Opeth en Chile: sombras que emergen de la luz

Opeth Chile 2023 Teatro Caupolicán reseña progjazz destacada

 

Desde la primera visita en 2009, la localía de Opeth en Chile está asegurada, con el Caupolicán transformándose en su casa y generando una convocatoria que, al menos en los 90, era impensada. Sería en 2017 cuando su cuarto regreso incluiría dos fechas. Algo inédito y afortunado para su fanaticada local, lo que volvería a pasar en estos días. Y no es para menos, porque eso habla del valor que significa Chile para una agrupación surgida desde el underground sueco y cuyas raíces death metal siempre fueron de la mano con el impulso progresivo que hoy los tiene como referentes absolutos en su estilo.

Dicen que Chile es uno de los muy pocos países en Latinoamérica que más consume metal y música progresiva. Rush, Dream Theater, Meshuggah, King Crimson, Waters y Gilmour por separado. Riverside, Porcupine Tree hace unos meses… Opeth hace un buen rato se ganó un lugar como referente y nombre de peso para los amantes del rock de vanguardia. Hacer cosas que otros no hacían, como unir la magia de Pink Floyd y el death metal sueco en una firma inconfundible y de alcance superlativo. Y esa estampa, después de 30 años de carrera, se levanta y ruge como una bestia, al mismo tiempo que se convierte en la mejor medicina para los tiempos de incertidumbre global.

Hablábamos de la fecha doble de la vez pasada y la de ahora. Con “In Cauda Venenum” (2019) bajo el brazo como su producción más reciente, y con la emergencia sanitaria del Covid-19 cortando el circuito de las giras y shows en vivo en todo el orbe, era cosa de esperar para el regreso de los de Estocolmo por estos rumbos. A lo que debemos sumar el ingrediente extra de su reciente gira europea, titulada «XXX», la cual recorría toda la discografía de los suecos. Desde los la crudeza primigenia de Orchid y Morningrise (1995 y 1996, respectivamente), pasando por la explosión de Still Life (1999) y Blackwater Park (2001), la conquista con Ghost Reveries (2005) y culminando con su etapa actual, donde Heritage (2011), Sorceress (2016) y el mencionado In Cauda Venenum, resaltan por el excelente estado de salud del que goza Opeth como forma de pensar y hacer las cosas. Por ende, un imperdible con asistencia obligatoria.

 

El prólogo, con la banda chilena Saken

La apertura de esta nueva cita con los suecos más importantes del rock y el metal en el mundo, estaría a cargo de los chilenos de Saken, agrupación con casi 30 años de carrera y cultores de un death metal sin apellidos ni colorantes. O, como Carlos Quezada proclama desafiante: “¿quién dijo que una banda death metal no podía telonear a Opeth?” Lo hicieron nombres históricos como Mar de Grises y Poema Arcanvs, pero aquí las sensaciones son encontradas, y no precisamente por el estilo musical de turno.

Si bien “White Hell (Our Blood II)”, “Fuck & Roll” y “13 Man in Black” suenan matadoras en ejecución, el problema radica en el espectáculo, más allá del aparataje en recursos visuales. No basta mucho el respeto del público cuando, desde el escenario, no se proyecta la energía correspondiente, ni las palabras de su cantante hacia “el público más selecto que hayan tenido”. No quita en absoluto apreciar despliegue de Álvaro Font y Rodrigo Velázquez en las cuerdas, así como la potencia de André Bravo en los tarros, todos con un currículum de respeto y admiración. Pero sí se le debe exigir lo que corresponde a un conjunto que lleva más de dos décadas curtiéndose como nombre reconocido en el metal chileno.

Opeth Chile noche 1
Opeth, el 10 de febrero en el Teatro Caupolicán (clic para agrandar)

 

La primera noche de Opeth en Chile

Marcando las 21 horas, y con “Seven Bowls” de los míticos Aphrodite’s Child sonando en la intro, el bombazo de Ghost of Perdition fue suficiente para hacer venir abajo el recinto de calle San Diego. Explosión, vértigo, energía pura con el público en cancha respondiendo al instinto y la liberación que significa la música de Opeth. Arranque de lujo en todo sentido, con el recién llegado Waltteri Väyrynen aportando en batería con una soltura de veterano. Esa misma fluidez con que la siguiente, Demon of the Fall, arrasa con todo a su paso y nos pone de rodillas. Categoría pura al servicio de la música, como lo vienen haciendo desde aquellos días en que el nombre Opeth no figuraba más lejos del circuito más subterráneo del metal europeo, allá en el corazón de los 90.

