Primus en Chile: De los mares de queso al paraíso lácteo de Xanadu
Revisamos el inmenso show «A Tribute to Kings» ofrecido por Primus en Chile, en su jornada del 3 de noviembre de 2022 en el Teatro Coliseo.

En 1977, Rush edita A Farewell To Kings, su quinto LP en estudio, con el cual el power trío de Toronto da el gran salto a la Primera División. Suficiente como para llamar la atención de Leslie Edward Claypool, un chico de 14 años de El Sobrante, California, quien se inicia en la música de los canadienses al comprar dicho álbum. Todo al punto de quedar abrumado por «Cygnus X-1», su favorita de todo el repertorio de Rush.
Quince años después, y al frente de los entonces emergentes Primus (con el fundamental Sailing The Seas Of Cheese bajo el brazo), Claypool abre algunas fechas de la gira Roll the Bones. Como bajista de talento extraterrestre, los elogios por parte de Geddy Lee hablarían suficiente del nexo entre ambas agrupaciones. De las pocas excepciones en que el concepto maestro-alumno se difumina, y con toda razón. Primus, en esos años, irrumpía con toda la locura jamás imaginada en el rock pesado, mientras que Rush iniciaba la década del 90 como consagrados y figuras de renombre en base a trabajo duro, un estilo inconfundible y camaleónico a la vez. Méritos 100% propios de su integridad artística.
La nueva visita de Primus a nuestro país tenía un condimento especial, y por todo lo descrito al inicio de esta nota, hay motivos que validan merecidamente el homenaje al power trío más grande del rock. O como los propios Rush se autodenominaban, «la banda de culto más grande del mundo». El mismo culto al que se le rinde a Claypool-LaLonde-Alexander como herederos por derecho propio y pontífices vigentes de un legado que va más allá de los nombres a la segura. Y el repaso al completo de A Farewell To Kings, como lo venían haciendo desde hace varios meses, incluso anunciado antes de la pandemia, genera un punto de unión entre iniciados y novatos, con Primus como canal conductor hacia una leyenda de alcance supremo. Tal como pudimos apreciar durante las dos fechas registradas en nuestro país, culminando el jueves 3 de noviembre el homenaje a la leyenda de la Sagrada Trinidad del rock.

Con el Coliseo a su máxima capacidad, y pasadas las 21 horas con la pieza «Clown Dream» de fondo -original de la comedia ochentera Pee-Wee’s Big Adventure: Back to School– el mantra retorcido de American Life nos embarcó de inmediato en un descenso al infierno que se volvería más desquiciado de la mano de Here Come the Bastards. Ambas forman parte de Sailing the Seas of Cheese (1991), y resulta insólito que después de tres décadas Primus conserve su groove enfermo hasta la médula, al punto de transformar el directo en una tormenta de lava. O en este caso, un manicomio, donde la razón se rinde ante el caos y el humor absurdo.
Si el binomio inicial nos tiene de rodillas, lo de Wynona’s Big Brown Beaver es pura locura, y de ahí nadie ileso. Rock pesado salido del psiquiátrico, con su mítico videoclip en la imagen de fondo y detonando el recinto en cada rincón, sobretodo en cancha. Es lo que provoca Primus, con Claypool, LaLonde y Alexander contribuyendo cada uno desde sus posiciones a la destrucción total, pura diversión en pleno terremoto. Es lo más notable cuando, adjunto al virtuosismo instrumental, hay talento y una energía de grandeza incontenible, al menos para quienes, desde afuera, saben que Primus es cosa seria por lo que comunica.
Quienes apelan a la entelequia del «nada nuevo» al referirse a una banda consagrada, seguramente no se esperaban el efecto hipnótico de Conspiranoia -el palito directo a quienes creen que «la Tierra es plana», increíble pero tristemente cierto-, su lanzamiento más reciente, y cuyos 11 minutos resumen la identidad de Primus fuera de cualquier etiqueta, así como la abrumador calidad de sus integrantes como músicos dotados de una creatividad bestial. Es cosa de tasar lo que hace Les Claypool, un tipo que, literalmente, le da al bajo un sello que barre con toda convención externa. De la misma forma en que Larry LaLonde le saca a la Gibson SG un sonido de naturaleza anarquista, al mismo tiempo que se explaya con la confianza que le ha dado la experiencia de tres décadas tocando música pesada e insana en cada surco. Y completando el equipo, un Tim Alexander pletórico en la batería, sin duda el motor de la máquina con que Primus genera estragos en quienes se adhieren todavía a la cerrazón. Y esa es la idea, sea en el estudio o en el directo: el efecto es brutal para los sentidos.
