«Relayer», la madre de todas las batallas de Yes
“Rick ha dejado la banda para ir en pos de su carrera solista”
Comunicado de prensa de Yes, 2 de junio de 1974
Antecedentes
Como un balde de agua fría caía la noticia entre los fanáticos de Yes sobre la partida de Rick Wakeman de la banda, anunciada en junio de 1974. Aunque su decisión ya estaba tomada siete meses antes del comunicado oficial. Probables catalizadores de aquella decisión fueron el éxito inesperado con el que contó su debut solista con The Six Wives of Henry VIII (1973), unido a ciertas directrices musicales que empezó a tomar la banda durante la grabación de Tales from Topographic Oceans (1973) y su posterior gira, que no eran del gusto del mago de los teclados.
Wakeman se negó rotundamente a tocar el disco completo en los shows, por lo que hacía pequeñas protestas sobre el escenario, como ponerse a comer en medio de los largos pasajes ambientales de Tales. Con actitudes así, era fácil pronosticar su pronto autoexilio.
Sin teclados, Yes no era Yes. Por ello comenzaron una incesante y difícil búsqueda de un nuevo tecladista. El primer nombre que se barajó fue Eddie Jobson, que en esa época se encontraba con Roxy Music. Pero declinó la oferta, al no sentirse identificado con las extravagantes y lujosas vidas de las estrellas de la banda. También se pensó en otros tecladistas como Jean Roussel, Nick Smith, Dave Waver (referido por el mismo Wakeman), e incluso Keith Emerson, pero todos rechazaron el trabajo.
El nombre natural que caería para ese entonces era el nuevo amigo de Jon Anderson: Evangelos Papathanassiou, más conocido como Vangelis. Llegó con todo su equipo desde París hasta Inglaterra en su Rolls Royce, pero las cosas no funcionaron del todo dada la fuerte personalidad del griego, que llegó a espetarle a Steve Howe: “la guitarra eléctrica no es un instrumento de verdad”. Los ensayos duraron pocas semanas.
Conjeturando, y aún sonando genial una colaboración Yes/Vangelis dado el estilo que estaba abordando Evangelos en aquella época con L’Apocalypse des Animaux (1973), era muy probable que el venidero Relayer hubiese tomado una dirección más parecida a lo que podemos escuchar en el segundo disco de Tales.
Después de aquello, llegaría finalmente el reemplazante esperado: El ex Refugee y virtuoso tecladista improvisador suizo Patrick Moraz. Lo curioso es que Moraz aceptó unirse a Yes sin avisar nada a sus -ahora- ex compañeros de banda. Ellos solo se dieron cuenta cuando llegaron a los ensayos para un segundo álbum de Refugee, y simplemente Patrick había desaparecido con todos sus teclados.
La primera pieza que tocaron en la audición fue una ya bastante formada «Sound Chaser». Esto Moraz luego lo describiría como una de las experiencias musicales más gratificantes de su carrera, pidiéndosele que la adornara con sus arreglos. La química fue inmediata y el trabajo fue ofrecido prácticamente ipso facto.
El personal estaba listo. Se dirigieron a los estudios Farmyard de Buckinghamshire, Reino Unido, para preparar el nuevo LP. Su fecha final de lanzamiento fue el 28 de noviembre de 1974 en Reino Unido, y el 5 de diciembre en Estados Unidos.
Las puertas del delirio
El concepto ya estaba sobre la mesa desde hacía un tiempo. Sería sobre el famoso libro de Leon Tolstoi, War and Peace («La Guerra y la Paz») que Anderson estaba terminando de leer, aunque, eso sí, se le recalcó al cantante que el nuevo trabajo no podría volver a ser un disco doble de ninguna manera.
Además, con la muerte de J.R.R. Tolkien en 1973, hubo un resurgir y una revaloración de sus ya entonces famosas obras. Algo de eso hay también en el concepto de la música de Relayer y, cómo no, de su épica portada. Roger Dean acreditó que The Lord of the Rings fue una inspiración tremenda para el inolvidable e imponente arte de la tapa (que guarda continuismo con la carátula del trabajo anterior), y las líneas de Tolkien sobre el paso de la oscuridad a la luz del nuevo día que es más brillante, son repetidas por Anderson durante todo el disco.
El LP fluyó con una facilidad pasmosa. Ya tenían «Sound Chaser» y la famosa parte de «Soon» de Jon, una de las creaciones más bellas salidas de su pluma. Esto mismo lo llevó a preguntarse: “¿Qué clase de guerra vamos a tener que retratar para que la conclusión sea este remanso de paz tan grande?”. La pieza central debía ser simplemente apoteósica.
