Dark Side of the Moon Redux: El arte de reinterpretar lo inmortal
Provocativo, oscuro, incendiario, en cierta forma, casi una herejía. Ya muchos rasgaban vestiduras desde la salida de cada single hace varias semanas, por lo que se atrevió a hacer Roger Waters: Una nueva visión de un disco que es prácticamente un pilar esencial dentro de la música del siglo veinte. ¡Dios!
Aquí no estamos escuchando una nueva versión de un álbum tan imprescindible como es el «The Dark Side of the Moon«, ni tampoco es la epopeya final de una obra maestra que no tiene tiempo ni espacio; sino que es la particular y única visualización que tiene este «arquitecto musical» sobre una construcción sonora que marcó el devenir de los tiempos venideros.
Que podríamos agregar a esta obra monumental que es el «The Dark…» que no se haya dicho antes, incluso aquí mismo se han escrito vastas letras sobre el mismo, tanto de forma más terrenal como el brillante análisis que hizo uno de nuestros administradores tomando la obra en tres actos.
Olvidémonos de aquello, saquémonos las expectativas que nos hacen prisioneros, tal como sabiamente argumenta Robert Fripp. Acá vengo a invitarlos en un viaje, posiblemente sin retorno, por la mente de un artista que nos lleva por el abismo en donde la condescendencia no tiene lugar.
Antecedentes
Fue en marzo de 2023 cuando Roger anunció que mientras estaba trabajando en lo que se conoce como «The Lockdown Sessions», tuvo la idea de hacer una re-adaptacion de un álbum que es prácticamente una biblia musical del siglo anterior, como es el «The Dark…». Por una parte, es un tributo a la maravilla sonora que cuatro músicos lograron crear y que removió los cimientos de la música, y que hasta el día de hoy provoca sentimientos que desgarran a cualquier alma abandonada por los caminos de la oscuridad, y por otro lado, es traer a este agitado siglo 21 todo ese mensaje emocional y político que recorre esta obra musical, sonando aún apropiado a los tiempos inciertos en que vivimos.
¿Es acaso una forma de borrar todo lo que hicieron sus compañeros de banda a nivel compositivo? Aunque posiblemente para algunos pueda parecer así, sobre todo con la absurda disputa que puede salpicar este disco, los hechos factuales nos hablan de que Roger colgó hace pocas semanas en sus RRSS una respuesta a un artículo de un periodista llamado Stuart Maconie, de la revista inglesa «New Statesman«, el que citó a Waters diciendo que los solos de guitarra de Gilmour eran horribles. En aquel párrafo, Roger deja en claro que ama el trabajo en la guitarra que hizo David Gilmour en este disco y en todos los trabajos de Pink Floyd que compartieron.
De esa respuesta, podemos concluir que este no es un intento de reescribir la historia por parte de Waters, ni un trabajo vengativo que cargue un sentimiento negativo para con sus excompañeros de banda, sino que es simplemente plasmar su propio viaje onírico de forma pausada, un viaje que fue conceptualizado por él, no nos engañemos.
Incluso si no hubiese sido conceptualizado por él. A pesar de lo blasfemo que puede significar de buenas a primeras volver a tocar una especie de texto sagrado del sanedrín como es «The Dark Side of the Moon», la revisión que Roger Waters ha hecho de este icónico álbum es reminiscente de una práctica muy arraigada en el mundo de la música clásica: la reinvención y revisitación constante de obras maestras. Tal como diferentes directores de orquesta aportan su visión única a composiciones consagradas de Beethoven, Mozart o Tchaikovsky, transformándolas y brindándoles matices propios sin despojarlas de su esencia original, Waters ha hecho lo propio con esta obra magna de Pink Floyd. En ambos casos, se celebra la capacidad del artista de reimaginar y dar nueva vida a piezas que, a pesar de su antigüedad o familiaridad, siguen siendo susceptibles a nuevas interpretaciones. Esta práctica no solo honra la obra original, sino que también destaca la naturaleza evolutiva y atemporal de la música, demostrando que las grandes piezas, ya sean clásicas o contemporáneas, pueden trascender generaciones y adaptarse a distintas eras y sensibilidades.