Tras el primer saludo de Mikael a su hinchada, y bromeando con su camisa blanca “a lo Backstreet Boys”, nos toca volver a la era actual con el jazz brioso de Eternal Rains Will Come, una gema de elegancia e ingenio que en el directo gana el doble de poder. Sin embargo, un problema en el micrófono de Mikael obliga a detener por algunos minutos la presentación, y la banda se retira por esos instantes. Inesperado y preocupante hasta cierto punto, pero también hay una muestra de respeto, tanto a su integridad artística como a quienes saben que la calidad en vivo prima ante todo. O como el propio Mikael deja en claro: son tiempos en los que nadie espera un accidente o hecho fortuito al momento de levantar un espectáculo. Todo coherente con una institución que abraza la vieja escuela como ética de trabajo y fuente de inspiración.

De vuelta a la acción, y esta vez para un momento histórico. Y cómo no referirnos así a Under the Weeping Moon, la cual señala la primera aparición del lejano Orchid, en un repertorio de Opeth por estos rumbos. La esencia cruda hasta los huesos de Opeth en sus días formativos, con la alineación actual despachándose un trabajo enorme en cada surco. El momento en que Opeth nos sumerge por completo en un relato de perdición y blasfemia, una mezcla de doom y death metal que en los 90 los llevó a integrar una exitosa camada, junto con Katatonia y los legendarios Tiamat. Una película sonora, con imágenes y metáforas que en el directo intimida y engulle, al mismo tiempo que algunos puntos de luz resaltan la belleza con que el desastre y la muerte nos seducen sin opción de arrepentimiento. Por lejos, un momento a destacar para quienes seguimos a Opeth desde los tiempos en que su estilo destacaba por contener elementos de otros géneros y, a la vez, conformar una criatura única en su especie.

No podemos no sucumbir al encanto mortuorio de Windowpane. Imposible cuando hay una calidad y un talento que se mantiene en estado de gracia después de más de 20 años. Cómo dudar de aquello si tienes a Mikael Åkerfeldt y Fredrik Åkesson dictando cátedra en las seis cuerdas, mientras Joakim Svalberg en los teclados le da forma a la bruma con que todo alrededor se tiñe de pena y frustración. Al menos es lo que dice transmitir la música, pero cuando el público canta las melodías de guitarra en la sección instrumental, es porque hay una muestra de amor mutuo. Y no va solo por el público chileno, sino por todos quienes encontramos la dicha en el rincón más lóbrego y doloroso de la condición humana.

Y manteniendo la vibra fúnebre de Windowpane, aparece el hit single del fundamental Blackwater Park. Como caída del cielo, el efecto que genera Harvest es maravilloso, lo más cercano a su propio “Wish You Were Here”. Y con toda razón, si el ADN floydiano reluce en el trabajo de cuerdas del tándem Åkerfeldt- Åkesson, y la magia que todo lo puede con un par de notas. Es la convicción de una agrupación que toca la música que le gusta, que se enfoca en las buenas canciones sin descuidar por nada del mundo su identidad. La misma música que les gusta a ellos como creadores, y a nosotros como fans. Así, al estómago, no hay otra forma de expresarlo y sentirlo.

A propósito de momentos esperados, de canciones poco y nada de “populares” y piezas épicas, faltan palabras exactas para describir lo que es Black Rose Immortal en toda su grandeza. En el mismo sitial que “In Held Twas In I”, “Echoes”, “Thick as a Brick”, “Supper’s Ready”, “Close to the Edge”, “2112” y, por qué no, “Rime of the Ancient Mariner”. No hay casualidades en un grupo que a lo largo de sus años y, entre algunos cambios de alineación, adoptó como principio el hacer las cosas como se hacían en la era mitológica, aplicando el ingenio, ignorando el reloj, y disponer voluntad para contar relatos y dibujar paisajes cuya extraordinaria belleza va de la mano con el sentimiento de pérdida que motiva la inspiración.

Entre la metralla del death metal y la delicadeza de sus recovecos acústicos, Black Rose Immortal es una instancia que nos permite valorar la sustancia de Opeth a lo largo de sus tres décadas de carrera. Los inicios black metal, el descenso a la oscuridad del ser humano y la posterior incursión en terrenos ignotos, con el impulso progresivo que los hizo únicos en la oleada extrema de Suecia. Toneladas de emoción y jerarquía que hoy, camino a las tres décadas de su publicación, se sienten robustas y atrapantes hoy más que nunca en el directo. Y si originalmente la base del sonido en el ’96 consistía en dos guitarras, la forma en que el teclado de Svalberg se adapta al esquema histórico es de una factura abismal.

Nada de pausas después de tamaño viaje, pues Burden es de esas canciones cuya solemnidad la hace destacar con la autoridad propia de la buena música. La elegida de Watershed, con Joakim Svalberg emulando el sonido Hammond del eterno Jon Lord en su solo, tal como su antecesor Per Wiberg en la versión en estudio. 