Estaba naciendo The Gates of Delirium, título que, según Moraz, fue de su autoría, derivado de la novela gráfica Lone Sloane: Delirius, de Jacques Lob y Phillipe Drulliet.
La premisa es simple pero poderosa. Influenciado también por la guerra de Vietnam (que aún estaba relativamente “fresca”), tenemos dos ejércitos enemigos defendiendo sus deudas de honor en un campo de batalla que prometía ser sangriento a niveles tremendos. Se deja entrever en las letras que en algún momento existió una tregua de paz, pero ahora eso ya está roto. La única salida es el combate y solo toca desenvainar las espadas.
Con la apertura del disco por parte de The Gates of Delirium, la banda nos propone las tres clásicas etapas de la guerra: los preparativos como arengas iniciales, donde tenemos algunas declamas de Anderson, como «Ponte de pie y lucha (…), los puños en alto«. Hay un segundo acto, donde tenemos la batalla propiamente tal, junto con el desenlace, donde casi podemos oler los cadáveres de los valientes que se pudren al sol.
Musicalmente, la suite es quizá la épica más rotunda y solemne que la banda logró acuñar en su carrera. Un verdadero tour de force. Si me permiten destacar la música del segundo acto donde se desarrolla la batalla (la piece of resistance de todo el disco), podríamos definirla como una verdadera manada insaciable de locomotoras asesinas llevándose todo a su paso, como un huracán. Howe se convierte en una especie de Luzbel con ojos llameantes, y vomita toda clase de riffeos y solos inclementes, entre los que se cuentan los mejores de toda su carrera musical. Moraz no quiere ser menos, y saca metralla con todo tipo de solos aguijoneantes, y el bajo de Chris Squire es un misil incandescente. La batería de Alan White, en tanto, no decae jamás.
Toda la banda se prende fuego y asesta un tremendo mazazo. Es un Yes en esteroides, probablemente los momentos más vertiginosos y pesados de la carrera del grupo, solo teniendo de contendiente a «Machine Messiah», de Drama (1980).
Esto no es casualidad: Jon Anderson estuvo escuchando el disco donde participaba su ex-colega Bill Bruford: Starless and Bible Black de King Crimson, salido en marzo de 1974. El cantante sugirió a la banda que ellos también deberían encaminarse a un sonido más abrasivo y pesado, y sus vocales endurecerse un poco más.
Además del disco del rey carmesí, Jon estaba escuchando (y muy interesadamente) la música concreta del compositor turco de electrónica İlhan Mimaroğlu, salida del disco Wings of the Delirious Demon (1973). Él quería que Yes se dirigiera a rumbos electrónicos (a pesar de las opiniones en contra del resto de la banda), y las primeras pistas de aquello son los efectos de sonido de la batalla de «Gates», logrado con toda clase de artefactos electrónicos de modulación, pero también con algunos efectos “vieja escuela”, como latones y chatarras de una desarmaduría de automóviles que estaba de camino a la mansión de Chris Squire.
Finalmente, desembocamos en la sobrecogedora y bellísima sección de Soon. Una verdadera oración de paz que llega como un rayo de luz cegadora, y nos remite a «Ritual» del anterior trabajo, donde se emplea una dialéctica similar: “Debemos seguir al sol hacia la luz de Dios, que es nuestra razón para estar aquí”. Musicalmente, es de lo mejor que salió de la mente de Anderson, acompañado de un exquisito e inolvidable slide de Steve Howe, aunque Squire nos comentaría, años después, que algunas melodías de teclado fueron escritas por Wakeman cuando aún estaba en la banda.
El cazador de sonidos
Sound Chaser, ya completamente formada, asesta otro golpe al mentón del oyente, como si quisiera nacer una especie de híbrido entre Miles Davis, Mahavishnu Orchestra y King Crimson. Artistas que son fundamentales influencias para Jon y compañía, más aún en este disco. Esto es jazz fusión puro, pero a la Yes. Las líneas veloces del bajo de Squire se cuentan como las mejores de su carrera, la intro rápida y poderosa de White es una inyección de adrenalina pura, además de contar al medio con unas expresivas notas de un Howe solista y unos “cha-cha-cha” bastante curiosos mezclados con cánticos africanos. La banda empuja sus límites a terrenos desconocidos, con autoridad y “libertad eléctrica” como reza una de las líneas, quedando absolutamente orgullosos de este nuevo “hijo”. Tanto así, que la usaron como entrada a todos sus shows de 1975, y como pieza de calentamiento de dedos y muñecas.