Por ello, a 50 años de un álbum obligatorio en cualquier estantería de un amante de la música y obra que ya forma parte de la cultura popular, Roger Waters nos sumerge casi como en un susurro en la visión de un octogenario sobre un disco que marcó un antes y un después.
Momentos destacados de The Dark Side of the Moon Redux
El primer detalle que salta a nuestros oídos es un Roger prácticamente recitando las letras cual poeta en una convención de poesía, pero aquí hay un detalle importante. No son solo los legendarios textos que conocemos, sino que se agregan nuevos párrafos que extrañamente le dan una nueva textura parsimoniosa y reflexiva. A muchos les puede recordar a la forma de contar y cantar sus canciones que tenían músicos como Leonard Cohen o Johnny Cash.
Ese viento que se escucha a lo lejos o quizás el lento respirar de una persona, junto al sonido de aves, nos dan la bienvenida a esta muy personal visión de Waters que desemboca en los latidos que nos rememora al álbum que hace medio siglo vio la luz. En una nueva vuelta de tuerca, Roger escribe letras a la legendaria introducción de «Speak to Me» y haciendo un paralelismo a sus recién cumplidos 80 años, trae de vuelta lo que escribió en 1972 para el álbum «Obscured by Clouds«, para ser más precisos lo que escuchamos recitar es la letra de la pieza «Free Four«.
Las memorias de un hombre en su vejez son las acciones de un hombre en su juventud. Andas de un lado a otro en la penumbra de la habitación de enfermo y hablas contigo mismo mientras te apagas. La vida es un breve y cálido momento, y la muerte es un largo y frío descanso. Tienes tu oportunidad para intentarlo en un abrir y cerrar de ojos; ochenta años con suerte, o incluso menos. Así que todos a bordo para la gira americana, y tal vez llegues a la cima. Pero ten cuidado en tu camino, porque te puedo decir, ya que lo sé, que te puede resultar difícil bajarte.
Speak to Me – The Dark Side of the Moon Redux
La entonación y esa sensación de que nos están leyendo un libro con recuerdos de tiempos pasados, nos da la entrada a esta ensoñación melódica. Aquí, en una versión del álbum casi al «desnudo» o «reducida», no vamos a escuchar los épicos solos que hizo David, ni la hermosura de los teclados de Wright, ni tampoco el trabajo impecable de Mason, ni menos la grandeza del saxofón de Dick Parry o la gloriosa voz de Clare Torry, sino que despojándose de toda atadura al pasado, Waters nos lleva en un viaje etéreo, casi en puntillas hacia el ocaso de un nuevo comienzo.
Ciertamente, esta «visión» de Roger no es fácil de digerir y puede provocar resquemores, pero actúa como un complemento, necesario o innecesario según el oyente, a lo que en su momento quiso plasmar hace cinco décadas. Quizás algunos puedan insinuarlo como una falta de respeto a ese legado que está marcado a fuego en nuestras mentes, pero a pesar de los dimes y diretes de la controversia que aún existe entre las dos figuras más representativas de Floyd, lo de Roger, en su máxima expresión final, es quizá un acto de amor hacia sus excompañeros.
Uno de los momentos que evidentemente resuenan de todo este trabajo revisionista, es lo que hace en «On the Run«, que aunque tiene parte de la secuencia por todos conocida, se ve enriquecido por una historia de confrontación entre el bien y el mal.
«Hoy, desperté de un sueño. Fue una revelación. Casi Patmosiana, sea lo que sea eso. Pero evidentemente esa es otra historia. Empezó con una típica pelea contra el mal, en este caso, una figura encapuchada y con capa aparentemente todopoderosa.