Seguida por la colosal The Moor, dueña de una estatura de gigante como en los tiempos del mito, se retribuye siempre la mención a esa tremenda obra conceptual que es Still Life, con la historia de Melinda y la tragedia marcada por el fanatismo religioso de su comunidad. A destacar el protagonismo en escena del querido Martín Méndez, un bajista que no necesita “figurar” para darle solidez y profundidad a la maquinaria de Opeth. Con una estancia que va para el cuarto de siglo, el uruguayo la tiene clara respecto a su labor en las bajas frecuencias, y más aún en un grupo donde no hay lugar para la individualidad ni la figuración para los flashes. En Opeth no juegas para la galería, sino que unes fuerzas con tus colegas de ruta para que la música exprese y comunique lo intangible.

The Devil’s Ochard nos traslada al año en que Heritage puso de cabeza a la escena progresiva, por la decisión de excluir voces guturales y tomar un viraje orientado a la tradición del rock progresivo, la música de los 70 en su grado más puro y exploratorio. De la misma forma en que Allting tar Slut, la única embajadora del reciente In Cauda Venenum, nos cautiva con su calibre de hermosura y potencia. Escuchar a Mikael cantando en su idioma nativo, y con Åkesson acompañando en voces y coros, es el momento perfecto para sentir en carne propia el presente gozoso de Opeth. Un presente forjado a sangre, sudor y lágrimas… y a gustos musicales plasmados en creaciones propias.

Terminando el set regular, un clásico de los tiempos actuales por mérito propio: Sorceress. La que titula su penúltima placa y lleva al extremo la vocación de arqueólogo con que Opeth rememora los valores del rock progresivo de Genesis circa 1970-75, el culto a Van der Graaf Generator y la oleada italiana comandada por Premiata Forneria Marconi en los albores de los 70.  Y como broche de oro, el influjo rotundo de Deliverance, por lejos el momento más Opeth de todo el catálogo de Opeth. Lo que fue, lo que es y lo que será siempre, con el martilleo inicial a la usanza de Rush, la furia death metal heredada de Morbid Angel y Death, el amorío prog de Yes y Camel, la sección intermedia en plan Slayer… Locura pura y disfrute orgásmico hasta el último golpe y el remate perfecto en cado presentación. 

Terminando una jornada singular, y bastante especial por esos detalles con que la maestría se ve las caras con la esencia humana, poco y nada de eso empaña la mística, el tema distinto que le vale a Opeth un arrastre sin precedentes ni similares en otras latitudes. El gusto por la música subterránea, los riffs pesados y la listeza creativa, obligan a repetirse el plato en esta doble fecha. 

Opeth Chile 2023 noche 2
Opeth en su segundo show (Clic para agrandar)

 

La segunda noche de Opeth en Chile

Si bien se anunció un repertorio distinto para cada fecha, la sorpresas fueron ecuánimes, tanto en algunos cambios de orden como la inclusión de algunas joyas inéditas en su romance con Chile. Tal como en 2017, en el marco de la gira “Sorceress”, aunque esta vez mucho más jugado al factor sorpresa.

Saken repite como acto de apertura, sin los artificios visuales de la noche anterior pero con Carlos Quezada dirigiéndose al público chileno con mucha más efusividad. Y contrastando con la noche anterior, la reivindicación del death metal chileno en un concierto de Opeth se sintió más enérgica y con más cercanía hacia el público, lo que generó una recepción mucho más prendida. Hubo una mejoría en cuanto a espectáculo, porque a nivel musical es incuestionable el pedigrí de sus integrantes en el directo.

Esta segunda jornada, la primera anunciada con meses de antelación tras la pandemia, ya venía completamente agotada en todas sus localidades. Suficiente para que “Seven Bowls” de los mencionados Aphrodite’s Child diera el paso a la bestialidad implacable de Demon of the Fall, presente anoche en el repertorio, pero esta vez como puntapié inicial. En esta ocasión no había que guardarse nada y la representante del enorme My Arms, Your Hearse (1998) no dejó sobrevivientes. Death metal europeo con orientación a la vanguardia, lo que en los 90 parecía una rareza y hoy es la norma gloriosa sin perder un ápice de su vitalidad. 

La extrañeza que provocó Eternal Rains Will Come por su falla técnica la noche del viernes, se transformó en grandeza y triunfo inapelables. Y bien lo hace saber Mikael -esta vez con su habitual camisa negra- a su hinchada, con el carisma y humor que lo hacen querido hasta entre quienes recién se inician en la música de Opeth. Todo aquello encaja de perilla mientras Under the Weeeping Moon se repite el lugar como EL regalo para los fans de su etapa primigenia. Esa donde el doom y el death eran elementos recurrentes dentro de un conjunto que, en esos años, promediaba los 20 años y escribían música poco y nada de convencional, incluso dentro del metal. 