El cierre de Relayer
To Be Over, salido de la pluma de Howe mientras se encontraba navegando en el Lago Serpentine de Londres, a la orilla del Hyde Park, es el remanso de tranquilidad etérea que no pocos esperaban. Si bien es mirada como una pieza menor, es lo bastante bella, y tiene líneas que nos hablan de “dejar el miedo atrás” y de “entregar el alma” a lo que nos apasiona. Además, cuenta con un slide «hawaiano» muy particular por parte del guitarrista.
Existen dos descartes de Relayer. Uno es una pieza sin nombre que Anderson declaró que era “demasiado complicada para tocarse de forma correcta”. También surgió y una versión más eléctrica de «Turn of the Century», compuesta por White y Anderson, que tendría que esperar a una sublime versión mejorada para el venidero Going for the One (1977). Además, sabemos que se tocaron ideas que terminaron finalmente en el debut de Squire, en Fish Out of Water (1975) y en el segundo disco como solista de Howe.
El álbum fue otro éxito de masas para Yes. Llegó al Top 5 en ambos lados del atlántico y le valió el embarcarse en una gira en Estados Unidos y Reino Unido durante 1975 y 1976. Tour donde tuvieron la ocasión para mostrarse con su nueva indumentaria de “kimonos” y la instalación de unas criaturas gigantes en el escenario de fibra de vidrio, como una serpiente hydra de tres cabezas (derivada de la portada), además de un pionero juego de luces lásers.
Chris Squire comentaría, años después, que se grabó de forma profesional un show de 1976 con toda esta parafernalia, pero que más tarde terminó “perdiendo la cinta” para siempre. Argh.
¿Por qué se fue Patrick Moraz de Yes?
La banda se encuentra con el ánimo a tope para mediados de 1975. Steve Howe declara que se encuentran creando e improvisando a un nivel energético que nunca habían alcanzado anteriormente. En este sentido sabemos que Patrick Moraz fue pieza fundamental en muchas canciones que verían la luz en Going for the One, como la mismísima «Awaken», que ya se venía tocando en algunos shows, aunque en una versión todavía embrionaria.
Howe siempre ha declarado que Moraz debió haber sido acreditado como uno de los compositores de «Awaken». Podemos escuchar su versión de aquella imponente pieza en el segundo álbum solista, Out in the Sun de 1977, concretamente en «Time for a Change».
El fin de las relaciones del tecladista con nuestros prog rockers británicos siempre ha sido materia de misterios. Se sabe que la banda se mudó a Suiza en 1976 (recordemos, tierra natal de Moraz), y este recibió un nuevo sintetizador puntero personalizado, el Oberheim OB-1, para las nuevas piezas del próximo disco. Todo esto quedó en nada.
Anderson siempre ha sido esquivo a la hora de hablar sobre el despido de Moraz de la banda. Se rumorean varias cosas: Su alta capacidad improvisadora era una desventaja cuando se le pedía que se ajustara a tocar lo que se le pedía bajo los cánones de la canción; que su acento suizo era difícil de entender por parte de la banda; o incluso que tenía una personalidad demasiado excéntrica. Cosas que no terminan de explicar la enorme pérdida de un músico tan capaz como él.
Al parecer, la explicación más plausible es la más mundana: el factor económico. Wakeman habría quedado en la más profunda de las bancarrotas con su último disco The Myths and Legends of King Arthur and the Knights of the Round Table (1975), y su pomposa propuesta de girar con un show de patinaje en hielo con actores disfrazados de personajes medievales que contaban las historias de las canciones. Brian Lane, manager de Yes y de Rick, habría diseñado cuidadosamente el regreso del mago a la banda, justo para la salida del nuevo disco.
Patrick declaró, años después, que estaba al tanto de su salida de la banda, incluso antes de que se lo anunciaran. Declaró también cómo esto le provocó estrés crónico y una depresión que tuvo que tratarse de forma profesional, y de cómo nunca se le pagaron sus contribuciones a los shows en vivo de 1976, donde llegaron a tocar ante 100 mil personas. Contó además que ese despido repercutió de una forma tan negativa en su economía personal que llegó a perder su casa por cuentas impagas, en donde vivía con su señora e hijo.
El tiempo lo cura todo, dicen, y el suizo no tiene rencores de su paso por Yes, ni en contra de sus ex-colegas. Incluso habla hasta el día de hoy con orgullo de todo lo que dejó como impronta para la música de estos verdaderos alquimistas del rock progresivo.