Huímos. Sí, nosotros. No estaba solo. Pero no hay escape. Estás en el sitio perfecto, pero no hay dónde colocar la bola. Intentas empacar, pero el caos es demasiado. No recuerdas dónde estacionaste el auto. Los pájaros se acercan, pero el arma no funciona. El tren llega tarde o no se detiene. Tus manos son demasiado grandes, el mundo demasiado pequeño. No pretendías clavar el cuchillo en las costillas del camarero, pero de alguna manera lo haces. Presionas el freno con toda tu fuerza, pero el coche sigue avanzando lentamente hacia la vía. O retrocede por el acantilado.
Bueno, no fue uno de esos. Fue el enfrentamiento final. La confrontación final entre el bien y el mal. Él alcanzó al espectro. Era fuerte, demasiado fuerte para ser derrotado en un combate cuerpo a cuerpo. Lo intentamos todo. Todo se redujo y se expandió hacia arriba. En una especie de videojuego de piloto sobre un circo. Guy Laliberté se enfureció. Lonas y personas y altos arcos de humo, con cápsulas de malabarismo y cuchillos atrapadores. Trabajo en equipo y camaradas. Fue complicado y agotador. Pero ganamos el día.
Nos quedamos de pie, exhaustos pero triunfantes. Sonriendo el uno al otro. Dándonos la mano y abrazándonos, como malos actores shakespearianos. Pero luego levantamos la vista. Estaban reuniéndose de nuevo sobre nosotros, oscureciendo el cielo. Hordas y hordas. Demasiados para contar. Listos para atacar.
Extrañezas abrumadoras. Contra nosotros, los pocos afortunados. Una banda de hermanos. Estábamos preparados para morir. Casi aliviados de haber dado todo. Cuando justo fuera de la vista, a mi derecha, justo más allá de la periferia de mi visión, como una hoguera furiosa en un fuerte viento, alguien habló. Una voz, como Atticus Finch. ¡Desaparezcan! Ordenó la voz ardiente inclinada hacia adelante.
No admitía réplica. Las hordas se disolvieron, alrededor de las carpas del circo. Autos descapotables llenos de malhechores. Rodeaban buscando cómo escapar. Derrapando en el barro. Pero no había a dónde correr. Todo había terminado.»
On the Run – Dark Side of the Moon Redux
Otro momento que puedo catalogar como una despedida es «The Great Gig in the Sky«, donde Waters lee la carta que la mandó un hombre llamado Kendel, quien se desempeñaba como el asistente del poeta estadounidense Donald Hall. Este asistente le avisa a Roger que el artista está en el hospital diagnosticado con cáncer terminal. Luego nos narra la relación que tuvo de amistad con Kendel y los recuerdos que tienen sobre Donald que lamentablemente falleció un 23 de junio del 2018. La melodía quieta y reinventada acompaña el texto como una forma, quizás de aminorar y tratar de exorcizar el dolor.
La continuación del disco hasta su final avanza de forma lenta, como en las etapas primarias del sueño, trayendo imágenes del subconsciente que se transforman en melodías. Es un desarrollo en el que puede parecer que estamos adentrándonos en una bruma y a la vez es un acto de sosiego espiritual, uno donde las palabras cojean en absoluto. Acá, mas vale dejarnos de reflexiones y solo seguir escuchando esa voz aguardentosa cuenta cuentos hasta ese final de Eclipse…
¿La redención?
Hay un hecho factual: The Dark Side of the Moon Redux, aunque evocador y lleno de nuevas texturas, puede ser divisivo entre los fanáticos puristas y aquellos abiertos a experimentar la música desde un ángulo diferente. Sin embargo, más allá de las polémicas y las opiniones divididas, es obvio que este proyecto representa un acto de amor de Waters hacia una obra que ha definido generaciones, y es algo totalmente lícito en el mundo revisionista de la música, tal como comentamos anteriormente.
«Redux» puede significar un autentico desperdicio sonoro para unos y una joya para otros, pero es innegable que representa un poderoso testimonio del poder de la música (y de una obra tan atemporal como ésta) para evolucionar, adaptarse y resonar de manera diferente a través del tiempo, y de la habilidad de un artista para revisitar y reinventar su legado. Es un recordatorio de que, incluso en las sombras del ocaso, siempre hay espacio para un nuevo comienzo.