Vamos de lleno a las sorpresas y cambios radicales, y ambas provocando que el Caupolicán se viniera abajo, de tantas veces y todas con su ingrediente especial. Partiendo por Reverie/ Harlequin Forest, poseedora de una melodía efectiva en su intención y un desarrollo repleto de vértigo e intrepidez.  De inmediato, el himno cortavenas In My Time of Need, por lejos el momento karaókico de la jornada. Si la noche anterior le atribuíamos a “Harvest” su mote como “el WYWH de Opeth”, el track 2 del excelso Damnation le da cara y hombro de manera escalofriante. No hay altibajos en una presentación de Opeth, y son esos pasajes donde somos testigos de lo que significa la experiencia en carne propia, con la energía en el directo replicando la magia de las versiones en el estudio.

Tras la dupleta de inéditos y éxitos colaterales, Black Rose Immortal nuevamente surge desde la sombra para sumergirnos en sus dominios. Son 20’ de música ambiciosa y metrallas de música cruda hasta el sudor, un lujo que justifica repetir la cita más de dos veces. Y los fans de los inicios tenemos claro que Opeth, más allá de su evolución musical y sonora, jamás ha transado su identidad, sino que ésta se fortalece en cada trabajo. No se nos ocurre otra discografía tan impecable, al punto de funcionar en vivo como una máquina de inspiración y consecuencia. Y que la tan esperada suite vaya pegada nuevamente a Burden, con Joakim Svalberg jugando de «9» en las teclas, es un mensaje directo hacia quienes aún tenemos dudas respecto a la integridad de los de Estocolmo. Opeth es un sentimiento, una forma de hacer las cosas, en el lugar y tiempo que sea.

La ferocidad vengativa de The Moor, el groove reptante de The Devil’s Ochard -el coro clamando por la muerte del Creador, con puño en alto o nada- y la atmósfera vintage de Sorceress, avanzan una tras otra como éxitos y momentos brillantes las veces que se les antoje. Una máquina estos Opeth circa 2023, con Waltteri Väyrynen entendiéndose a la perfección con sus compañeros más veteranos y, a la vez, ganándose la admiración del público incondicional. Como también estamos quienes ya conocíamos el desempeño baterístico de Väyrynen desde la década anterior, cuando aterrizó por estos rumbos como parte de los próceres del doom y el metal gótico Paradise Lost. ¿Qué más se necesita para aprobarlo cuando en el escenario su maestría habla de aquello golpe a golpe?

Al igual que la jornada anterior, Allting tar slut es la única elegida de In Cauda Venenum, y pese a su jerarquía, habría sido lindo incluir un par más de uno de los discos más rutilantes de 2019. Pero nada de eso nos priva de la fortuna que significa para nosotros apreciar en nuestro país el poder supremo de una agrupación que hizo las cosas a su modo y creyó en lo suyo para llegar a donde están hoy, tras décadas sin pausa en la carretera.

El bis nos traería otro regalo y uno de carácter monumental: Blackwater Park, el corte que titula su piedra angular, la que hace poco más de 20 años marcó el rumbo y el destino de Opeth fuera del circuito underground que los tenía como una banda de culto en los 90. El riff inicial, emulando a “Kashmir” de Led Zeppelin, con la muralla guitarrera de Mikael y Fredrik construyendo la niebla sonora con que toda señal de vida se extingue, con espasmos de oscuridad y sonidos crípticos de una naturaleza sobrehumana en su atmósfera, y con sus sección final haciendo estallar el propio infierno, en vivo es tan preciso como inevitable caer bajo sus efectos. Opeth no solo suena glorioso y brutal, sino que la rabia expresada en música durante el surgir de los 2000, hoy es santo y seña de un estilo influyente y, al mismo tiempo, único en su raza. 

Tras el final con Deliverance -la podemos escuchar todo el día y seguiremos pensando que es una pieza de naturaleza astral en pleno disfrute-, podemos concluir lo que todos sabemos a estas alturas: ni la pandemia ni los años de espera, ni la incertidumbre que hubo respecto al panorama global han socavado la relación sentimental entre Opeth y el público chileno. Todo lo contrario, el amor por la música es más fuerte en los momentos más oscuros y dolorosos. No sabemos cuánto habrá que esperar para una futura vez, pero si de algo estamos seguros es que cuando las sombras nacen de la luz, no necesitamos ninguna prueba adicional que la maestría de sus creadores.

Audiovisual de profesión, melómano por gusto y periodista musical desde el estómago. Amante de la música pesada y el rock de vanguardia, tanto de viejo cuño como lo nuevo. Desconfío de quien reniega de Jimi Hendrix en la música.

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