La paliza sigue con Spegetti Western, original del primigenio Frizzle Fry (1990). Una aplanadora en todo sentido, con Claypool y LaLonde arrasando con todo a su paso cuando se trata de generar un distintivo sonoro. Funk, metal, progresivo… Póngale la etiqueta que quiera, pero la vena furiosa del King Crimson circa 1973-74, Primus en vivo lo lleva a un nivel de gracia demencial. A su propio territorio.
Llega momento para Claypool de cambiar del bajo de cuatro cuerdas al de seis, para invocar, en primer lugar, la oscuridad desoladora de Pork Soda (1993), con Welcome To This World y My Name Is Mud desfilando triunfantes en su ejecución mortífera. De la misma forma en que Jerry Was a Race Car Driver cierra la primera ronda con el Coliseo viniéndose abajo y el moshpit coronando el paisaje de una noche lisa y llanamente animal.
Son 15 minutos de ‘la intermisión’, para ir a lo que venimos: A Farewell To Kings, el álbum angular en la fase más imperial de Rush. Y aquello, lo que para muchos no pasa de ser trivia de fans, cobra sentido con el track titular asomándose con la clase de los grandes aprendiendo de otros grandes. Con el equipamiento de los dioses circa 1977-78 -campanas tubulares, bajo Rickenbacker, guitarras Gibson de cuerpo grueso y doble mástil-, el repaso a A Farewell… consiste en un viaje hacia el esplendor de una etapa irrepetible, la «era mitológica» del rock. No es sólo recrear los solos destellantes de Alex Lifeson, el caos sistemático de Neil Peart en bateria o el bajo punzante de Geddy Lee, sino exponer credenciales como portadores de un legado que trasciende toda frontera y clasificación existentes. Y lo que hace Primus en vivo, incluso descontando el leit-motiv de la gira actual, se justifica en cada punto.
Cómo no alucinar en mala con Xanadu, una pieza que le da mayor sentido al viaje sensorial que implica la experiencia en el directo. Puede que Les Claypool tenga un rango de voz de muy menor rango al de Geddy Lee, pero hay cosas que no pasan por «si se la puede o no», sino por la jerarquía con que el imperio de Rush expande sus dominios, incluso más allá del tiempo y el espacio. De la misma forma en que Closer to the Heart, el primer gran éxito de los de Toronto, y cantada a morir por el público, nos refresca el propósito de una firma única en su especie.
Tras el mazazo de rock pesado que es Cinderella Man y la emoción a flor de piel con Madrigal, la suite Cygnus X-1 Book 1 -notable la visual de fondo con texto intro al más puro estilo de Star Wars– nos sumerge en los confines más recónditos del espacio exterior, con la amenaza del agujero negro llevándonos a una aventura digna del relato de Sci-Fi más apasionante. Son 10 minutos que calan hondo en quienes permanecemos atentos ante lo que es capaz de hacer Primus como alumnos graduados con honores de la escuela de Rush, donde la tensión y el genio ilimitado logran emular una épica de música cinemática en su forma más pura.
Tras la incursión en la historia y el mito, llegamos a la recta final empezando con ese bombazo que es Tommy the Cat. Descontrol y fervor en su máxima expresión, con Claypool dejando la vida en la sección scat para que el mar de gente se vuelva un maremoto de devoción y locura hasta el sudor, pegada a Lacquer Head. Y abrochando una noche de pesadilla y jungla, la inmensa Southbound Pachyderm, un ejemplo contundente de lo que significa sonar grande y, a la vez, la cantidad de momentos que ocurre dentro de una idea en común. Final matador, sin más ni menos.
Son 12 años desde la primera y única visita de Rush a nuestro país. Fue un 17 de octubre, en el Estadio Nacional, y jamás pensamos entonces que sería la última. Tanto para quienes estuvimos esa noche hace más de una década, como para quienes no pudieron estar o recién se están iniciando en el legado de los Tres Chiflados canadienses, tengamos por seguro que la reciente visita de Primus quedará marcada a fuego. Dos noches en que surcamos los mares de queso, hasta recalar en el paraíso lácteo de «Xanadu». Y se lo debemos al pilotaje de tres bastardos que vienen homenajeando a los reyes del metal conceptual a su manera: poniendo de cabeza a los planetas de la Federación Solar. Incluyendo el nuestro.
