su flauta para “Cirkus”, vio en primera fila a adolescentes con camisetas de música urbana cabeceando y bailando al son de la música como si fuera un trap. Mas tarde contaría que demuestra como la música extraña no espanta al siglo XXI.
Todo un tema fue la dirección de los camarógrafos, quienes no sabían a quien enfocar dentro de este verdadero Optimus Prime musical, en que momento determinado. Es por ello que el manager Singleton daba la instrucción a un traductor, el cual se dirigía en portugués al asistente de cabina, el cual daba la instrucción a los cámaras apostados afuera. David comentaba que prácticamente no pudo ver el show, ya que debía contar unos segundos antes para dar la instrucción, y así calcular el retardo de la llegada del mensaje al receptor final, con tantos intermediarios.
Aun con la impaciencia inherente a un formato festivalero, hubo un momento de silencio reverencial durante el núcleo lento de “Starless” —incluido a petición expresa de Fripp pese al ajuste de minutaje— el murmullo habitual de barra y food trucks cayó por unos instantes, donde luego los periodistas musicales de O Globo se referirían a ello como la calma tropical antes de la tormenta eléctrica.
Minutos después de bajar del escenario, Jakko Jakszyk recibió una nota manuscrita del director del festival donde decía “Obrigado por provar que o prog também pode incendiar um festival«. No hace falta traducir.
Rock in Rio acabó convertida así en la prueba suprema de que aquella encarnación crimsoniana diseñada originalmente para teatros y auditorios de escucha atenta, podía también proyectarse a escala gigantesca, sin perder un ápice de su rigor ni de su filo.
🇨🇱
El último hito latinoamericano que terminó de redefinir el concepto de la banda y su alcance, para sorpresa de los británicos, fueron las dos noches del Movistar Arena de Santiago de Chile, el 12 y 13 octubre de 2019, programada para un aforo cercano a las 12.000 personas.
Este fue con diferencia el recinto cerrado más grande que cualquiera de las encarnaciones crimsonianas había afrontado en América Latina, con un sold out en apenas una hora, mientras Iron Maiden -quienes tocaban en el mismo recinto el lunes 14- cedían su dia de soundcheck para agendar ese inesperado (y suplicado) segundo show del rey en dia domingo 13.
La magnitud logística de traer el alto tonelaje de equipos y personal al sur del mundo simbolizaba el punto al que había llegado el proyecto. La noche chilena, en palabras de testigos recogidos por DGM, transcurrió con la intensidad de una ceremonia, no de un concierto; donde la audiencia supo retener la respiración durante la sección de tensión de “Starless” y estalló en una ovación casi futbolera cuando la banda encadenó el final en 13/8 con la ráfaga del hombre esquizoide.
Para Fripp tuvo, además, un matiz emocional. Minutos antes de salir ante los chilenos, leyó en su Macbook un nuevo correo de Collins donde el saxofonista, todavía temeroso de que la prensa insistiera en que si era un tour de despedida, pedía una confirmación definitiva. El guitarrista respondió con la frase que luego repetiría al público, diciendo King Crimson está, como siempre, comenzando otra vez.
De ese modo la mayor cita latinoamericana de la banda -que este editor vivió en carne propia- quedó registrada, no como epílogo, sino como demostración viva de la tesis que atraviesa toda la etapa 2014-2021, donde el grupo funciona como arqueología dinámica, capaz de reimaginar su propio archivo ante cada nueva audiencia.

Post COVID
La pandemia de 2020 detuvo al mundo y la maquinaria real, mientras también trajo la noticia más dura: Bill Rieflin perdía su batalla contra el cancer el 24 de marzo. Fripp lo llamó un irremplazable maestro de la irreverencia elegante y declaró a la banda en pausa.
Aislados, los músicos recurrieron al internet y la tecnología para seguir trabajando, con Harrison programando prototipos de polirritmias en Logic Pro; Mastelotto diseñando kits híbridos mezclando cencerros balineses con las modernas técnicas de procesamiento de audio; Levin enviando pistas de stick procesadas con distorsión a través de WeTransfer; Jakszyk grabando maquetas de nuevas piezas con su hijo y enviandolas a Fripp, quien, fiel a su costumbre, podía calificar una sección de “maravillosa” o recomendarla para el próximo disco solista del proponente.
En ese clima de incertidumbre, Fripp encontró en los vídeos Sunday Lunch —covers caseros virales junto a su esposa Toyah Willcox— una válvula cómica para no volverse huraño con todo lo que estaba pasando, lo que además mantuvo a flote la marca.
Contra todo pronóstico, en agosto de 2021 el octeto retomó las andanzas bajo la gira «Music Is Our Friend«. El protocolo era casi militar, con pruebas PCR diarias, transporte aislado y camerinos sellados.
Sin embargo, sobre el escenario la banda sonaba más orgánica y ajustada que nunca. El set de Filadelfia arrancó con un medley entrelazando “Neurotica” y el final de “The Sailor’s Tale”; mientras que en Washington, Fripp ralentizó “Starless”, logrando un clímax donde los silencios parecían abismos. Mas tarde el inglés diría que si ese fue el último show de la historia del rey carmesí en Norteamerica, podía vivir con ello.
La gira finalmente terminó en el Tokyo Garden Theatre el 8 de diciembre en Japón. Al saludar, Fripp musitó en japonés un Arigatō gozaimasu o Hasta que la música nos encuentre de nuevo. No pronunció adiós; mas bien habló de suspensión y de que King Crimson habia pasado del sonido al silencio.
Durante 2022, se lanzó el esperado (y aplazado) documental «In the Court of the Crimson King: King Crimson at 50» que explicaba a su manera la trastienda del campamento carmesí. Vimos en su época la premiere en el Reino Unido, puedes leer la historia acá.
El impacto
King Crimson hoy en dia es, paradójicamente, un fenómeno de nicho ampliado como nunca antes en su historia. La viralidad de las redes sociales de los últimos 10 años y la curiosidad de nuevas generaciones —incentivadas incluso por sampleos como el de Kanye West— produjo el vuelco de un público juvenil o de adultos jóvenes que veía en la banda no un relicario de los setenta como sucede con la mayoría de sus congéneres, sino como un laboratorio de disciplina y riesgo artístico.
En el mundo del rey carmesí, lo único constante es la oscilación perpetua entre lo conocido y lo inimaginable, la certeza de que cada nuevo movimiento puede ser el último o el primero de una nueva encarnación.
Bibliografía: Libretos «Radical Action to Unset the Hold of Monkey Mind», «Meltdown Live in Mexico», «Live in Chicago», «Audio Diaries 2017-2018», Diario online de Robert Fripp, «In the Court of the Crimson King» de Sid Smith, DGMLive.com, videos de la época de Robert Fripp






